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Sobre este blog

Padre imperfecto, primo hermano de Orlando, feminista en construcción, jurista nómada, cinéfilo “aguafiestas”, además de egabrense y catedrático de la UCO. Llevo años estudiando desde el punto de vista jurídico, pero no solo, los problemas y los dilemas de la igualdad. He publicado libros como El hombre que no deberíamos ser, Autorretrato de un macho disidente o John Wayne que estás en los cielos. Empeñado en mirar con lentes feministas, a lo Siri Hustvedt, la realidad y su reflejo en las pantallas, me quedé tocado cuando vi Thelma y Louise en el Cine Isabel la Católica.

Todavía hoy, mientras releo a Virginia Woolf, sueño con escribir un final distinto para la historia. Mientras llega ese happy end, no dejo de ver películas en las que busco las respuestas que no me ofrecen ni el Derecho ni Boyero. Imaginando un mundo con menos palomitas y más conversación.

'Fallen leaves': ella, él y Chaplin

Escena de Fallen Leaves, de Aki Kaurismaki

Octavio Salazar

3 de enero de 2024 06:00 h

1

Las salas de cine continúan siendo para mí ese espacio en el que me refugio y me salvo. En el que, como si fuera un ritual laico, vivo una suerte de epifanía, siempre, eso sí, que la película es capaz de sacudirme por dentro. De herirme y de sanarme al mismo tiempo. Ningún lugar mejor pues para huir del ruido ensordecedor de las navidades, de la feria en que hemos convertido estos días, de los colores estridentes y brillantes que nos engullen y se nos atragantan, como los mantecados que se nos quedan pegados en el paladar. Amenazándonos con quedarse ahí para siempre. Después de un año en que he disfrutado de muchas películas en la pantalla grande, no podía imaginarme que la última del 2023 sacudiría todas las anteriores y me reconciliaría con ese cine aparentemente pequeño que, sin embargo, nos habla de la Humanidad con mayúsculas. Con amor y con humor. Con ese lenguaje tan peculiar que Kaurismäki despliega y que lo sigue manteniendo como un outsider. Fallen leaves, que arrastra melancolías y pesares,  pero que sin embargo llega a un final esperanzado, es una de esas historias que nos hablan de nosotros mismos y muy especialmente de esa parte del mundo que no nos atrevemos a mirar. La de los pobres, la de los solitarios, de los expulsados del sistema, la de los supervivientes. La casi imposible historia de amor de Ansa y Holappa es el reverso de Love actually. La antítesis del dorado hortera de estas fechas y de los acontecimientos que, supuestamente felices, compartimos y aplaudimos en las redes sociales. La trastienda del Mercadona y de El Corte Inglés.

Con algunos de los encuadres más bellos de los últimos años, y que tanto nos recuerdan a las pinturas de Hopper, y con una banda sonora llena de canciones en la que es fácil identificar toda una gama de emociones diversas, Kaurismäki nos ofrece un retrato de los márgenes. De los seres humanos que los habitan y que, más allá de la vulnerabilidad que todos y todas compartimos, sufren la precariedad a la que los condena un sistema que no sabe de justicia, ni de redistribución, ni apenas de derechos, por más que formalmente vivamos en esa parte del planeta que de manera grandilocuente bautizamos como Occidente democrático. A través de los rostros, de las vestimentas, de los espacios en los que viven, el director nos da las todas las claves, sin que sean necesarios subrayados ni proclamas. Es decir, todo lo contrario al discurso tan evidente, y tan poco cinematográfico, que malogra por ejemplo buena parte de las obras de Ken Loach. Fallen leaves, por el contrario, y como hace el buen arte, se sirve de los detalles más aparentemente superfluos – los colores (ese rojo que viste a la protagonista), la luz, la música, los silencios – para retratarnos las heridas que acumulan todos los personajes que desfilan por la película. Los parias, que diría Galeano, que pese a sus dificultades, tratan de encontrar un sentido al pozo de sus días. En un karaoke, en el cine, en una botella. A solas todos y todas frente a la frialdad de un mundo en el que no caben perdedores. Donde con voz firme y agria mandan quienes marcan los precios. El grito del que manda y el silencio del que obedece. Un trozo de hielo que el director finlandés se atreve a romper con humor y con una profunda ternura hacia y todos y cada uno de los tipos que desfilan ante nuestros ojos. Impagable, en este sentido, “el rey del karaoke” y esas compañeras solidarias de Ansa. Sororidad capaz de abrigar en lo más frío del frío invierno. Ese en el que las adicciones son la medicina de tantos y tantas. Donde la soledad se dibuja en un plato solo, en una cama estrecha y en un alimento caducado. De fondo, la guerra, el desastre humano, la violencia, la pena mayor que la nuestra.

Y las películas, claro. Porque Fallen leaves es también una declaración de amor al cine. A las salas con nombres tan ditirámbicos y evocadores como Ritz. A las viejas carteleras desde las que nos enamoraban Delon, Belmondo o la Bardot. A las puertas de esos lugares en los que también se fraguaban pasiones y delirios. La antítesis de Tinder y First dates. El cine como un espacio de posibilidades y de utopías. De conversaciones y de fabulación. El que evoca Kaurismäki con ecos del Breve encuentro de David Lean, pero también y sobre todo con la ternura, el humor y la lucidez de Chaplin. Otro personaje de la historia.

Un hombre, una mujer y un perro en proceso de sanación. Otro perro, y van no sé cuántos – Robot dreams, Un amor – en este año donde tanto hemos releído a Donna Haraway. La esperanza. 2024. Las hojas en el suelo y la primavera por llegar. El milagro de reconciliarnos con el cine de verdad a través de una película que nos abre una pequeña rendija por la que es posible que expulsemos la melancolía. Fallen leaves y la vida, de un rojo intenso, desbordando pese a todo la cama pequeña. Cuando al fin necesitamos otro plato porque tenemos alguien con quien cenar, aunque solo sea una torpe ensalada y un espumoso servido en la copa más pequeña del mundo.

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Padre imperfecto, primo hermano de Orlando, feminista en construcción, jurista nómada, cinéfilo “aguafiestas”, además de egabrense y catedrático de la UCO. Llevo años estudiando desde el punto de vista jurídico, pero no solo, los problemas y los dilemas de la igualdad. He publicado libros como El hombre que no deberíamos ser, Autorretrato de un macho disidente o John Wayne que estás en los cielos. Empeñado en mirar con lentes feministas, a lo Siri Hustvedt, la realidad y su reflejo en las pantallas, me quedé tocado cuando vi Thelma y Louise en el Cine Isabel la Católica.

Todavía hoy, mientras releo a Virginia Woolf, sueño con escribir un final distinto para la historia. Mientras llega ese happy end, no dejo de ver películas en las que busco las respuestas que no me ofrecen ni el Derecho ni Boyero. Imaginando un mundo con menos palomitas y más conversación.

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