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Algunas falsedades sobre la inmigración

Una mujer inmigrante y su hija
15 de mayo de 2024 20:14 h

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En las recientes elecciones catalanas, Vox y el Partido Popular, o mejor dicho su presidente Alberto Núñez Feijóo, han arremetido contra los inmigrantes sintonizando con las voces de los partidos de ultraderecha europeos, incitando a la xenofobia con mentiras y medias verdades, todas, igualmente reprobables. Intentaremos en estas líneas arrojar algo de luz sobre un asunto tan complejo como es la inmigración.

Para empezar, no hay que perder de vista que desde los remotos antecesores de los humanos modernos que llegaron a Europa procedentes de África, los movimientos migratorios no han parado de sucederse. “La historia de la humanidad es la historia de las migraciones”, tal y como escribía el presidente de Abc Asturias, Luis Suárez Mariño en 2018. Probablemente algunos de nosotros tenemos algún antecedente familiar que emigró en algún momento. Seguramente muchos tenemos hijos, parientes, amigos o algún conocido que ha tenido que emigrar. Y en todos los casos hay una motivación común, la búsqueda de nuevas oportunidades, de mejores condiciones de vida. Sirva como ejemplo el periplo vital de un mito del fútbol mundial como es Alfredo Di Stefano (1926-2014) que en Gracias, vieja dice “nací en el barrio de Barracas, Buenos Aires, que recibe este nombre por sus barracas, parecidas a las de Valencia” y cuenta que su familia partió de Capri con destino a New York en busca de oportunidades que no encontraron y llegaron hasta la Argentina para finalmente triunfar en España. O valga como muestra un país como Estados Unidos, históricamente levantado por inmigrantes europeos.

Según estima el Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Derechos Humanos, unos 281 millones de personas residen actualmente fuera de sus países de origen, lo que representa un 3,6% de la población mundial y más de la mitad de la población europea. Las causas por las que un número cada vez mayor de personas se ven obligados a abandonar sus hogares se debe a una compleja combinación de factores entre los que cabe destacar la guerra, los regímenes políticos autocráticos, la pobreza, las consecuencias del cambio climático y la sequía.

En la actualidad, en un mundo globalizado, las desigualdades entre países se han disparado y los medios de comunicación globales han mostrado a los más desfavorecidos cómo se vive en los países más desarrollados. Ya en 2002, Ana Palacio, ministra de Asuntos Exteriores con el Gobierno del Partido Popular, reconocía en el Periódico de Aragón que “la pobreza separa el norte del sur del Mediterráneo”. La renta per cápita promedio de los países del Magreb y el Sahel es de 1.063,55 euros lo que significa 25 veces menos que la de los países europeos mediterráneos más próximos. No debería extrañarnos que España, dada su posición geográfica, reciba inmigrantes de África y sea un lugar de paso hacia países más prósperos que el nuestro. Algo similar sucede con los países del continente americano que son para España fuente de inmigración, aunque en este caso nos unen vínculos históricos y culturales que pueden facilitar su integración. La desigualdad es la principal causa de la inmigración, como lo es de su dispar distribución en el interior de nuestro país, donde el porcentaje de jóvenes inmigrantes en Extremadura es algo más del 7% frente al 36% de Cataluña. El efecto llamada en algunos casos ha sido más explícito; así lo fue la decisión de la democristiana Ángela Merkel en 2015 que facilitó la llegada a Alemania de un millón de inmigrantes de origen asiático, fundamentalmente de Siria y también de Turquía, Irak, Irán y Afganistán de más compleja asimilación o inserción.

Volviendo a España, según FUNCAS, en marzo de 2024 los inmigrantes representaban el 18% del total de la población, unos 8,8 millones. Cada uno valore esta cuantía. En cualquier caso, en un país donde la natalidad no alcanza los 1,16 hijos por mujer en 2022 (INE), la población no ha parado de aumentar; según datosmacro.com y el INE, se ha pasado de 40.665.545 habitantes en el 2000 a 48.692.804 a 1 de abril de 2024. Y ha sido la recepción de inmigrantes la que ha compensado la disminución persistente de la natalidad. Sin su aportación el país no habría logrado las cotas de prosperidad que conocemos hoy. Según un informe de CITIGROUP y otros organismos como la OCDE y el CIDOB, las economías del sur de Europa, incluida España, habrían crecido entre un 20% y un 30% menos en ausencia de inmigrantes entre 1990 y 2015.

Y recientemente, Jahel Queralt, profesora de la Universidad Pompeu Fabra, ha reforzado lo anterior en un artículo publicado en El País, sobre la base de un estudio del economista Michael Clemens, quien afirma que si se eliminaran todas las barreras migratorias el PIB mundial aumentaría entre un 50% y un 150%. En un supuesto menos ambicioso, podría incrementarse un 10% la productividad global permitiendo que solamente el 7% de la población mundial emigre. Así pues parece claro que para mantener nuestro sistema de vida necesitamos acoger a inmigrantes que compensen la falta de nacimientos, de acuerdo con las proyecciones del INE que alcanzan hasta el año 2070.

El manoseado mito de que los inmigrantes nos quitan el trabajo es una falsedad mayúscula. El modelo de crecimiento económico vigente en nuestro país intensifica el efecto llamada, como anticipaban en 2011 María Bruquetas y F.J. Moreno Fuente en El País. El desarrollo de sectores de actividad intensivos en factor trabajo y baja productividad como la construcción y la agricultura y más recientemente la hostelería, el turismo, el trabajo doméstico y la dependencia demandan mano de obra de escasa cualificación y que no es cubierta de manera satisfactoria por los nativos, que pueden aspirar a salarios más altos en sectores generadores de mayor valor añadido. Los inmigrantes no nos quitan el trabajo. ¿Cómo es que las organizaciones patronales no corrigen la deriva de los partidos derechistas? Y no ya sólo por respeto a la verdad y a los derechos humanos, sino por la necesidad de trabajadores en sectores básicos para la economía.

Otro mito fácilmente desmontable es que los inmigrantes parasitan la Seguridad Social. Basta con atenerse a los datos. De los 8,8 millones de extranjeros en España, también según FUNCAS, el 42% de ellos tienen edades comprendidas entre los 25 y 44 años, porcentaje algo superior al de la media europea que es 37%. Esto es, la mayoría son jóvenes que no son usuarios habituales del sistema sanitario y que apenas incurren en gasto farmacéutico, en relación con la población nativa mucho más envejecida. Por otro lado, además de ayudar a dinamizar la economía del país, contribuyen con sus impuestos y cotizaciones sociales al gasto sanitario de los demás, por no hablar de su aportación al sostenimiento de las pensiones. En palabras de Jahel Queralt: “Lejos de ser una carga para el contribuyente, en España los inmigrantes son acreedores de nuestro sistema de Seguridad Social. Representan el 10% de los ingresos y el 1% de los gastos”.

Fernández Cordón subraya algunas ventajas económicas de los inmigrantes, pues llegan al mercado de trabajo sin que los costes de crianza y formación hayan recaído sobre el contribuyente y que, puesto que son más jóvenes que la media de la población nativa, son personas en edad activa, casi sin dependientes. Y sugiere que “a las derechas que predican la amenaza a las ”esencias patrias“ y la supuesta competencia que sufren los españoles en lo laboral y en lo social por parte de extranjeros pobres, habría que decirles que rechazar la inmigración es atentar contra los intereses de España”.

En la reciente campaña electoral en Cataluña, Feijóo y sobre todo Vox han vociferado otra falsedad sobre los inmigrantes, pues los han responsabilizado de la ocupación de viviendas y todo tipo de delitos, presentando cifras sesgadas que obvian el incremento de la población inmigrante. La verdad es que de acuerdo con las estimaciones más pesimistas, las okupaciones se atribuyen al 50% a nativos y a inmigrantes. Pero en uno y otro caso, son los jóvenes los que las protagonizan y, a nuestro juicio, habría que analizar las causas; pues las penosas condiciones laborales que sufren con bajos salarios y falta de estabilidad pueden tener algo que ver, sin olvidar la prevalencia histórica de la venta de pisos sobre el alquiler social en las políticas de vivienda de este país. Mejorar las condiciones laborales de todos los jóvenes y facilitar su acceso al alquiler social son aspectos insoslayables para una sociedad más segura y de prosperidad compartida.

No es de recibo sembrar el rechazo y el odio al “extranjero”, porque no es que el futuro será irremediablemente mestizo, sino que el presente ya lo es. Cualquiera que haya viajado por Europa o por la costa levantina o sea aficionado a los deportes, o simplemente viva en las principales capitales de España, habrá observado la diversidad de gentes que se sientan en las canchas o componen el paisaje urbano. De lo que se trata es de acometer las reformas necesarias tanto en los países receptores como en los de origen de la inmigración, para que perdamos el temor al mestizaje.

En colaboración con la UE, España tendría que promover una inmigración ordenada en función de la capacidad de absorción del mercado de trabajo y de la capacidad para integrar debidamente a los recién llegados; para ello serán necesarios políticas y recursos. Además habría que implicar a la Unión Europea en colaboración con los países fronterizos en la desarticulación de las mafias que trafican con personas en pleno siglo XXI. Por otro lado, es imprescindible incentivar la formación profesional e invertir en infraestructuras en los países de origen, lo que les beneficiaría tanto a ellos como a los países de destino de la inmigración. Hace ya muchos años, Darío Valcárcel proponía en Abc la construcción de una línea férrea que uniera por la costa mediterránea ambos extremos de África.

Ante la amenaza cultural que podamos sentir los autóctonos por la llegada de personas de coordenadas culturales en conflicto con los valores democráticos, la respuesta de las instituciones debería orientarse a facilitar una formación ciudadana democrática, con especial énfasis en la igualdad de género; cuestiones, a nuestro juicio, más relevantes que los conocimientos, excesivamente académicos, que se exigen en la actualidad para acceder a la nacionalidad. Estas actuaciones podrán complementarse, tanto en España como en el resto de la Unión Europea, con iniciativas dirigidas a favorecer una valoración positiva de la diversidad por parte de los ciudadanos y para prevenir contra la desinformación y los bulos. La formación cívica y democrática la necesitamos todos.

Entre tanto, no deberíamos olvidar que “la llegada de personas migrantes a través de la frontera europea constituye un inaceptable saldo en vidas y vulneración de derechos. Es resultado de políticas que olvidan que detrás de cada decisión de abandonar una casa, un trabajo y una vida, hay personas a las que proteger y garantizar sus Derechos Humanos”. La cita es de Cáritas.

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