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La casa de las mujeres

Ángel Ramírez

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Recuerdo que siempre me intrigaba esa casa cerrada, pensaba que debía ser hermosa, con esa balconada y ese azul que me recordaba a Marruecos. Hace ahora cuatro años, supongo que por la red, supe que en la Casa Azul se inauguraba un centro de agroecología y cosas cercanas y allí estuve, escuchando las palabras del grupo de personas que iniciaron el proyecto. Me llamó la atención la insistencia en desmarcarse de cualquier mercantilismo, incluso de cualquier orientación utilitarista, lo que me hizo pensar, mira qué listo, que aquello tenía difícil supervivencia en una sociedad como la nuestra, que el voluntarismo es loable pero suele tener poco recorrido. Además aquello dependía de algún modo de una buena convivencia, porque la casa sería lugar público, pero también privado, convivencia de amigos y amigas, de personas con un mismo proyecto ideológico. Todo un cúmulo de riesgos.

He vuelto muchas veces y cada una de ellas me ha confirmado que yo me había equivocado haciendo un juicio de consultor de tres al cuarto, aquello tenía una fortaleza fantástica, la fortaleza que da la naturalidad. Todo ocurre como si fuera una tradición asumida, quien pasa por allí es de allí, y baila swing, hace yoga o teje prendas de lana como si fuera en las fiestas de pueblo que podemos imaginar en las fotos de nuestras abuelas. Llegas y ya eres de la casa, y piensas que toda esa belleza creada por Salvador Morera fue hecha para ser habitada por personas así. Si uno tiene una mala tarde, solo tiene que dejarse caer, que algo estará pasando, y todo se resitúa, sin saber porqué nos sentimos mejor, es como si la casa tuviera un encantamiento de esos temibles de las películas de terror, pero al contrario.

El sábado fue el cuarto cumpleaños de la casa y estando en ella, mientras unxs picaban verduras y lxs niñxs pintarrajeaban papel continuo, entendí  de dónde venía ese encantamiento; la Casa Azul es el espacio más femenino que conozco. Los lugares tienen género, y en las ciudades predomina lo masculino,  aunque hay grados, desde el macho-alfa en estado puro de los polígonos industriales, hasta el híbrido de los parques o las avenidas, y el femenino de los patios. Obviamente allí hay y por allí pasan hombres y mujeres, pero las maneras, las relaciones, el ambiente es radicalmente femenino. Pensaba que era el negativo de la casa de Frasquita Alba que García Lorca convirtió en la de Bernarda Alba, como si alguien se hubiera esforzado en imaginar lo exactamente contrario. Donde había puertas y ventanas cerradas, ahora las hay abiertas, donde disciplina y represión, autorganización y compromiso, en lugar de miedo, confianza, en lugar del poder masculino encarnado por la propia Bernarda, la solidaridad y la conversación femenina. Si alguien quiere saber cómo es la sociedad que defendemos las personas que creemos que las mujeres y los valores femeninos (no exactamente la misma cosa) son el futuro, no tiene más que darse una vuelta por allí y conocerá una de las mejores de las muchas versiones posibles de eso que anhelamos.

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