Abuela
Mi abuela vio por primera vez el mar a los 71 años cuando su hijo mayor, mi padre, la llevó con nosotros a pasar un veraneo en la Línea de la Concepción. Mi abuela era muy graciosa y hablaba mucho habitualmente pero cuando vio el mar se quedo prácticamente muda.
Al cabo del rato sólo dijo: “¿y eso qué hace aquí?” señalando al Peñón de Gibraltar. Parecía molestarle.
A veces pienso que ese sincero desdén geopolítico de mi abuela la hubiera convertido en una gran ministra de asuntos exteriores o, al menos, una diplomática solvente. Para resolver conflictos de manera simple como si la navaja de Ockham fuese suya.
Me he acordado de mi abuela esta mañana porque he visto llover un rato y hacía mucho tiempo que no lo veía. Las gotas que caían en las aceras me parecían algo así como un prodigio, un fenómeno. Creo que he visto la lluvia con los ojos con los que mi abuela vio el mar. Era miope como yo. Tal vez sea genético.
Mi abuela iba todos los sábados a misa de siete. A la iglesia de Las Esclavas y nunca dejaba limosna en el cepillo. Decía que las “monjitas no necesitan nada, las pobrecitas”.
Mi abuela era franquista, decía ella, y una vez me dijo que si la hubiesen dejado, ella hubiese votado a Franco. Creo que mi abuela era un genio. La echo de menos. Hoy pondría algo de cordura surrealista viendo conmigo los telediarios compartiendo su horroroso guiso de coles con patatas.
Mi abuela era tan viuda que parecía soltera a pesar de tener ocho hijos vivos. Una vez estuvo a punto de ir al Valle de los Caídos en una excursión organizada por la parroquia del pueblo pero al final no pudo ir. Sí, como he dicho, al menos vio el mar antes de cascarla.
Aprovecho ahora para contar que tengo unos amigos en el Campo de Gibraltar que a la Línea de la Concepción le llaman “La Raya de la Conchi” y salen todos los viernes por la noche como si el mañana fuese una entelequia y el ayer la nada.
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