Grecia, la encíclica verde del Papa y la Justicia
El Reino de los Cielos es semejante a un rey que quiso ajustar cuentas con sus siervos. Al empezar a ajustarlas, le fue presentado uno que le debía 10.000 talentos. Como no tenía con qué pagar, ordenó el señor que fuese vendido él, su mujer y sus hijos y todo cuanto tenía, y que se le pagase. Entonces el siervo se echó a sus pies, y postrado le decía: "Ten paciencia conmigo, que todo te lo pagaré." Movido a compasión el señor de aquel siervo, le dejó en libertad y le perdonó la deuda. Al salir de allí aquel siervo se encontró con uno de sus compañeros, que le debía cien denarios; le agarró y, ahogándole, le decía: "Paga lo que debes." Su compañero, cayendo a sus pies, le suplicaba: "Ten paciencia conmigo, que ya te pagaré." Pero él no quiso, sino que fue y le echó en la cárcel, hasta que pagase lo que debía. Al ver sus compañeros lo ocurrido, se entristecieron mucho, y fueron a contar a su señor todo lo sucedido. Su señor entonces le mandó llamar y le dijo: "Siervo malvado, yo te perdoné a ti toda aquella deuda porque me lo suplicaste. ¿No debías tú también compadecerte de tu compañero, del mismo modo que yo me compadecí de ti?" Y encolerizado su señor, le entregó a los verdugos hasta que pagase todo lo que le debía.
La primera vez es esta que comienzo una columna de opinión con un pasaje del evangelio. Pero es que no puedo por menos que recordar ese momento del Evangelio de Mateo con todo lo que nos llega de Grecia.
Y es que es una obviedad decir que los griegos no han hecho muchas -demasiadas…- cosas bien. Eso, con cuantas más informaciones nos llegan, parece claro.
Pero a renglón seguido no se puede pensar sino en cómo todo un modelo económico condena a un país, con sus millones de ciudadanos, a saber a qué calamidades económicas. Cuando se habla de dinero, no hay perdón alguno pareciera. El dios Mercado y el dios Dinero, se llevan por delante lo que sea. La justicia más evidente, la que debería anteponer la persona a cualquier otra cosa, se viola en nombra de una pseudo justicia económica que no es sino la del usurero que busca cobrar y recuperar hasta el último euro de lo que le deben, caiga quien caiga.
Hace un par de semanas que se presentó la última encíclica del Papa Francisco -ya saben, una suerte de carta documento del Papa a toda la humanidad y más en concreto a todos los cristianos del mundo- y no por esperada y anunciado el tema del que se ocuparía, la ecología, ha dejado de causar menos revuelo.
Con el título en latín de Laudato Si, las primeras palabras con las que comienza la encíclica -que es como se nombran todos los documentos como este-, que se traduce por “Alabado Seas”, el texto es una reflexión holística sobre la tierra como hogar del hombre, como creación de Dios y como responsabilidad del ser humano.
Una visión humanista de la ecología, que asocia el problema medioambiental con las condiciones de vida de los seres humanos, y en especial con el aumento de la pobreza mundial. Es en el fondo una reflexión sobre la locura suicida de la humanidad, en la que anteponiendo el desarrollo económico, tecnológico y de consumo, el ser humano está adentrándose en una “espiral de autodestrucción”.
A lo que vamos.
El Papa en esa encíclica hace una muy dura reflexión contra el actual modelo de desarrollo enfocado sobre el consumismo y la obtención de lucro inmediato, contra la primacía absoluta del mercado de manera idolátrica -el dios mercado al que se la ha de sacrificar lo que sea, países enteros como Grecia incluidos…- denunciando “la incoherencia de quien lucha contra el tráfico de animales en peligro de extinción pero permanece absolutamente indiferente ante el tráfico de personas, se desinteresa de los pobres o intenta destruir otro ser humano que no le gusta”, y afirmando que el hambre y la miseria no acabarán “simplemente con el crecimiento del mercado. El mercado, por sí mismo, no garantiza el desarrollo humano integral ni la inclusión social”.
Hay una interesantísima apuesta por aportar a los problemas actuales algo de la mejor ética social de la Iglesia, vinculando la naturaleza a la humanidad, pero sobre todo señalando que no hay desarrollo social ni avance científico positivo sin el respaldo de la ética y la centralidad de la búsqueda del bien común por encima de intereses egoístas particulares.
Y precisamente eso es lo que vemos en Grecia.
Ya digo, que no han hecho cosas bien, es evidente.
Pero clama al cielo, que las instituciones económicas, los poderosos de este mundo, el mundo financiero al completo, sean capaces de tamaña opción por la inhumanidad de anteponer el vil metal a las vidas concretas de los ciudadanos de un país, ahogando, exprimiendo, presionando, hundiendo y condenando a todo un país por cobrar hasta el último céntimo que se le adeuda, en una opción que antepone el dinero a toda otra cosa.
¿Soluciones? No tengo, lo que si tengo claro es que ninguna vida es objeto de compra y venta. Que no puede ser lo económico el único motor que mueva nuestras sociedades, que jamás en nombre de la justicia podrá anteponerse las deudas a las personas. Con otra advertencia más… esa actitud, no hará sino llevarnos a una autodestrucción suicida, la que lleva a aniquilar la misma humanidad para convertirnos en usureros adoradores del dios dinero.
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