Érase una vez un cordobés zaragozano...
Érase una vez un salón más bien ochentero y cordobés dentro de una fotografía. En esta fotografía aparecen en primera fila dos niños y una niña de la misma edad con rasgos muy parecidos. También otros niños, pero qué nos importan. Detrás, los adultos entrelazan brazos y parentescos entre sí. Alberto, el niño de dos, tiene ahora mismo esa fotografía en las manos. Acaba de recuperarla de un libro de la colección azul del Barco de Vapor y piensa: “Mi recuerdo de Córdoba es casi una consecuencia de los viajes”.
En la casa de Alberto, los bebés llegaban de tres en tres, por eso, él, su hermano y su hermana nacieron el mismo día -minuto arriba, segundo abajo- en un Hospital de Zaragoza. Cientos de kilómetros lo separaban de Córdoba, pero litros de sangre materna lo acercaban a la tierra del flamenquín y el salmorejo. Aún no lo sabía pero su destino le aguardaba en Córdoba, porque él sí llegó a Córdoba.
Aunque su madre nació en la capital cordobesa, fue muy poco el tiempo que permaneció allí, y son escasos los recuerdos que conserva de esa parte de la infancia. Junto a lo trillizos y al esposo, volvió a Andalucía para visitar a la familia, “de mis viajes a Córdoba de pequeño recuerdo poquito”, se esfuerza Alberto. Rehace un mapa en su cabeza y señala dos localidades con un círculo que se parece mucho a un corazón: La Escañuela, el pueblo jienense donde vivían sus abuelos y desde donde viajaban hacia Córdoba, la segunda localidad, para visitar a los tíos. La salida era casi de madrugada y el regreso casi de noche, tan pequeños los tres. Por buen comportamiento, “no nos hacíamos pis ni nada”, al día siguiente los llevaban a un mercadillo en el que, como premio, les compraban “unos juguetes y cosas así”. De eso si se acuerda.
A Córdoba le unen “muy buenos amigos y mis raíces”, explica. Orgulloso saborea con el lenguaje un flamenquín con patatas y un cazo de salmorejo. Se enorgullece del “modo en que me hacen sentir los cordobeses, siempre parte de su grupo”. Esto me choca porque ya conocemos la fama de la cordosiesa y de... ejem, reconozcamos que a veces somos un poco rancios con la gente de fuera pero, claro, es que a uno le bastan dos minutos con Alberto para querer adoptarlo y ser su amigo por siempre jamás.
Siempre quiso conocer la Feria de Nuestra Señora de la Salud y este año ha cumplido su sueño. ¿Qué esperaba de esta fiesta? Pues lo que cualquier cordobés de pro, “diversión, alegría y jolgorio”. ¿Qué se llevó además de todo esto? Pues lo que cualquier cordobés de pro, “unas pocas agujetas y otras tantas fotos ridículas”.
Desde luego, no hay duda de que su sino era volver a Córdoba. Si no, explíquenme la casualidad de que justo en Madrid se haga amigo de dos chicas que, miren ustedes, eran cordobesas. Y de ahí a la Mezquita, las Tendillas y el Corte Inglés -puntos cardinales de Córdoba- sólo quedaba un paso, y de ahí al “color, la viveza, la alegría, las ganas de salir y salir y sentir el día y disfrutarlo en Córdoba” sólo un tren de larga distancia.
Vamos, en pocas palabras, que Alberto es más cordobés que Sandokán y Manolete juntos. He dicho.
Pincha y escucha el drama que aconteció a Alberto en un taxi cordobés, NO sin mi celular
0