Yo soy el portero
El flaco ése hijo de puta recibió un pase adelantado perfecto y se perfiló a puerta, buscaba el palo corto. Le vi las intenciones al muy cabrón y lo cerré lo más que pude. La bola me pegó en la mano y, después, en la nuez. La paré. No fue gol, pero casi. Ese flaco hijo de puta vestía una camiseta del Atleti de Madrí en esa pachanga de colegas que dejan de serlo en la cancha.
“Qué cabrón, la has visto”, me dijo camino del túnel. “Pues claro, payaso, la estabas telegrafiando, sólo tuve que tirarme y hacer el rana: un truco de porteros malos, por si le dan al muñeco. Y le diste”, le respondí.
Nunca se es demasiado viejo para dejar el fútbol de potrero, nunca se acaba la infancia, nunca se renuncia a los colores de tu equipo. Mientras, aprendes cosas. Meanwhile, si se me permite el anglicismo.
Una de las cosas que aprendes es la fulminación. Como del rayo.
Aquel fino extremo no metió el gol pero me susurró en el vestuario Ahora bien, ¿crees en el tiempo? Esa extraña magnitud que envuelve las estaciones y hace de nuestras vidas elementos infinitos. Otros le llaman cicatriz.
“No le des más vueltas, Nacho, te la paré”, le dije mientras me quitaba los guantes.
A la ducha. Y a tomarse una cerveza.
Empate.
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