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El gran susto

Mar Rodríguez Vacas

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El domingo por la mañana pisamos urgencias por primera vez. Hasta la hecha hemos tenido mucha suerte (o la cabeza muy bien puesta sobre los hombros), pero alguna vez tenía que ser la primera. El por qué de esta visita ahora es lo de menos, ya que mi hijo se encuentra perfectamente, aunque os contaré el motivo. Sin embargo, desde estas líneas, me gustaría reflexionar sobre el uso que hacemos de este tipo de servicio que tanto bien nos presta, y si, en ocasiones, abusamos de él.

El domingo por la mañana mi hijo pequeño, gracias a sus aires independientes, tuvo una caída muy aparatosa con golpe en la cabeza incluido. Nos asustamos muchísimo, sobre todo porque, al principio, el bebé lloraba muy lánguidamente. No lo pensamos dos veces: a pesar de que no había habido ni pérdida de conocimiento ni sangre, lo mejor era llevarlo a urgencias, por lo que pudiera pasar.

El reto fue que no se durmiera en el coche. Logramos llegar antes de que el pequeño cayese en brazos de Morfeo, aunque seguía demasiado tranquilo si lo comparamos con su tónica habitual. Nos inscribimos en admisión y esperamos nuestro turno aunque, como al entrar había comentado que el niño tenía un golpe en la cabeza, vinieron en seguida a preguntar las cosas más básicas para saber si había que pasar al pequeño con más inmediatez que al resto. Decidieron que no, que como estaba más o menos espabilado, esperaríamos nuestro turno. Fue un alivio. Me relajé un poco y llegaron las lágrimas de culpabilidad, de ¿cómo estará?, de ¿y si le hubiera pasado algo?. Pero el niño se vino arriba y pronto se puso a jugar con todo lo que encontraba a su alrededor. Incluso estuvo andando por su propia iniciativa, a pesar del trompazo que se acababa de dar.

Me quedé más tranquila y comencé a analizar la situación. Aquello estaba lleno de personas. No noté mucha prisa ni angustia en la cara de nadie, pero tampoco sabía lo que les pasaba a los niños. Muchos de ellos, se inclinaban sobre sus papás con carita de sueño. Pensé que serían cuadros febriles o cualquier virus que te deja K.O. Entonces me acordé de lo que había dicho una madre que estaba detrás de mí en la cola de admisión. Acudía a urgencias porque, según ella: “Mi hija no hace caca desde el viernes”. Conté los días. No habían pasado ni 48 horas desde que esa criaturita no iba al baño. Un estreñimiento de este tipo pasa hasta en las mejores familias. Pero la buena mujer decidió ir a urgencias y poner su granito de arena para colapsar un servicio que presta ayuda médica en situaciones de emergencia.

Que conste aquí que desconozco si esta niña tiene algún problema añadido a este estreñimiento de dos días, pero su madre no lo comentó en admisión. Me indigné. No porque el caso de mi hijo fuese más urgente que el suyo, que en este caso creo que lo era, sino porque creo que la gente, en general, no sabe discernir ni evaluar la importancia de las cosas. Y así nos va. ¿No podía esa mujer esperar al día siguiente y llevar a su hija a su pediatra habitual mientras le daba la oportunidad a la pequeña de ir al baño? O lo que hacemos otros padres en estos casos: estimularle el recto con el termómetro, con un bastoncillo impregnado en aceite o, como hacen las abuelas, con un palito de geranio mojado en aceite de oliva. Trucos que, por otro lado, funcionan a la perfección.

No quiero ni puedo juzgar a nadie porque desconozco por completo el caso, pero me sirve de ejemplo para valorar dónde ponemos la vara de medir y si procedemos correctamente cada vez que un niño se pone enfermo. Como ya os he dicho, nosotros nunca hemos acudido a urgencias. Y hemos pasado varias noches en vela con fiebre altísima, intentando bajarla con medicación y con baños templados. Pero como los niños estaban más o menos bien, ni nos planteamos acudir al hospital. Siempre he pedido cita con su pediatra para el día siguiente, quién me daba las directrices a seguir para la recuperación de los pequeños. Por otro lado, conozco a personas que ‘viven’ en urgencias. A la mínima, visitan el hospital y pasan la noche allí sólo por unas décimas o un vómito aislado.

¿Dónde está el punto medio? A lo mejor es que yo soy una despreocupada y estoy en el extremo opuesto a otros padres histéricos. O a lo mejor, estoy en una posición sensata, desde la que analizo fríamente la situación y tomo la decisión más oportuna en cada momento. Repito que no quiero juzgar a nadie pero, con actitudes como la de aquella madre que iba detrás de nosotros en el hospital el pasado domingo, flaco favor le hacemos a un sistema que todos vemos cómo se desmorona poco a poco. Tengamos cabeza. Seguro que nos va mejor en la vida.

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