Una historia de papel
"Cada vez que cierra una librería se me pone un nudo en la garganta"
(Rafael Osuna. Librero)
Lo emocionante de esta declaración de principios no es la frase que ustedes ven a simple vista. Es todo lo que hay detrás de ella. Su propietario es un señor de barrio. El barrio de Santiago, para ser más precisos. Su infancia fue como la de miles de chavales de aquellos años tristes. Ustedes me entienden. Un día llegaron unos señores al colegio para ofrecer a los niños prácticas de formación profesional. Un taller mecánico, un establecimiento comercial, una fábrica de azúcar.
A nuestro hombre del titular le tocó una librería. Rafael Osuna no había leído nunca un libro. En su casa no había libros. Ni con la pasta dura ni con ilustraciones a todo color. No había libros. Los primeros días de prueba no fueron del agrado del muchacho. Trabajar con artilugios extraños sin utilidad aparente siempre es un incordio para cualquier niño.
Un día se le encendió la luz. Comprendió que si quería llegar a ser un profesional respetable estaba obligado a conocer la mercancía con la que trabajaba a diario. Se acercó a una estantería, alargó la mano, extrajo un libro y lo abrió. Hoy, cuarenta años después, es un ávido lector que devora todo lo que cae en sus manos.
Por eso, quizás, hace cinco años y medio se rebeló contra el cierre de la librería centenaria en la que trabaja en Córdoba desde 1974. Y por eso, también quizás, cada vez que cierra una librería en España se le pone un nudo en la garganta.
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