Érase una vez una cordobesa en la capital: Madrid
Érase una vez una niña que nunca quiso convertirse en adulta. Aunque vivía en la ciudad de Córdoba, la mayoría de las personas que la conocían afirmaban que “esta niña vive en la parra”. Ella no entendía muy bien lo que le querían decir: “pero si una parra es incomodísima”. Y así pasaba los días, entre el mundo de los mortales y el suyo personal. Desconozco si cruzaba algún tipo de portal que la transportase o si ambas dimensiones coexistían, sin interrumpirse la una a la otra. El caso es que parecía que interpretase y experimentase la vida de una forma... de una forma... digamos distinta. Esta niña se llamaba Alejandra.
Aunque Alejandra había viajado en bastantes ocasiones fuera de Córdoba, cada vez que salía de la ciudad se convertía en la primera vez. Como la niña que va de excursión a los Villares con el colegio, el día de antes casi no dormía. Repasaba mil veces la maleta. Obligaba a su madre a que le aconsejase ropa que llevar, “pero hija, si luego lo que te digo me dices que no”. Cortaba las uñas de sus pies. Y se peinaba con cuidado el flequillo.
Hubo un viaje que la marcó especialmente: “DOS SEMANAS EN MADRID”., porque eran dos semanas y porque estaría sola, independiente, a su aire, con sus cosas... “¡¡ay, madre, que tengo que coger el metro!!”, “¡¡ay, madre, pero qué metro!!”, “¡¡ay, madre, pero qué metro!!”, “¡¡ay, madre, qué es un metro!!”. Cada pequeño paso, un mundo. Y no es que Alejandra fuese una “lilanga”, como le diría su cuñada Laura, sino una fanática de la intensidad del drama. Del mismo modo, el furror la poseía ante nimias tales como “mather of the beautiful love!! ¡¡Esta calle tiene dos carriles en cada sentido!! Esto en Córdoba es una avenida. Aquí todo a lo grande, qué ciudad, qué magnificencia. Ohhhh... un perrito madrileño...”, y así con todo.
Sé que les parecerá increíble, que exagero. Sin embargo, cuando acaben de ver, leer y escuchar este artículo me darán la razón. He investigado concienzudamente para obtener un estudio pormenorizado de las acciones de esta cordobesa de capital en la capital española. El único problema con el que se encontrarán es con la traducción. La información que les expongo son anotaciones del diario personal de Alejandra, por lo que aparecen en su idioma. Propuse a Cordópolis buscar a un especialista para traducirlo pero el presupuesto se salía de madre (no es fácil encontrar traductores tan especializados).
Todo comenzó en un baño. Una visionaria predijo el viaje y grabó mi nombre, como la canción de Rocío Jurado.
Aquí los animales son diferentes, de los poros emergen cristales brillantes.
Los ciudadanos se comunican contigo mediante mensajes encriptados: “... chuparla bien”.
Eso sí, se preocupan mucho por tu salud.
Los autobuses son pequeñas saunas internacionales, muy saludables para la piel.
Todos los ciudadanos son reyes y se montan su propio trono.
Los ciudadanos son muy altos y construyen los baños a medida.
Cuando explican algo, al principio, se ponen muy serios pero enseguida dicen algo que te hace sonreír. Les gusta el café. Y los labios rojos.
El café lo toman en las alturas para que se oxigene.
A veces da miedo. Y se lían las cosas.
¡¡La revolución!!
Y te cruzas con dientes afilados.
Pero, de repente, el genio de la lámpara y...
… te regala su nombre.
¡¡Lo he descubierto!! ¡¡El LIMBO!!
Salas de cine personalizado. Cuánto avance.
¡¡Impresoras 3D!! Cuánto avance.
Objetos 3D. Sobrevivirán al New Big Bang.
Y a la lluvia ácida de libros.
Usan gafas 3D. Con ellas se ve en tres dimensiones. Cuánto avance.
Dato inquietante: cuando recuperas tus gafas, el efecto 3D te dura unas horas. El efecto 3D controla el movimiento de tu rostro.
Su generosidad no tiene límites...
Y, al otro lado, pincha y escucha el sonido de un McDonald madrileño
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