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La ciudad resistente

Ángel Ramírez

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En los últimos años hemos hecho muchas tonterías, una de ellas ha sido la de intentar convertir los centros de nuestras ciudades en “centros comerciales abiertos”. Resulta que nuestrxs antepasadxs inventaron una cosa complejísima y riquísima que es la ciudad, y nosotros cogemos su corazón y lo pretendemos convertir en su antagonista. Un centro comercial abierto es la muerte de la ciudad, porque la ciudad se fundamenta en la diversidad de funciones y de sentidos, cualquier hegemonía funcional en un territorio significativo de la ciudad termina con su carácter urbano. No es ciudad un polígono industrial, ni un campus universitario, ni una residencia, ni un centro comercial.

Un centro comercial abierto nos convierte a todos en comerciales o clientes, a los bienes en mercancías, las fachadas en lineales, las calles en pasillos de supermercado. Si solo somos clientes no somos ciudadanos, si las cosas solo mercancía no aportan valor. La calle Cruz Conde, Gondomar o Concepción optaron por ese monocultivo funcional, al principio con las pequeñas tiendas de las familias de la burguesía cordobesa, y cada vez más con las franquicias o cadenas que hacen que todas las calles del centro sean la misma en todas las ciudades. A una ciudad le aporta la actividad mercantil, pero tanto más necesarios son los espacios de comunicación, de creación, de activación comunitaria. Nuestras calles del centro se están convirtiendo en una reserva para el sector más pudiente de la ciudad, aburridamente activadas durante unas cuantas horas del día, desiertos yermos en otras. Las ciudades convertidas en centros comerciales, los ciudadanos en clientes, los amores y cuidados en servicios.

En esos páramos hay personas que hacen locuras, y Margarita Merino es una de ellas. Margarita Merino es una artista que hace muchas cosas, pinta, esculpe, diseña interiores. Cuando voy a La Tortuga,  La Muñeca, a O Mundo de Alicia, o los patios del Centro Rey Heredia, me acuerdo de ella y pienso que le debo algo, siempre le debemos a lxs artistas. Ahora ha montado una galería, centro de formación, taller de creación y lo que vaya surgiendo en una pequeña isla en la calle García Lovera. Allí están ya esos rostros de niñxs antiguxs tan inquietantes,  las esculturas de las manos de sus amigxs y algún que otro descuartizamiento que no os cuento, vais allí el sábado a mediodía a la inauguración de la cosa.

Primero, y para que no haya malentendidos por lo escrito antes, cómprenle obra. Pero sobre todo párense a mirar, a conversar, a aprender en sus talleres. Porque Margarita va a producir ahí obra artística, pero lo que es aún mejor, va a producir disidentes, que otra cosa no es introducirte en el arte. Que existan sitios así nos alegra la vida porque son excepciones en un paisaje seriado y mercantilizado, pero además son la esperanza de que siga existiendo la ciudad y de que nosotrxs seamos más que consumidorxs con preferencias prefabricadas. Hay otros y otras que ya se la jugaron antes y ahí siguen, así que una más para la Resistencia.

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