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Canción para una siesta

Luis Medina

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La caravana multicolor del Tour de Francia se convierte en una bisagra que, coronando cualquier puerto pirenaico, divide el día en antes y después de la siesta. Una etapa comienza cuando una temporada futbolística termina.  Otras, acaban cuando ya hay nuevos equipos comenzando su pretemporada. El tiempo ha cambiado mucho de maillots desde que era niño. La vida va lanzando su continuo “sprint”. El Tour me recuerda los inicios de veranos eternos. Hoy sabemos que la eternidad no existe más allá de determinados momentos. Tiene fecha de caducidad, y en épocas de crisis se puede incluso cambiar por una de consumo preferente.

Yo sé que mi eternidad ya perdió la garantía. Así que la voy remendando en múltiples pequeños espacios de donde parezca imposible deshauciarme. Están llenos de música. Por eso, sé que un día, espero que lejano, cuando ya no pueda zurcirla más, en vez de ver pasar mi vida por delante escucharé una larga banda sonora. En ella estará presente todo lo que amo. Un pelotón de cientos y cientos de canciones, piezas instrumentales, óperas y sonatas, huaynos y boleros, clásicos del jazz y una cabecera de vuelta ciclista donde Paul McCartney cantaría “Don't say goodnight tonight”. Entonces, llegarán a la meta Galdós e Indurain, Cubino y Álvaro Pino, Eric Caritoux, Rominger, Hinault y Millar. Sean Kelly y Laurent Fignon. Para mi sorpresa, aparecerá Butragueño celebrando goles en Querétaro y el gol de Zidane para la novena. Y, claro, muchas personas y cosas que pertenecen a mi ámbito estrictamente personal. Un largo pelotón. Un largo “sprint” que me sorprenderá durmiendo.

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