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Sobre este blog

Soy cordobesa, del barrio de Ciudad Jardín y ciudadana del mundo, los ochenta fueron mi momento; hiperactiva y poliédrica, nieta, hija, hermana, madre y compañera de destino y desde que recuerdo soy y me siento Abogada. 

Pipí Calzaslargas me enseñó que también nosotras podíamos ser libres, dueñas de nuestro destino, no estar sometidas y defender a los más débiles. Llevo muchos años demandando justicia y utilizando mi voz para elevar las palabras de otros. Palabras de reivindicación, de queja, de demanda o de contestación, palabras de súplica o allanamiento, y hasta palabras de amor o desamor. Ahora y aquí seré la única dueña de las palabras que les ofrezco en este azafate, la bandeja que tanto me recuerda a mi abuela y en la que espero servirles lo que mi retina femenina enfoque sobre el pasado, el presente y el futuro de una ciudad tan singular como esta. 

¿ Mi vida ? … Carpe diem amigos, que antes de lo deseable, anochecerá.

De los Pedros Picapiedra

Imagen que acompaña al post.

Redacción Cordópolis

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Hay veces que aún siento la evidencia de la desigualdad entre hombres y mujeres. Y es que cuando el interlocutor masculino te dice eso de “es que eres de armas tomar” o “eres tremenda”, viene a ser algo así como “no te estás dejando ningunear por mí”. Claro, ni por el primer imbécil que se crea con derecho a ello.

Lo alucinante es que quien así lo dice pone el acento en mi comportamiento defensivo, sin percatarse del reproche que merece su actitud y la del resto de idiotas que siguen creyendo que, por ser mujer, tienes que aguantar comentarios o actitudes que no tendrían con otro varón.

Las mujeres hemos sido invisibles y, de repente, nos hemos vuelto no solo visibles, sino muy evidentes para el gusto de muchos hombres. Creer que la desigualdad ya no existe porque la teoría dice que todos somos iguales, es una gran falacia. Como dice Marga Sánchez, Catedrática de Prehistoria de la Universidad de Granada, las desigualdades que aún existen entre mujeres y hombres no son biológicas ni naturales (ni jurídicas- añadiría yo -), sino culturales y construidas a lo largo de la historia. Y ahí seguimos.

Cuando escuché recientemente a Marga en directo, hablando de su libro Prehistoria de Mujeres, me abrió una puerta interesante para entender algunos lodos actuales de unos polvos de ayer. Lean el libro porque descubrirán cómo las mujeres hemos sido invisibilizadas incluso hasta cuando se trataba de interpretar nuestros restos arqueológicos.

La Arqueología interpreta como ciencia las sociedades pasadas a través de los restos hallados (restos humanos, tejidos, materiales etc. ) desde finales del siglo XVIII. Y resulta que desde el primer momento, la lectura no ha sido correcta. Si encontraban restos humanos y un objeto punzante a modo de arma al lado, ni siquiera se planteaba la posibilidad de que fueran de una mujer. Solo cuando los medios científicos lo han permitido -hace dos telediarios- se ha descubierto que, según el ADN, la mayoría de estos restos, etiquetados como hombres, son de mujeres. Sí, las mujeres también salíamos cazar y también luchábamos en las batallas.

La desigualdad vino mucho después, construida a base de necesidades tribales y de un hecho que nos distingue y debiera elevarnos, en vez de discriminarnos. La dedicación a la maternidad y el impedimento que suponía para seguir en según qué cosas. Y, a partir de ahí, la invisibilización. No gobernar, no comerciar, no conquistar tierras, no al pensamiento, a las artes, o la ciencia y de ahí a caer incluso en la pérdida de unos derechos que de manera natural teníamos. La negación llega hasta negar, incluso, cualquier influencia en el relato histórico, siendo evidente que estábamos ahí.

La historia se nos ha contado científica y culturalmente, como mínimo, de una manera incompleta. Marga nos propuso en esa charla fascinante -y también lo hace en su libro- un curioso ejercicio que les traslado. Piensen en su día de ayer y en todo lo que les ocurrió, con quien estuvieron o interactuaron. Y ahora traten de contarlo omitiendo del relato a las mujeres y cualquier cosa relacionada con ellas. Su relato no solo estaría incompleto, sino que sería incluso poco comprensible. Y esto es lo que ha ocurrido.

Como dice Marga, “los hombres son la norma, casi no hay que explicarlos, y las mujeres, en los discursos históricos somos la desnorma; a nosotras, en ocasiones, ni siquiera el ADN nos justifica”. Y es que, para algunos, ni las pruebas sirven.

El perfil de Pedro Picapiedra, ese que grita “Vilma ábreme la puerta” y le espeta a cada capítulo que su sitio solo está guisando el brontosaurio, es un lavado más de cerebro y una construcción cultural de roles errática. El problema es todos esos Pedros que aún quedan y que así, como si nada, aún se sorprenden de que ganes con tu trabajo más de lo que ellos consideran; que reivindiques un justo reconocimiento; que no te doblegues ante su pretendido abuso, que brilles o que tu ADN demuestre tu valor en forma de unos ovarios mejor puestos que sus lindos escrotos.

A las Vilmas del mundo, ¡no le abran la puerta a Pedro!

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Soy cordobesa, del barrio de Ciudad Jardín y ciudadana del mundo, los ochenta fueron mi momento; hiperactiva y poliédrica, nieta, hija, hermana, madre y compañera de destino y desde que recuerdo soy y me siento Abogada. 

Pipí Calzaslargas me enseñó que también nosotras podíamos ser libres, dueñas de nuestro destino, no estar sometidas y defender a los más débiles. Llevo muchos años demandando justicia y utilizando mi voz para elevar las palabras de otros. Palabras de reivindicación, de queja, de demanda o de contestación, palabras de súplica o allanamiento, y hasta palabras de amor o desamor. Ahora y aquí seré la única dueña de las palabras que les ofrezco en este azafate, la bandeja que tanto me recuerda a mi abuela y en la que espero servirles lo que mi retina femenina enfoque sobre el pasado, el presente y el futuro de una ciudad tan singular como esta. 

¿ Mi vida ? … Carpe diem amigos, que antes de lo deseable, anochecerá.

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