En la Abogacia hay un dicho que aconseja al abogado inexperto salir huyendo de los pleitos de las tres “p”: putas, pobres y parientes. Lo de los pobres está claro. Los de los parientes porque jamás traen otra cosa que llamadas a deshoras y hasta conflictos familiares. Y lo peor, a la hora de cobrar. Si cobras, malo y si no, jamás te lo agradecerán.
Desde que conocí a Amadora no pude sustraerme a su dolorosa historia. En aquel tiempo aún coleaba “Cercadillas”, el gueto de la prostitución más clásica. Una calle estrecha y desvaída en la que en pocos metros se concentraba el lucrativo negocio de unos cuantos y un ejército de mujeres rotas y a la venta, apostadas en el quicio. Esa calle que al paso mirábamos resguardados desde la ventanilla del coche, con una suerte de extraña fascinación por un mundo ajeno y sórdido.
Amadora estaba quebrada y casi hundida por la heroína que le había dejado solo los huesos y la piel. Malos tratos en la infancia; abuso del padre alcoholico, huida de casa, embarazo, más abusos, prostitución, heroína, otros embarazos, hijos arrancados, más heroína para sobrevivir al dolor, fin. Quise ayudarla desde una conciencia que se me despertaba en mi mundo de algodones, pero ni supe, ni pude, ni tal vez ella quería. Nos quedaron unas cuantas risas a medias. Sufrí de impotencia, no cobré, pagué yo y solo me consoló pensar que murió sabiendo que alguien un día la escuchó. No, los pleitos de las tres “p”, no molan.
He recordado a Amadora, a las “amadoras” del mundo que aman fálsamente y con nauseas por dinero ( y me da igual si es para droga, pagar la luz o un bolso caro), cuando se debate sobre si abolir la prostitución, o regularla como si fuera una digna profesión que necesita un estatuto. Hay días que me declaro abolicionista cuando me acuerdo de Amadora y días en que empiezo a imaginar el reglamento y su articulado, cuando me digo que puede haber alguna que la ejerza desde “su” completa libertad (“Art. 7 El cliente deberá portar siempre un preservativo y respetar los deseos de la trabajadora sexual…”).
No se. Tal vez haya que dar tratamiento desigual a los desiguales. En eso consiste la justicia. Dar a cada uno lo suyo. Si no podemos acabar con los que explotan a las mujeres y con los “puteros” que pagan a sabiendas, habrá que abolir, cómo se abolió la esclavitud y nadie se rasgó las vestiduras. Y si hay “amadoras” de Moet Chandon, en suite de lujo, con estudios, modelos de profesión, o amas de casa por las mañanas, que ejercen con libertad un comercio justo, un intercambio de intereses, habrá que regular.
Pero no me fastidien, las amadoras de los polígonos, de los bares de neón de carretera, de parques oscuros, de pisos clandestinos, las mujeres tiradas en la calle de la vida al socaire de hombres sin escrúpulos por un puñado de euros que necesitan, esas no hacen un ejercicio de libertad. No. Lo sé, lo sabemos. Como sabemos que Cercadillas murió con el mayor palacio del Imperio Romano en sus entrañas, solo porque el dinero siempre manda.
Soy cordobesa, del barrio de Ciudad Jardín y ciudadana del mundo, los ochenta fueron mi momento; hiperactiva y poliédrica, nieta, hija, hermana, madre y compañera de destino y desde que recuerdo soy y me siento Abogada.
Pipí Calzaslargas me enseñó que también nosotras podíamos ser libres, dueñas de nuestro destino, no estar sometidas y defender a los más débiles. Llevo muchos años demandando justicia y utilizando mi voz para elevar las palabras de otros. Palabras de reivindicación, de queja, de demanda o de contestación, palabras de súplica o allanamiento, y hasta palabras de amor o desamor. Ahora y aquí seré la única dueña de las palabras que les ofrezco en este azafate, la bandeja que tanto me recuerda a mi abuela y en la que espero servirles lo que mi retina femenina enfoque sobre el pasado, el presente y el futuro de una ciudad tan singular como esta.
¿ Mi vida ? … Carpe diem amigos, que antes de lo deseable, anochecerá.
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