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Érase una vez Alcaracejos...

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Alejandra Vanessa

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Éranse una vez tres hermanos involucionados: Jaime, Juan José y Mariconchi. “¿Involucionados? Esta chiquilla, cada vez trata peor a los invitados”, pensarán. Pero no. Involucionados en el arte del ahora te quiero mucho y dentro de un rato todo lo contrario, “las mismas ganas de matarnos desde el primer día”, por cabezones y porrones. Desde que tuvieron uso de razón, recuerdan chincharse sin parar y quererse con locura al mismo nivel, no han cambiado.

Nacieron los tres en Sevilla, de uno en uno tres años seguidos, porque su padre trabajaba en la mina del municipio de Aznalcóllar, Sevilla. Cuando “la chica” cumplió tres decidieron regresar a Alcaracejos con la idea de pasar un tiempo con la familia. En septiembre le renovarían contrato, pero hasta entonces lo dejaban parado durante unos meses. Cuál fue su sorpresa al llegar a Alcaracejos: el abuelo materno, relojero de oficio, les ofreció un restaurante de su propiedad. Después de mucho pensarlo, no pudieron responder otra cosa que: “Se llamará Bar Tic Tac, en honor al abuelo”. Y después llegó el Hostal, y sólo les falta montar una discoteca.

Tic Tac era el típico local que cumple todos los requisitos de un negocio familiar, “recuerde la edad que recuerde, siempre nos veo en la cocina o echando una mano en la barra”, desde el fin de las clases a los fines de semana, festivos, periodos vacacionales...

Su infancia fue tranquila e inocente. En el pueblo los niños vivían en la calle, tenían libertad para salir sin que nada malo les ocurriese. Ellos no salían porque tenían que estar en el bar pero, como era un sitio de ocio donde iba la gente, tampoco lo echaban en falta. Se relacionaban con todo el mundo de otra manera. La infancia en un bar es dura: tú estás trabajando mientras la gente está trabajando y estás trabajando cuando la gente disfruta. Para lo bueno y para lo malo, la infancia en el bar fue complicada. En definitiva, tres críos que cogían rutinas de adulto: se levantaban por la mañana, iban al colegio, al instituto o lo que sea, venían del colegio, echaban un rato en el bar, “lo que tuvieras que hacer”, comían, las tareas y por la noche a rematar en el bar. Hoy en día lo entienden porque implicarse en el negocio de tal manera les permitió cursar estudios universitarios a los tres.

Por supuesto, ni para eso se separaron, de la mano los hermanos, como los guitarristas de María Dolores Pradera, como el trío Calaveras: los tres Ingenieros Técnicos de Obras Públicas. Y como su infancia fue un poco particular, con diecisiete o dieciocho años, cuando se instalaron universitariamente en Belmez, vivieron todo lo que les tocó vivir “y todo lo que no has vivido antes”.

Alcaracejos cuenta con aproximadamente mil quinientos habitantes, cuatro negocios de hostales y, en sus mejores tiempos, ¡catorce bares! Como centro del Valle de los Pedroches, es zona de paso donde representantes, gente de carretera, trabajadores y peregrinos buscan un lugar de reposo. De hecho, en clase no eran los únicos con negocios similares, pero ninguno vivió la hostelería de la forma que ellos.

El colegio fue donde conocían a la gente, “donde has jugado y te has relacionado”. A veces llegaban tarde a clase porque se quedaban dormidos y a su madre le tocaba repartir notas tipo “Estimado profesor...”.

Y como eran niños, al fin y al cabo, lo que no jugaban en la calle lo jugaban en el bar, sobre todo en la parte de arriba, donde tenían un sofá y una ducha, para descansar y refrescarse. A Jaime le encantaba jugar al escondite, esconderse detrás de una cortina, por ejemplo, ejem, perdón, quise decir, puntualiza Mariconchi: “Esconderse no, escaquearse”.

El juego estrella: los sustos en el almacén, junto a la terraza, justo pegada al bar, donde tenían la bebida y en invierno estaba más oscuro que la cueva de un murciélago. En una ocasión, viendo en el bar una película de miedo, El exorcista, tendrían ocho, nueve y diez años, “y nos encantaban las pelis de terror, y las vivíamos con toda la intensidad”, mandó el padre a Jaime a por agua, una garrafa de 8 litros. Se apresuró con la tensión de que se perdía la película y de “a si me va a salir algo por aquí...”. Juan José salió justo detrás y se escondió al lado de un Ford Granada que tenían, “ya ves tú si hace años” y en el instante en el que salió Jaime del almacén saltó del coche, “buahhhh, ¿has visto lo que ha hecho...?”. Del susto, cogió la garrafa y se la lanzó, en noviembre o diciembre que estaban, aquello se reventó y formó un charco gigante que lo puso todo chorreando. De una u otra manera, no dejas de ser niño estés donde estés. Y vuelve a la carga Mariconchi: “el Jaime es que escaqueaba mucho, que si vengo del servicio, que si vengo de...”.

Por no hablar de las bromas a los novatos. En otra ocasión, su padre encargó a un chaval que estaba trabajando con ellos: “Llégate al fulano de copas y le dices que te devuelva la máquina de pelar gambas, que se la dejé la semana pasada y todavía no me la ha devuelto”. “Mi padre un cabr... pero que el otro más todavía”, no se le ocurrió otra cosa al buen hombre que guardarle en una mochila un soporte de sombrilla, de los de hormigón, al joven empleado, “Ea, dile que ahí la tiene”. Siempre hay alguien que te supera.

Lo del pájaro fue improvisado. A Jaime le regaló un compañero un pájaro al que alimentaba con papilla. Se creía que era su novio y cuando se le acercaba alguna amiga, el pájaro iba con toda la mala leche a picar, “se lo llevan los demonios”. El caso es que un día la madre abrió la jaula para no sé qué y el pájaro se escapó volando directo al comedor, donde estaba la gente comiendo. Se pasó el rato subiendo y reposando en la cabeza de los comensales hasta que de puro aburrimiento paró.

De adolescentes sus salidas las condicionaban los horarios del bar, sin embargo, cuando bajaban la persiana no se perdían ni una sola fiesta ni una sola feria de la zona. Y cuando salían se comían el mundo, aunque al día siguiente tuviesen que madrugar y trabajar durante diez horas seguidas.

En el pueblo la gente es participativa, falta que organicen cualquier cosa para que todo el mundo se anime y salga a la calle y, si es una iniciativa del pueblo, mejor responden. Se entrega muchísimo en muchos sentidos porque su fiesta la comparten con todos, también contigo si estás trabajando, trabajando pero con una sonrisa porque es lo que la gente te transmite, “si ves a la gente feliz, tú trabajas contento”.

Cuando eran ellos chiquillos, durante la Feria alquilaban una casetilla en el Real, que llamaban “La Posá” porque antiguamente era un caserío grande que funcionaba como posada. Esos días se repartían: unos en el bar, otros en la caseta.

Pero la mejor fiesta que recuerdan, sin duda, es el lunes de Pascua y campo en el merendero, único día de cierre al año del Tic Tac. De hecho, es fiesta local y todo el mundo se va al merendero público. Es la traca final a la Semana Santa porque el domingo de Resurrección coincide con el día de la patrona del pueblo, la Virgen de Guía. La mujeres cantan y Alcaracejos huele a pólvora con los hermanos, que son muchísimos, lanzando tiros al aire por las calles desde la mañana hasta la tarde. El lunes, “lo típico”, dicen, mucho comer barbacoa, castillos hinchables, va un grupo de música... Llegas a primera hora de la mañana y te vas a última hora de la noche, “son los lunes al sol”.

Entre risas, Jaime y Mariconchi recuerdan un día de campo a Juanjosé bailando con Mariluz, que es una chica que lleva en la cocina desde hace diez años y es como de la familia, bailando, “ellos que son tal para cual, vamos, dos polos opuestos”, se parte Mariconchi.

Y, como no, la nueva tradición que los jóvenes han instaurado: la cutreprocesión. Cogen unos palés, suben a Kuman, que es un muchacho noriego, pelirrojo, le ponen un mantillo como si fuese la Virgen, coge la postura y hacen una procesión a nivel rústico, ¡lo suben hasta la ermita!, ¡con cornetas y todo!

Mariconchi y Jaime tienen la suerte de volver cada fin de semana a Alcaracejos, “con el trabajo de allí nos mantenemos aquí”. Por lo que cada semana se oxigenan de ciudad y de pueblo. Nos traen lo bueno de allí, se llevan lo agradable de aquí. Quizás eso explique el buen rollo que transmiten.

Ellos no lo saben pero, mientras hablan, los observo con corazón de hermana y admiro en silencio su forma de expresar con los hoyuelos, el iris, los decibelios de su risa, su amistad de hermanos. No sé si será la consecuencia de tantas horas juntos, en lo bueno y en lo malo, o si es la esencia de pueblo.

Pincha y escucha cómo Jaime nos canta la carta del bar el Tic-Tac

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