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El verdadero origen de la Semana Santa cordobesa

Rafael Ávalos

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La actual realidad cofrade de la ciudad tiene sus inicios en 1849, cuando después de tres décadas sin procesiones en la calle, las hermandades comienzan a recuperar la tradición

Es en torno al Concilio de Trento, con el espíritu de la Contrarreforma, allá a mediados del siglo XVI, cuando la Semana Santa comienza a tomar forma en todo el territorio español. Aunque anteriormente existían cofradías, éstas se ven impulsadas en dicho período. Empiezan a surgir las primeras hermandades de penitencia, las de Sangre principalmente. Sin embargo, este primitivo origen de la celebración religiosa en Córdoba debe de llevar al análisis de otros acontecimientos acaecidos durante el siglo XIX que son, verdaderamente, el contexto del cual nacen gran parte de las corporaciones penitenciales. La actual Semana Santa cordobesa es resultado de una obligada y no poco compleja tarea de resurgimiento al final de la primera mitad de esa centuria. Se trata de una historia quizá desconocida para la mayoría de cofrades de la ciudad y aún más para quienes no lo son. Una historia que, por los hechos que recoge, explica esa “sevillanización” de las hermandades cordobesas que tanto debate, incluso antipatía, genera en ocasiones. Como todo, esa situación tiene una clara causa; hay razones de que así sea.

¿Cuál es el auténtico origen de la Semana Santa de Córdoba? Hay que acudir a 1819 para encontrar la respuesta, que ofrece a la perfección Enrique León. Tiene su inicio la actual realidad cofrade de la ciudad en “un hecho traumático” que se produce en el citado año y que “es el edicto del Obispo Trevilla”. Éste “viene a obligar a las cofradías a dejar de salir en sus días y a realizar únicamente una procesión el Viernes Santo, que se convierte en la procesión Oficial del Santo Entierro”, expone León. La postura de Pedro Antonio de Trevilla, “lo que hace, por así decirlo, es dar la puntilla a una situación que tienen las cofradías de crisis brutal, ya que a inicios del siglo XIX han sufrido las exclaustraciones y la invasión francesa”. De hecho, esta última etapa termina con “gran patrimonio histórico camino de Francia, patrimonio que no vuelve”. “En inventarios de algunas cofradías se tiene constancia de algunos elementos que tuvieron que ser importantes y que no volvieron, desaparecieron en el conflicto”, indica quien en 2012 abordara este tema como pregonero.

A esa circunstancia de pérdida patrimonial se hubo de sumar después el mencionado edicto de Trevilla, cuya consecuencia fue, poco menos, que la demolición de la realidad cofrade en la ciudad. “Hay prácticamente 30 años sin Semana Santa en la calle”, expone León. Es esa situación la que genera que de modo obligado las hermandades cordobesas necesitaran de una referencia cuando en 1849 comenzara su resurgimiento, o lo que en realidad fue el verdadero origen de esta celebración religiosa, también en aspectos culturales y artísticos, en Córdoba. Entonces, “el Ayuntamiento toma la iniciativa de configurar una Semana Santa para la ciudad, porque es la única capital de Andalucía que no la tiene” y “además se da el hecho de que la poca nobleza que sigue existiendo en Córdoba se va a Sevilla a ver cofradías”. Por tanto, la mirada a tierras hispalenses “va en el ADN del cordobés, puesto que sufre un acontecimiento traumático” y no es otro que esa desaparición de su tradición. Durante tres décadas, las corporaciones que subsisten “únicamente realizan actos internos, actos de culto, el Triduo Sacro en Semana Santa”, pero no hacen estación de penitencia en la calle.

Cierto es que las decisiones de los obispos ilustrados “no es un panorama extraño en la Semana Santa de toda España”, aunque en otros lugares como la propia Sevilla lograron resistir y continuar adelante. En ese sentido, tiene especial importancia el hecho de que en la capital de Andalucía las cofradías tuvieran mayor peso social. No sucedía eso en Córdoba, donde en 1849 el Ayuntamiento, “por unas cuestiones que se podían considerar turísticas y un panorama político favorable a la religiosidad popular”, promueve la recuperación de la celebración cofrade, que en los primeros años transcurre con la procesión oficial del Santo Entierro en Viernes Santo. Comienza entonces el trabajo de las hermandades para “buscar a personas que guardaron como oro en paño elementos patrimoniales para salvarlos de la quema de esa situación”. “Van a determinados vecinos de las collaciónes que conservan alhajas de la Virgen y elementos de las cofradías y las vuelven a poner en servicio, como sería el caso de Jesús Caído” e incluso necesitan acudir a parroquianos que recuerdan cómo se organiza una estación de penitencia para poder formar sus primeras juntas de gobierno. “El vacío patrimonial desde el punto de vista humano era brutal”, señala León. Se trata, por tanto, de una partida de cero, que tiene, como ya quedó apuntado, como referencia a Sevilla. No en vano, “sin ese modelo no hubiera sido posible” recuperar la Semana Santa en la ciudad.

Sea como fuere, tras los primeros pasos en 1849, con la procesión oficial del Viernes Santo, en la que suelen variar las cofradías, éstas empiezan poco a poco a tomar entidad propia e intentar salir otros días. Claro está, previo permiso de la autoridad eclesiástica, que al igual que la civil es en ese tiempo la idónea para que de manera progresiva la Semana Santa de Córdoba sea de nuevo una realidad. Atrás quedan 30 años de inexistencia en este sentido; tres décadas que, en cierto modo, borran la memoria de las hermandades y de sus señas de identidad, les conferían antes del edicto del Obispo Trevilla un sello propio a la celebración cordobesa. Ejemplo son las peanas sobre las que salían a la calle las imágenes, peanas que actuaban de pasos y de las que en la actualidad apenas quedan testimonios. De manera ininterrumpida apareció sobre una Nuestra Señora de los Dolores, si bien ésta pieza sigue siendo utilizada por la corporación de San Jacinto. También significativa es la de Nuestra Señora de las Angustias o las existentes en algunas parroquias como San Nicolás de la Villa, San Andrés o la peana barroca del Cristo de Gracia.

Otro elemento muy cordobés eran la cruces guionas. En la etapa “pre Trevilla”, la cruz de guía era portada en parihuelas.. De estas piezas se conservan por ejemplo en la ya citada parroquia de San Nicolás de la Villa o en San José y Espíritu Santo, así como la que llevó Jesús de la Pasión en el Vía Crucis de la Agrupación de Hermandades el primer sábado de Cuaresma. “Son elementos conservados en las iglesias que se podrían recuperar”, como recuperó el Santo Sepulcro el culto del descendimiento del Cristo. Precisamente de esta corporación es hermano mayor Enrique León, que como historiador y arqueólogo, apunta que los datos sobre el pasado de la Semana Santa de Córdoba se recopilaron, pero no se interpretaron. Y eso es lo que quizá necesita nuestra Semana Santa, una reinterpretación, una búsqueda que según la opinión de León se da todavía “y el hecho que lo certifica es que aún exista el debate sobre si se debe de hacer estación de penitencia en la Catedral” o “el hecho de que las túnicas no sean de los hermanos”.

Esta última circunstancia es también producto de aquella situación y de la prohibición de túnicas y cubrerostros dictada por el obispo Cebrian, décadas después de 1849 será el Ayuntamiento el que se encargue de adquirir distintos hábitos para ser repartidos entre las cofradías, las cuales las repartían entre sus hermanos. La situación imposibilitaba que éstos pudieran pertenecer a sus miembros. En definitiva, la Semana Santa de Córdoba se tuvo que reinventar, tuvo que resurgir de la nada después de 30 años. Fue necesaria la referencia sevillana y el trabajo de las hermandades que subsistieron, de quienes guardaron elementos patrimoniales o de esas personas que recordaban cómo eran aquellas procesiones de décadas atrás. Revisada la historia, la respuesta está clara. ¿Cuál es el verdadero origen del espíritu cofrade cordobés? La mitad del siglo XIX.

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