Amén
La sexualidad no es para el placer
Supongamos que el señor de la imagen no ha practicado relaciones sexuales en su vida. Imaginemos que, por razones de vaya usted a saber, se ha autoimpuesto una abstinencia carnal absoluta a lo largo y ancho de sus 73 años de existencia. Si fuera así, y no hay motivos para dudarlo, su conocimiento empírico sobre la materia de la que habla apenas daría para una charla de café. Toda la información acumulada al respecto provendría presumiblemente de la enciclopedia Álvarez y, en todo caso, del caudal tempestuoso que le proporciona el confesionario.
Sin embargo, monseñor es autor de una prolífica obra sobre sexualidad, que despacha en cómodos fascículos semanales. En su última carta pastoral, nos alerta de las amenazas que nos acechan si hacemos un uso inadecuado de una práctica que (presuntamente) solo conoce de oídas. Y lo hace con una contundencia verbal verdaderamente inquietante. Por ejemplo. El señor prelado sostiene que la sexualidad no es para el placer. Seguramente porque este último concepto entra dentro del campo semántico del pecado, que, como ustedes saben, ha sido durante siglos un instrumento intimidador de tres pares de narices.
Y, si no es para el placer, ¿para qué diablos es? Para el amor verdadero, asegura el señor Demetrio, signifique lo que signifique el amor verdadero en el universo inmaculado de la doctrina católica. Todo lo demás, por lo visto, cae dentro del territorio minado del pecado con sus acojonantes consecuencias que no es necesario pormenorizar aquí. Así que avisados están.
De tal forma que la sexualidad desintegrada (sic) es, según el mitrado, una “bomba que explota” en manos del que abusa de ella. Fíjense en el lenguaje militarista que utiliza el jefe de la Diócesis cordobesa para explicar un mecanismo natural que ha permitido a la humanidad perpetuarse durante cientos de miles de años. Es entonces cuando añade: “Por este camino de la sexualidad mal empleada vienen los abusos, las extorsiones, las explotaciones, y las adicciones más escondidas y más destructivas”.
Habrá quien interprete esta última frase como un acto de contrición por las cientos de miles de víctimas de curas pederastas que han sacudido al mundo en las últimas décadas. Por ejemplo, más de 300.000 en Francia. O unos 25.000 menores en Irlanda. O las decenas de miles en EEUU. Nosotros no estamos seguros. Pero oiga: los caminos del señor son inescrutables.
Llegados a este punto, la pregunta cae por su propio peso. ¿Contrataría usted los servicios de un electricista que nunca ha visto un cuadro de luz? ¿Y los de un fontanero que no sabe lo que es una cisterna? Pues exactamente eso.
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