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Isaac Rosa: “Los desahucios se han convertido en fantasmas”

Isaac Rosa en la tienda Crash Cómic | MADERO CUBERO

Manuel J. Albert

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Hay que dejar la historia escrita. Bajo esa premisa nació Aquí vivió. Historia de un desahucio (Nube de tinta), una novela gráfica que narra en dibujos lo que ha ocurrido en España durante la presente crisis económica que se arrastra desde 2008 y que ha asolado la vida de varias generaciones. Miles de personas que se han quedado sin hogar por no poder pagar las hipotecas o los alquileres de sus casas tras años de borrachera especulativa inmobiliaria y financiera. Una burbuja que, al estallar, reventó la economía del país subiendo el paro a cotas estratosféricas.

El guionista de esta historia en forma de viñetas es el escritor Isaac Rosa (Sevilla, 1974). Novelista y columnista, Rosa ha sido desde siempre un gran aficionado a los comics pero nunca había abordado una obra desde el punto de vista de las viñetas. Con los pinceles de la dibujante Cristina Bueno lo ha hecho para hacer una radiografía del aquí y el ahora de un problema que sigue vigente pero que, como cuenta en la obra y en esta entrevista, parece haberse vuelto invisible por la costumbre de su presencia.

Nos citamos con el autor en la librería Crash Comics, rodeados de clientes muy jóvenes que, a las siete de la tarde del jueves, se acercan para enterarse y proveerse de las últimas novedades. Una hora después, Rosa presentará la novela, acompañada de la dibujante, en la Feria del Libro. Con ellos, estará una representación de la plataforma Stop Desahucios. Ellos son los protagonistas de un libro en el que el problema de la vivienda es el personaje principal.

Y sobre las casas empezamos a hablar.

PREGUNTA. ¿Eres una persona hogareña?

RESPUESTA. Sí, soy una persona muy de casa y que he pasado por muchísimas casas aunque parezca lo contrario. Tengo mucho apego a mis casas pero me he mudado incontables veces. Primero con mi familia y luego yo ya de forma independiente. Habré pasado por no menos de 15 casas en mi vida y no exagero. Aún así, la casa es un espacio muy especial y muy narrativo. En este sentido, uno de mis prieros acercamientos al tema de los desahucios venía más por el lado literario, por lo que tenía que ver con la casa. Es decir, me interesaban políticamente los desahucios pero me interesaba mucho ese protagonismo de la casa que siempre es más que cuatro paredes y un techo. La casa es más un espacio de memoria; un sitio donde nos construimos y donde construimos nuestra identidad. Creo que para cualquiera su casa representa mucho más que un techo. Y yo que he pasado por muchas casas me he dado cuenta de que cada un a de mis mudanzas me ha dolido. Porque en la casa de la que me iba dejaba algo, dejaba algo de mí; y a la que me mudaba encontraba algo de quienes habían vivido antes: huellas; los fantasmas de quienes vivieron antes. Entonces, con ese contenido tan potente que narrativamente tiene una casa; un espacio más sentimental y personal que físico, no soy capaz de imaginar lo que debe ser perder tu casa en las mismas circunstancias que lo han hecho los desahuciados. Si a mí, dejar una casa me ha dolido, qué debe ser que te echen de tu casa, que te echen con una deuda en vigor. Porque en la mayor parte de los casos, eran hipotecados que habían depositado ahí su proyecto de vida; su casa de los sueños; el hogar dulce hogar al que siempre puedes volver. Eso tiene que ser muy duro.

Para cualquiera su casa representa mucho más que un techo

P. Las historias y los diálogos de este libro apuntan a un trabajo importante de documentación y pateo de calles. ¿Qué has aprendido?

R. En el libro hay una parte más informativa, aunque siempre muy controlada porque ni queríamos hacer periodismo ni un informe ya que teníamos claro que tenía que ser una historia de ficción sobre desahucios.

P. Aún así, tiene mucho de reportaje.

R. Sí, pero queríamos dejar al lector con hambre, con ganas de saber más. Por eso, al final del libro, añadimos unos cuantos enlaces a páginas webs de asociaciones y grupos por si alguien quiere seguir buscando información. De esta forma, hay un trabajo previo de pura documentación a través de la lectura y la recopilación de reportajes y documentales. Pero luego, lo fundamental del libro es un trabajo de calle: ir a asambleas, hablar con plataformas, con integrantes en grupos de viviendas; con distintos colectivos que han estado luchando contra los desahucios. Lo importante es ir y escuchar, en primer lugar. Poner la oreja, escuchar historias, entender el propio funcionamiento de esos colectivos. Lo que yo he aprendido haciendo este libro y lo que quería compartir con los lectores era precisamente eso: la experiencia de los grupos de vivienda.

P. En los últimos años, en el mundo del cómic para adultos han florecido dos corrientes que muchas veces se cruzan: la del cómic periodístico y el autobiográfico. ¿Consideras que este libro tiene componentes de ambas?

R. No, hemos querido hacer un libro más clásico. Es cierto que, sobre todo en el cómic más para adultos, lo que ahora llamamos novela gráfica, pesa más el elemento autobiográfico del autor y su mundo. Pero luego está esa otra parte del periodismo gráfico en el mundo del tebeo que ha dejado grandes obras. Y una de ellas, reciente y española, es la Jorge Carrión y Sagar titulada Los vagabundos de la chatarra, en Barcelona. Ese libro me parece no solo formidable, sino un gran ejemplo de buen periodismo hecho desde el cómic. Pero nosotros no queríamos hacer nada de esto. Lo que queríamos era hacer una historia y hacerlo desde la ficción. Pero además, contando una historia que no fuese la historia previsible. Que no fuese lo que uno espera encontrarse cuando uno coge un libro sobre desahucios: siempre vas a tener la expectativa de una historia y una familia que pierde su casa y lo pasa muy mal. Por eso, las primeras páginas son como un arranque en falso parea dejar al lector descolocado.

P. Sí, porque se trata de una equivocación. Alguien al que le echan de su casa legalmente y por error.

R. Aunque parezca una locura es un historia completamente real. Esas cosas han pasado y te dan el calibre de la impunidad con la que se ha actuado en este país.

P. Y el nuevo punto de vista se refuerza por el hecho de que no vemos lo que ocurre desde el punto de vista del desahuciado, sino desde la visión de una familia que le compra al banco la vivienda después del desahucio.

No quería poner voz a los desahuciado voz porque ya la tienen. Ellos están ahí y quien quiera solo tiene que escucharles

R. Claro. Por un lado, el punto de vista del desahuciado - a parte de que podía ser más previsible para el lector- es insustituible; es decir, me cuesta mucho como autor, ponerme en el lugar de un desahuciado. Y tampoco quería ponerles voz porque ya la tienen. Ellos están ahí y quien quiera solo tiene que escucharles. Pero sí que queríamos llegar a los desahucios y a su lucha contra ellos dando un rodeo: a través de una historia que inicialmente no parece muy dramática; incluso hasta amable con una adolescente y una investigación en una casa misteriosa. Empezar por ahí y acabar en los desahucios.

P. En ese camino vais dibujando la radiografía de una sociedad con muchos grises. Personas a los que no les interesan a quién se desahucia; vecinos ariscos; y la ristra de personajes que están dentro del desahucio -empleados de banca, funcionarios judiciales, jueces, cerrajeros, policías...- que siempre se autoexculpan.

R. Es una historia del aquí y el ahora. Es una historia de nuestro tiempo. Intentamos reflejar una actitud muy generalizada y es la sensación de que todo esto ya no ocurre. Yo soy el primero que me sorprendo a mí mismo, cuando me preguntan sobre el libro, hablando de los desahucios en pasado. Todos, como integrantes de la sociedad, hemos pasado página. Todos nos hemos acostumbrado a verlos después de unos años en los que impactaron mucho en la opinión pública. Aquello ocurrió sobre todo en 2011 y 2012, después del 15M.

La gente pagaba su hipoteca hasta el último día y hasta más allá de lo que tenían

Hubo un tiempo en el que las imágenes de los desahucios nos conmocionaron pero luego, un poco por acumulación o porque nos insensibilizamos, como nos pasa con todo -como con los refugiados, acaban de morir 500 en el Mediterráneo pero no nos produce el mismo efecto que hace un año-. Así que, por un lado, nos hemos insensibilizado y por otro lado, han perdido visibilidad. Y aunque se siguen produciendo desahucios y sigue habiendo convocatorias de plataformas para pararlos, ya no acuden los fotógrafos ni los periodistas como antes. Todo eso queríamos reflejarlo en el libro: los que han pasado página y los que piensan que los desahucios no tienen que ver con ellos, los que lo ven como algo ajeno que les ocurre a unos pocos en situación de riesgo. Pero no se dan cuenta de que, en realidad, el problema no se llama desahucio, se llama vivienda y es mucho más grande. Los desahucios es la punta de un iceberg enorme que nos afecta a todos. Y te afecta te vayan a desahuciar o no; te afecta porque pagas una alquiler abusivo porque no hay un mercado de alquiler; les afecta a los jóvenes que no se pueden ir de su casa; les afecta a las personas que se divorcian y tienen que compartir piso a unas altura de la vida que no les corresponde o incluso volver a casa de sus padres.... Es decir, nos afecta a todos.

Por un lado, nos hemos insensibilizado a los desahucios y por otro lado, han perdido visibilidad

P. En el libro hay un momento en el que los desahuciados nos cuentan su historia como si fuesen fantasmas de la casa.

R. Sí, queríamos hablar de fantasmas por el propio espacio de la casa. Porque toda casa es una casa de fantasmas con algo de quienes pasaron antes. Y encuentras huellas de ellos. Pero, además está esa otra lectura de los desahuciados convertidos en fantasmas de los que se pierde finalmente el rastro. Yo lo he comprobado hablando con activistas y colectivos. Hay gente que pierde su casa y que los desahucian por una hipoteca que luego se van a un piso en alquiler que tampoco pueden pagar, vuelven a ser desahuciados para acabar en un piso ocupado del que les vuelven a echar. Y todo ese camino termina perdiéndosele el rastro. Hay gente que parece que desaparece de repente. Y como eso, hay muchos otros que son directamente invisibles: hay desahucios a diario en toda España y nos los veos porque se han convertido, en efecto, en fantasmas.

Toda casa es una casa de fantasmas con algo de quienes pasaron antes

P. ¿Dónde están ahora?

R. Es gente cuya situación obviamente está por resolver y con unas condiciones de precariedad y vulnerabilidad enorme. En seria situación de riesgo. Quedan muchas cosas por resolver y eso implica cambiar la política de vivienda.

P. ¿Las plataformas han sido capaces de absorber todo ese stock de desahuciados?

R. No, porque hay algo muy triste y es que solo vemos una parte de los desahucios: los que hacen ruido. Pero la mayoría son silenciosos, no hacen ruido. Hablamos de personas que, por los motivos que sean, no van a una plataforma y prefieren pasar por todo eso solos, tragárselo, entregar la llave e irse. Por eso, de muchos desahucios no sabemos nada. Y aún así, las distintas asociaciones, plataformas y colectivos de vivienda han resuelto la situación de muchísima gente, de muchísimas familias. Han hecho todo lo que no hacían las administraciones. Para empezar han parado los desahucios que han podido plantándose en el portal; ofrecer viviendas a quienes se quedaban sin casa; forzar a los bancos a negociar, que han acabado aceptando lo que antes no aceptaban como las daciones en pago o los alquileres sociales. Y todo eso lo han estado haciendo las plataformas, demostrando una capacidad enorme, además.

Hay algo muy triste y es que solo vemos una parte de los desahucios: los que hacen ruido. Pero la mayoría son silenciosos, no hacen ruido

P. Hace tres años, un portavoz de Stop Desahucios en Córdoba, Rafael Carmona, nos decía en una entrevista que la solución de urgencia para los desahucios era la ocupación. Pero es un extremo que en muchos medios de comunicación y en sectores sociales no se acepta.

R. Lo quieran o no, España se ha convertido en el país más ocupa de Europa.

P. Ocupa sin k.

R. Claro, es una ocupación muy distinta a la de los años setenta y ochenta que era reivindicativa. Por eso, los propios activistas actuales no habla de ocupar sino que prefieren usar el término recuperar casas. Porque hablamos de viviendas de bancos, la mayoría perteneciente a la Sarev, el banco malo donde se depositaron todo ese excedente de vivienda a costa de fondos públicos, del dinero de todos. Pero el problema no es que haya más o menos ocupación, que se infrinja la ley o se atente contra la propiedad privada; el problema es que hay miles y miles de casas vacías mientras queda gente sin casa. Eso es lo inaceptable. La ocupación sobre todo lo que hace es dar visibilidad a un problema y forzando las soluciones. De hecho, la mayoría de personas que ocupa un piso, cuando ya el banco actúa y quiere echarlos lo que hace es negociar un alquiler social. Porque la gente lo que quiere es tener su casa y pagarla. Hay un lugar común muy extendido entre la gente que es pensar que quienes están en las plataformas no quieren pagar una casa, un alquiler, que viven por encima de sus posibilidades... Y no es cierto: cuando empiezas a conocer gente, te das cuenta de que todos han cumplido; la gente pagaba su hipoteca hasta el último día y hasta más allá de lo que tenían. Incluso, quitándose de todo. Me han contado historias terribles de lo que la gente ha dejado de hacer o ha hecho con tal de seguir pagando la hipoteca hasta el último momento. Y algunos se dan cuenta de que tal vez hubiese sido mejor haber dejado de pagarla antes. Pero la gente ha estado pagando hasta el final y cuando no ha podido seguir, lo que ha demandado es un alquiler social: un alquiler a la medida de sus ingresos. Y todo eso sigue. Por eso, mientras no haya una solución, mientras no haya un parque público de viviendas y no se les dé salida a todas esas casas vacías -muchas provenientes de los desahucios-, seguirá existiendo el problema.

Plataformas como Stop Desahucios han hecho todo lo que no hacían las administraciones

P. En el libro, uno de los personajes es un abogado de una plataforma de apoyo. Y define la situación con una palabra que se extendió en los primeros años de la crisis: no es una crisis, es una estafa. Si hace ocho años era una estafa, ¿ahora qué es?

R. Hablamos de estafa no como una metáfora. Es un término técnico. No es retórica. Es una estafa en toda regla y más allá de las distintas partes del contrato hipotecario que se han ido echando atrás en los tribunales europeos -por las cláusulas abusivas como las cláusulas suelo-, todo lo que rodeaba a las hipotecas fue una gran estafa. Y en ella estaban implicados los bancos, los supervisores de los bancos, los notarios, los tasadores... Había una cantidad de cómplices enorme. Y ahora lo que hay que hacer es justicia. Por un lado con las víctimas y con los responsables, con los culpables. Yo creo que los desahucios son un problema de justicia en el que se vuelve a ver cuál es la principal característica de nuestro país: la impunidad. Los culpables de los desahucios también son invisibles, como los desahuciados.

P. ¿Y quiénes son?

R. Hay muchos responsables. Los distintos niveles de responsabilidad de los bancos y las cajas de ahorro; todo lo que rodeaba a la industria hipotecaria en general. Pero luego hay responsables de las políticas de vivienda que nos han llevado hasta este punto en las últimas décadas. Una política que convertía el derecho a una casa en una inversión, una forma de ganar dinero, plusvalías y comisiones, porque ha habido mucha corrupción que tiene que ver con la vivienda. Pero luego hay también otros responsables que son los que diseñan una legislación que permite los desahucios dando todas las facilidades a los bancos y permitiéndoles que se quedaran con la vivienda a mitad de precio y que el desahuciado se quedara con la deuda. Por otro lado, están los responsables de todas las leyes de procedimiento judicial que convertían lo desahucios en algo mecánico y rutinario que dejaban indefensas a las víctimas. Y por último tenemos responsables de ahora: los que no paran los desahucios. Porque cuando empiezas a entrar en este mundo, te das cuenta en seguida de que es facilísimo acabar con los desahucios. Uno podría pensar que requeriría mucho tiempo de comisiones de investigación, estudio, trabajo parlamentario. ¡Qué va! Los desahucios se podrían parar de un día para otro. Solo hace falta aprobar una ley en el Parlamento, firmar un decreto. Hay una serie de medias que ya han explicado las plataformas que se podrían aprobar y al día siguiente, el problema de la vivienda no se habría resuelto pero el de los desahucios sí. Que no hubiese ni un desahucio mañana está en manos de quienes gobiernan y que no lo hagan hoy mismo tiene delito, pero que no lo hicieran hace cuatro o cinco años y que hayamos seguido sumando desahucios todo este tiempo, les hace claramente responsables.

Para contar lo ocurrido en España hablamos de estafa no como una metáfora. Es un término técnico. No es retórica. Es una estafa en toda regla

P. Y haber llegado hasta este punto, ¿qué dice de nosotros como sociedad? Una sociedad que firmó hipotecas que no entendía, con cláusulas que desconocía. ¿Estábamos adocenados?

R. Nosotros confiamos en que alguien estaba controlando todo aquello. Confiamos en que existía un supervisor; que había unas normas y unos derechos como clientes. Pero todo eso se vino abajo cuando nos dimos cuenta de que no existía. Y sí, es cierto que a lo mejor nos leíamos la letra pequeña y tal vez no la entendíamos toda pero no podíamos pensar que hubiese una serie de cláusulas abusivas que siempre estuviesen a favor de los bancos. Todo, en una relación de desigualdad entre el banco y el cliente que quería comprar la casa es y despropocionada. Pero no era el cuento de la lechera o que viviéseos por encima de nuestras posibilidades. Lo hicimos según las posibilidades que había, nos habían dicho que había y las que nos creímos. Nos dijeron que podíamos hipotecarnos y nos hipotecamos; nos dijeron que la vivienda no iba a bajar y bajó. Entramos en ese juego, nadie pensó que eso iba a acabar así. Tiendo a quedarme más con la otra cara. ¿Qué dice de nosotros todo lo que ha pasado? Hablo de toda esa parte de la sociedad que no se ha quedado de brazos cruzados, que se ha organizado, que ha resistido estuviese o no directamente afectada.

Los desahucios se podrían parar de un día para otro. Solo hace falta aprobar una ley en el Parlamento, firmar un decreto

P. Esto no ha terminado.

R. Lo que me preocupa es que no aprendamos la lección; que realmente salgamos de esto y entremos en un ciclo de crecimiento, ladrillo, burbuja y crisis porque no aprendamos la lección. Y aprenderla significa un cambio de actitud grande; un cambio de política económica y de vivienda que, desde luego, ahora mismo, no está sobre la mesa. Una parte que a nosotros nos interesaba hacer con este libro era poner nuestro granito de arena para construir memoria. Y que dentro de un tiempo cuando, ojalá, no haya desahucios, nos acordemos de lo que ha pasado aquí. Pero esa es la parte que me preocupa porque somos un país de memoria corta que tiene a olvidar y a repetir sus errores una y otra vez en un bucle. Me da miedo que dentro de unos años estemos otra vez en 2002 o 2004 y ya sabemos lo que vino después.

Lo que me preocupa es que no aprendamos la lección

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