Los niños, nuestros niños, se ven sometidos en esta sociedad a cada vez más situaciones que los desbordan y llegan a provocarles mucho daño. Un daño que no sé si será reversible. Conflictos de identidad mal gestionados, sentimientos de inferioridad, complejos ante compañeros, peleas con amigos, conflictos familiares, el terrible mundo de la maquinita que les abre la puerta a la adicción y la pornografía, o las situaciones cada vez más frecuentes de acoso de todo tipo.
Esta semana he visto con mis propios ojos el colmo de esto. Como la madre de un niño de seis años acosa de manera cruel e inmisericorde a otro niño de esa edad, compañero de clase del suyo. Después de varios incidentes entre ambas madres, en los que el niño ha visto como su madre era insultada por la otra y como hasta les golpeaba las ventanillas o el capó del coche, estando él dentro, ahora está “fiera” va a por él.
Con mucha más sutileza, pero con la efectividad de hacerle temblar de miedo, lo busca cuando está solo y lo mira. Simplemente lo mira. Cuando los niños ya han entrado al colegio ella se cuela, busca al menor y solo con mirarlo consigue asustarlo. Él sabe de lo que ella es capaz y, además, ahora está solo. O se presenta en el fútbol, se sienta en una silla, casi en la línea del campo por donde el niño esté jugando y lo mira, lo mira sin dejar de hacerlo inquisitivamente. ¿Porqué? Es difícil de explicar y nos daría para un libro. Digamos que es la forma más sutil, pero directa y efectiva de herir a la madre. Si me lo permiten, una suerte de violencia “vicaria” externa. Si quieres herir a una madre, hiere a su hijo.
Pero si esto es un caso límite y espero que aislado, ocurre también que lo peor está sucediendo en muchos hogares. En un mundo cada vez más exigente, donde los niños cada vez tienen menos tiempo para jugar a ser niños, con tanta violencia y agresividad fuera, el hogar de un niño debe ser su lugar del mundo, su refugio, donde sentirse seguro y feliz. ¡Qué terrible que sea lo contrario!
No había terminado con la acosadora de niños, cuando me enfrenté a un terrible caso de violencia doméstica. En medio de unos padres enfrascados en una relación tóxica, dos hijos. Los dos hermanos, para abstraerse de la violencia, se cuentan cuentos uno a otro y así tratan de no escuchar las voces, los insultos y los golpes que la madre, poseída por los celos enfermizos y fuera de sí, le propina al padre. Cuando la situación es ya dramática, lloran y hasta gritan, gritan que tienen miedo para tratar de que, por fin, los escuchen. Pero de nada sirve.
Este mundo está loco. Si no cuidamos a nuestros locos bajitos, irá a mucho peor. Ellos son nuestro futuro y así es difícil construir un futuro sano. Cuando leía el otro día que más del cuarenta por cierto de los niños de hoy tienen algún problema de salud mental, me pareció terrible. Me consolé pensando que era una exageración. ! Habrá hecho Tezanos la encuesta ¡- pensé - Hoy tengo la certeza.
Porque un niño feliz será un adulto sano mental, productivo, empático y casi con seguridad un buen progenitor. Porque sepan que somos los que nos hicieron y ellos serán lo que han visto y sufrido por nosotros.
Soy cordobesa, del barrio de Ciudad Jardín y ciudadana del mundo, los ochenta fueron mi momento; hiperactiva y poliédrica, nieta, hija, hermana, madre y compañera de destino y desde que recuerdo soy y me siento Abogada.
Pipí Calzaslargas me enseñó que también nosotras podíamos ser libres, dueñas de nuestro destino, no estar sometidas y defender a los más débiles. Llevo muchos años demandando justicia y utilizando mi voz para elevar las palabras de otros. Palabras de reivindicación, de queja, de demanda o de contestación, palabras de súplica o allanamiento, y hasta palabras de amor o desamor. Ahora y aquí seré la única dueña de las palabras que les ofrezco en este azafate, la bandeja que tanto me recuerda a mi abuela y en la que espero servirles lo que mi retina femenina enfoque sobre el pasado, el presente y el futuro de una ciudad tan singular como esta.
¿ Mi vida ? … Carpe diem amigos, que antes de lo deseable, anochecerá.
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