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Ahuecando el ala

Alfonso Alba

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No recuerdo bien si fue Levinas o Benjamin quien comentó que la verdadera escucha implicaba un olvido de uno mismo para prestar atención a “lo otro”. Lo cierto es que la experiencia de escuchar “lo otro”, a los otros (cuando se la atiende), nos lleva irremediablemente a un cierto olvido de nosotros mismos. Un padre enfermo o una amiga que batalla por su hija se pueden convertir en buenos ejemplos de escucha y de olvido. Esto ocurre, claro está, si no pertenecemos a la secta de los Omphalopsy choi (literalmente los observadores del ombligo… propio).

Cervantes es un notabilísimo escritor que escuchaba y prestaba atención (a diferencia del genial Quevedo que lo que hacía era burlarse y vengarse). Cervantes describe a Monopodio como un sinvergüenza de pies anchos y manos cortas. En su obra Rinconete y Cortadillo muestra una realidad de miseria y miserables. Una obra que describe una extraña libertad para moverse y para actuar que deja al descubierto la decrepitud de un sistema, la codicia, la envidia, la trampa, el ocultamiento. No hay lugar al que huir. No hay forma de escapar. En Rinconete yCortadillo

el protagonismo lo tiene el patio del líder, Monopodio, un espacio donde habita la decrepitud: un banco de tres pies (al que le falta uno; un cántaro desbocado; una jarrilla vacía; una estera de enea raída y un tiesto con una planta de albahaca. La fragancia de la albahaca cumple la función más importante para el lector, inunda todo el patio y camufla el hedor moral. En ese patio se reúnen alrededor del líder. Ahí se establecen las jerarquías, los códigos, las servidumbres, la vigilancia. En ese patio sevillano gente de mala entrada se dedican a tocar los cascabeles (bravuconadas y fanfarronerías propias de embaucadores); ahí los ladrones ejercen el oficio de garbear (robar) con mayor o menor suerte; ahí los castizos portadores de la verdad ofician de clavazón de sambenitos (arte de señalar a judíos y demás ralea, que diría siglos después Pio Baroja); ahí, entre los propios sinvergüenzas, se dan redomazos (afición de golpear en cara ajena con una redoma, una pequeña vasija llena de líquido maloliente). En ese mismo lugar Monopodio destinaba siempre una parte del botín para Vírgenes y Santos (una vieja tradición muy querida en este suelo patrio). En ese patio se daban cita corregidores, alguaciles, ricos y pobres, clérigos y jueces. No faltaba nadie. “Solo faltaba el amor” diría, a finales del siglo XIX, uno de los grandes estudiosos de la literatura picaresca española, F.W. Chandler (History of the Picaresque Novel in Spain, 1899).

En esta novela de Cervantes no existían los héroes (o estaban ocultos o habían ahuecado el ala de su existencia). Mucho tiempo después vendría Valle Inclán y nos avisaría que hay héroes aparentes que cuando su rostro se ve reflejado en un espejo cóncavo da por resultado el esperpento. La obra de Cervantes deja en el aire una vaga resonancia, un asomo de melancolía para quienes está atentos a la experiencia y a la realidad. Una inconsolable tristeza mientras suena el afilador. Mientras tanto seguimos pendientes de rabinos, obispos e imanes. Si al menos tuviésemos la voluntad de enmendar la plana a los dioses...

Nota: las aves antes de ver malograrse su existencia y quedar sus patas sepultadas por el lodo, se preparan con parsimonia para emprender el vuelo (es su destino), extienden y agitan sus alas, es decir ahuecan sus alas. Un tránsito más en la vida. Esta expresión se utilizaba para indicar y anunciar que estamos preparándonos para marchar. Que estamos a punto de irnos.

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