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Maldita madurez

Víctor Molino

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Pocas veces se cae en la cuenta de que hay personas vivas que están muertas. En realidad, en el proceso educacional del ser humano, esta posibilidad apenas se contempla.

Convendría mostrar en edades medianas, durante el proceso de adolescencia y en la edad universitaria, cómo habitan individuos de la misma especie en lugares donde lo más bonito que se puede ver es la sonrisa de un mellado.

Existen lugares donde muchas personas, unas por trabajo y otras por humanidad, dedican su tiempo a quienes sin ser conscientes de lo que son y de lo que han sido fastidian la convivencia del que tiene al lado sin percatarse de ello.

Se trata de ciudadanos que sin tener en cuenta su dignidad por condiciones mentales, demencia o enfermedad mezclan ideas, palabras u ocurrencias imprevistas para vomitar diálogos de cariz incongruente.

Es evidente que esta personas no gozan de la libertad que otorga la buena salud mentad. Son personas enfermas, ancianas, personas que necesitan del cuidado y dependencia de otros. Hombres y mujeres que han podido ser brillantes y que ultiman su vida esperando que les llegue una pronta huída de lo terrenal.

Hoy en día, apenas se cae en la cuenta de una coyuntura así, ya sea a uno mismo o a algún familiar cercano, le puede tocar de cerca una situación parecida. Por eso es tan importante que esto se enseñe, que se divulgue, que se aproxime al hombre.

En sociedades como la española, donde la esperanza de vida es elevada, este tema apenas aparece reflejado en las parcelas de la actualidad educativa o informativa. La gente necesita saber que hay un gran número de personas que vive dramas de estas características.

Los hay con recursos propios o familiares que les permiten sostener sus vidas. Pero hay quien no puede contar con ello. Para eso está el Estado. Pero este, no siempre puede responder. Las autonomías cuentan con centros propios y especializados, con residencias de acogida cuyos fondos dependen siempre de los malditos presupuestos.

En tiempos de recortes, como se conoce, estos tienden a tomar línea descendente. Así, de manera directa, quienes necesitan el máximo, se tienen aguantar con el mínimo. Quienes se encargan de cuidar y dirigir estos centros se ven obligados a hacer de tripas corazón, que diría aquel, para mantener la más digna calidad de vida.

En estos centros públicos –en los privados, también- se pueden ver a diario auténticas acciones de caridad. Se pueden ver milagros con ancianos; hechos dignos de ser reconocidos.

Lo lamentable es que estos pocas veces se cuentan. Por eso, este humilde texto. Con estas líneas tan sólo se pretende hacer caer en el conocimiento del lector, sin ánimo agorero, de que el futuro, al margen de lo incierto, también prepara realidades así.

La suerte, ese factor diferenciador del buen y del mal destino del hombre, puede no ser siempre favorable. Conviene conocer de cerca dicha parcela cotidiana. Alrededor de los ancianos, seniles y enfermos, hay personas bondadosas. Alrededor del ser humano también existe la crueldad.

Intencionada ésta o no, el final de la vida siempre resulta un drama. En ocasionas, un drama previsible, en ocasiones, una ingrata sorpresa. Sería bueno caer en la cuenta de vez en cuando. Maldita madurez.

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