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La Hispanidad y el milagro de la tortilla de patatas

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Antonio Monterroso

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Nada hay menos español que el sustento de una tortilla. Pocas cosas hay menos maravillosas que ese milagro español de todos los días. Fíjense la conmoción: Para que una tortilla de patatas exista un fenicio tuvo que traer desde oriente sus gallinas a Tarteso. Después, desde las Indias de Occidente el tubérculo llego a Canarias, donde esparció familia y saltó al sur de Europa. Dos “conquistas”, dos migraciones y dos sociedades únicas en su vanguardia científica, social, política y técnica hicieron falta para que se generara esa maravillosa y única fusión ecuménica.

En nuestra Hispanidad nos hemos olvidado de medio mundo, ese que está en oriente y que forma la mitad de nuestra tortilla. Llamamos Iberia a algo que sólo los griegos decidieron llamar de ese modo. Como la Iberia del Cáucaso, porque así quisieron quizás los helenos simbolizar las tierras ricas en metales. O por la cantidad de ríos llamados Híber que acabaron existiendo. No es nuestro topónimo, no es nuestro origen.

Los fenicios llamarón Ispal o Spal a la posterior Hispalis, Sevilla: tierra ante el agua (Sevilla era mar en época fenicia) o península. De esa misma raíz nació Hispania, que más que tierra de conejos volvía a ser final una gran tierra ante el gran agua, antes del Océano, ese fin del mundo, tanto para cananeos como para romanos Los romanos recuperaron el nombre oriundo desterrando el exógeno Iberia llamando a nuestra tierra Hispania. Los bizantinos, gentes nuevas del este, volverían al habito oriental con Spania hasta que Al-Ándalus mutó esa tradición, por algún tiempo, dando orgulloso origen a mi Andalucía, hasta entonces Hispania/Spania. Felipe II y los Austrias se titularon con el magnánimo Hisparorum Rex, aunque para ese tiempo la Antigüedad había ya puesto la mitad del trabajo.

América nos trajo el segundo ingrediente, la patata. Y con ella muchísimas cosas, entre ellas, la hermandad. Los españoles legaron allí, mejorado, lo que un día trajeron los fenicios: arquitectura y urbanismo, torno rápido, gallinas, olivo, vid, ingeniería naval y navegación, hierro y metalurgia industrial, arado desarrollado, alfabeto, escritura, literatura, artes…. Sí, los fenicios nos trajeron todo eso, tan nuestro. Con los griegos y romanos todo ello se acrecentó: así vio nacer América ciudades llamadas Córdoba, Mérida, Granada, Toledo o Medellín, donde raíces turdetanas y latinas se fundían en una toponomástica que viajó donde jamás se imaginaba. Bizantinos, visigodos y mis andalusíes acrecentaron todo ello. América lo tomó, lo asumió, lo desarrolló y lo devolvió, otra vez, para generar el mejor mundo de innovación y desarrollo de cuantos pudo haber en la historia pre-derechos humanos y predemocrática en la que ya vivimos.

Desde el estado moderno a la medicina, desde la arquitectura al agua corriente, desde la ingeniería agrícola a la naval, desde una cabaña a una casa, desde la inoperancia al alfabeto y la literatura, los españoles no hicieron nada más meritorio ni menos increíble de cuanto hicieron en Hispania fenicios y romanos. Como fenicios y romanos, avanzaron el progreso de la Humanidad como nadie hasta el momento. Fíjense otro detalle: Un mundo global tan actual ya estaba en el vientre comercial de aquel Galeón de la Manila española que recogía mercancías orientales en Filipinas y las conectaba con Europa a través del Pacífico y América, como tantas otras cosas.

Cada uno puede celebrar la Hispanidad como guste, si gusta. A mí nadie me va a fastidiar un auténtico milagro ecuménico de innovación agrícola y marítima desde Tiro hasta Cuzco con un amigo libanés y uno argentino: una tapa de tortilla.

Feliz hermandad

@AntMonterrosoCh

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