El desencanto
Algo de lampedusiano tienen los debates de mi España. Debates que no tengo huevos ni paciencia para ver, todo sea dicho. Me gusta escribir “España” porque me gustaría ser Manuel Vilas cuando sea mayor y todo esto me importe una o varias mierdas.
A Manuel Vilas le duele España y a mí la cabeza; por eso tomo paracetamol efervescente y vino tinto barato (cuando sea socialdemócrata tomaré tinto del caro y diré palabras mágicas como “retrogusto”, “redondo en boca” o “taninos”, y todo me la sudará). Ah, la magia…
En vez de ver debates vuelvo a ver “El desencanto” y la burguesía arde lenta y constantemente. Todos están muertos menos yo. No es que yo sea inmortal, simplemente resisto. La hoguera sigue crepitando. “Crepitando” es un gerundio fantástico. Da sensación de eternidad, creo.
Yo tengo algo de fiebre. No mucha. La suficiente.
Me parece justo que la mujer más triste que conozco se llame Felicidad.
No tengo nada más que decir sobre esto.
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