Duermo poco y mal de siempre, no es nuevo. Y lo peor es que, aunque pase medio zombie el día que no he descansado, cuando llega la noche siempre se me mete en la cabeza una canción lo suficientemente pegadiza, como para estar como una rosa de nuevo y volver a no dormir.
Hace muchos muchos años, me quedé sin trabajo y me piré a Murcia, a un pueblito, a trabajar en una fábrica de conservas de incógnito. Paraba en la casa que allí teníami abuelo Pepe, que estaba en su casita de Alicante, por lo que me encontraba SOLA.
Llevaba fatal los horarios, porque tenía que comer a mi hora de desayunar -para aguantar- y currar casi todo el día con muy poco rato de descanso (donde me tomaba una cocacola de lata que se me solía caer en el pecho, por cierto) y parte de la noche hacía horas extras. Y encima, casa antigua, que no era la mía, los cambios, la vergüenza, no conocer a nadie, tantas horas sin hablar, el pelo teñido de marrón pa mi anonimato, quitando huesos a los albaricoques o metiéndolos en latas hirviendo, en Agosto, la soledad, la pena...
Pasé de ser Rakel Winchester a ser el número 63537 con una bata y una redecilla en el pelo. Y no dormía nada.
Una mañana llamé a una amiga psicóloga de mi ciudad para que me recomendara algo para dormir, cosa que jamás había tomado, porque tanto curro y tan poco sueño me tenían destrozada. Y allí es cuando apareció en mi vida aquel nombre: STILNOX.
Yo NO SABÍA que eso había que tomárselo justo pa meterte en la cama, porque no acostumbro a acostarme despierta, sino zombie, cuando casi estoy profundamente dormida en el sofá. Así que, muy lista yo, me metía la pastilla en la boca justo cuando salía de la fábrica, de madrugada. Luego caminaba su ratito hasta la casa de mi abuelo, me pegaba un baño, me preparaba algo de cenar, me lo comía y me sentaba en el sofá a ver la tele. O sea, casi dos horas despierta con mi Stilnox en la barriga haciendo sus efectitos.
Al principio no notaba nada. Cierto relax, mente adormilada que me ayudaba a no pensar. Pero enseguida comenzó el resto de los síntomas: me quedaba extrañada mirando cosas con los ojos como platos, en la bañera estaba alhelada hasta que se enfriaba el agua, se me caían las cosas al suelo, lucecitas, me daba golpes con las paredes del pasillo al caminar (pero golpes GOLPES). Y lo peor: EL MOMENTO-FOTOS.
Mi abuelo tenía el salón lleno de fotos enmarcadas y colgadas en la pared o colocadas en el típico mueble. Unas de mi abuela fallecida, de sus padres, del resto de familiares de su época. Y cuando me sentaba en el sofá, las miraba. Y ELLAS A MÍ.
Esas caras se salían de los marcos acercándose y alejándose. Me miraban fijamente, abrían los ojos. Se hacían grandes cuando se escapaban a por mí y volvían a su ser cuando regresaban al marco. TODAS, TODOS ME MIRABAN. Me espiaban, me observaban. Me seguían con la mirada si me movía. Cosa que volvía a hacer para asegurarme... y me daban la razón. Los antepasados cobraban vida. Movían la boca pero no se escuchaba la voz. Me levantaba cagada y pegaba la oreja. A la pared y, nada, se querían comunicar pero algo sobrenatural se lo impedía.
Pasaba hoooras y horas asustada, mirando de arriba abajo, quitando fotos, volviéndolas a poner. Por la mañana, al ver normales la fotos, me decía: además de no dormir TE ESTÁS VOLVIENDO LOCA.
Y jamás contaba mis sospechas de locura a nadie de la fábrica. Imagínate.
La última de esas noches terroríficas, encima, me tomé una segunda dosis de Stilnox por ver si así conseguía escapar de tanta paranoia. Pero muy despierta yo, sin plantearme ni siquiera el irme a la cama hasta que no me venciera el sueño por completo. Observando por activa y por pasiva los ojos que me miraban, las paredes que me daban golpes, el suelo que me ponía zancadillas...
Tengo vaguísimos recuerdos de esa noche, la verdad. Solo recuerdo, SOCORRO, en las condiciones en las que me desperté:
Estaba dormida en el cuarto de mi abuelo, posición “sentada en la alfombra con la cabeza apoyada en la mesita de noche”. En mis manos tenía una Virgen de Lourdes muy bien agarrada, tamaño berenjena aceptable. Debía ser de cuando mi abuela vivía, o sea, hacía ya siglos. La Virgen se abría en dos, rollo botella, para albergar en su parte inferior agua bendita. Pues bien, no había ni gota. DEBÍ HABÉRMELA BEBIDO. Sí. AGUA DEL AÑO DE LA PERA, espero que no muy podrida, que pa eso era de Lourdes. Y lo peor: la Virgen tenía muy bien colocaíta entre los dedos -de esa mano que suelen tener estiradita- UNA FOTO MÍA DE CARNET. Y en la mesita, mi DNI abierto, despegado, y sin foto (de los antiguos).
A saber.¡A SABER QUÉ ME DEBIÓ PASAR AQUELLA NOCHE POR LA CABEZA, CON MIS DOS STILNOX monos, para que yo me encomendara a la Virgen de Lourdes y le incrustara mi foto en la mano y me bebiera el agua bendita!.
Pasé la jornada de trabajo ACOJONADA hasta que salir llamé a la colega que me las había recomendado y me dijo: “¿pero no leíste el prospecto? ¡eso es hipnótico y se la toma una y se acuesta del tirón!”. Socorro.
Y es por eso por lo que decidí que NUNCA MAIS. Que me quedo con mi insomnio, con mis chuches y con mi aburrimiento y, si acaso, una valerianita.
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