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Eufemismos para explicar realidades

Mar Rodríguez Vacas

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¿Cómo se le explica a un niño que un ser cercano y querido se ha marchado para siempre? Llevo varios días haciéndome esta pregunta y, de verdad, no encuentro respuesta. Es tan complicado que, la mayoría de las veces, ni los adultos sabemos por qué. Por algo la muerte es el misterio más grande que rodea nuestras vidas. He leído blogs varios sobre el tema pero no veo que las opciones que ofrecen sean las más adecuadas. Las situaciones pueden llegar a ser muy diferentes dependiendo de la edad del niño, su sensibilidad y la cercanía hacia la persona que se ha ido.

Fijáos qué caprichoso es el destino que en esta ocasión os pensaba escribir sobre la experiencia que mi hijo mayor ha tenido en las últimas semanas con los clásicos (por esta época) gusanos de seda. Se los regalaron a mi madre antes de Semana Santa y ella pensó que podría ser buena idea cuidarlos este año para que mi hijo empezara a ser consciente de lo que es la naturaleza (muy de andar por casa) y del cuidado y respeto por los animales.

Pensaba contaros cómo habían ido estas semanas con los gusanitos, que llegaron a casa hechos unos pizcos y han terminado del tamaño de un palillo de pan; cómo tuvimos que salir a la búsqueda desesperada de moreras para alimentarlos; y de cómo en tan sólo un par de horas hicieron su capullo de seda mientras ellos se quedaban dentro bien apretaditos para la metamorfosis.

A raíz de esto me surgieron dudas. Pensé en las posibles preguntas que podría hacerme mi hijo cuando el gusano fuese avanzando en sus ciclos y fui meditando las posibles respuestas. Porque los gusanos salen de sus huevos, comen, crecen (a la velocidad del rayo), en pocas semanas hacen sus capullos, se convierten dentro de ellos en mariposas que, cuando rompen el capullo ponen huevos, y mueren. Y mi hijo, que ahora está en plena etapa del ‘por qué’ no se va a quedar calladito. Así que, si explicar el ciclo de vida del gusano de seda me provoca tanta meditación e incertidumbre, ¿cómo podría explicarle que alguien a quién él acostumbraba a ver de vez en cuando ya no está? No le puedo decir que ha fallecido porque no va a saber qué es eso y tampoco lo va a entender si se lo explico. Por ahora he decidido callar. No sé si ésta es la mejor opción pero pienso que la inocencia le hace vivir feliz dentro de su ignorancia. Sin embargo, lo conozco y, por lo tanto, también sé que llegará el día en que nos preguntará por ella, o la nombrará, o dirá algo que nos haga tener que salir al paso de sus dudas y cuestiones. Y sé que le explicaremos aquello de que ‘ha subido al cielo’ y demás eufemismos que utilizamos para referirnos a la muerte. Quizá mi postura sea cobarde, pero no me siento preparada para otra cosa y, lo peor, desconozco si él está preparado para comprender determinados temas. Además, para qué engañarme y engañaros, no quiero que sufra, que para eso tendrá tiempo más que de sobra.

Una vez me dijeron, mientras me quejaba de algo relacionado con mis hijos, que “los problemas crecían con ellos”. Y qué verdad tan grande. Cada vez es más complejo lidiar con el día a día. Del no querer comer y no poder dormir, estamos pasando a responder a preguntas inverosímiles y muy profundas. Así que termino hoy parafraseando a mi tía, quién, aunque esto ya os lo he dicho en otras ocasiones, ahora vuelve a venir al pelo, me dijo una vez aquello de que “casarse no es irse a Mallorca”. Si hay que poner un símil, aunque suene absurdo, casarse y tener hijos es más bien como un videojuego: si vas superando niveles y las pantallas se complican cada vez más.

Carmen, siempre estarás entre nosotros. Cuida, allá donde estés, de todos los que te queremos.

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