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La confianza

Juan José Fernández Palomo

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A partir del próximo primero de enero entrará en vigor la norma que prohibirá el uso de aceiteras rellenables en restaurantes y otros servicios de hostelería. Lo aprobó el penúltimo consejo de ministros del gobierno del Reino de España que sigue preocupándose de las cosas que le interesan a la gente; o a algunas gentes, o a su gente, o a alguna gente amiga de su gente.

El principal argumento-excusa al que aluden para la entrada en vigencia de esta norma se define en una bonita palabra: “la confianza”.

Así pues, se ve que no podemos seguir confiando en el que te sirve la tostada cada mañana, no es bueno depositar la confianza en la cooperativa aceitera de tu pueblo, que bastante problemas tiene con la que está cayendo -y con el frío o el agua que cae o no a destiempo- y te vende el aceite del primer prensado a granel. Tampoco ha sido buena cosa confiar durante años en los fenicios, los romanos o los árabes que nos enseñaron a usar vasijas, tinajas o alcuzas para usar y transportar el zumo laico y sagrado de la oliva. Ni mucho menos en el maestro vidriero que, de un soplo, nos dejo una frasca traslúcida para que la luz no oxide lo que los poetas de andar por casa y ferias turísticas denominan “oro líquido”.

Cuestión de confianza. ¡Qué cosas!. Adiós, pues, a la firme esperanza que hemos tenido de alguien o de algo.

Si yo fuera un mal pensado, imaginaría frotándose las manos (con aceite, obviamente, que es muy bueno) a quien diseñe, fabrique y comercialice las botellitas irrellenables de aceite para metérselas dobladas a la cooperativa porque si no las compra no vende su aceite al hostelero que pagará más por ellas y así servirlas (subiendo el precio, pero no mucho o no vienen a desayunar) al cliente al que le costará un poco más su café y media con aceite y tomate.

(Aquí una nota: es posible, muy posible, que siguiendo el tópico, ese cliente pueda ser un funcionario trabajador de la función pública, gran desayunador, al que le han congelado el sueldo y eliminado la paga extra. -sigue la nota: ¿Acabaremos presenciando un botellón de funcionarios desayunadores comprando a escote aceite extraño y baguettes precocinadas del chino de la esquina? ¿dejarán de desayunar? ...)

La confianza, la confianza... Me acuerdo del único verso que recuerdo de la única canción que escuché de Ramoncín: Muerte en Putney Bridge, decía: “si muere Lennon en quién vas a confiar”.

Entonces Ramoncín era un enérgico rockero punky de primer prensado, joven y ligeramente ácido, el rey del pollo frito. Hoy es un oxidado tertuliano.

Absolutamente irrellenable.

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