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Carlos Clementson, escritor: “He logrado defenderme de la vorágine del mundo”

Entrevista N&B al escritor Carlos Clementson

Aristóteles Moreno

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Carlos Clementson nos espera con un vaso de leche fría encima de la mesa. Ya no bebe té ni café. También se ha jubilado, por prescripción médica, de la copa de coñac y el whisky con hielo que suelen habitar la mesa de los escritores desde que Gutenberg inventó la imprenta. La salud del poeta, crítico y traductor cordobés sufrió un contratiempo serio en otoño pasado, del que se recupera con estoicismo senequista. Su producción editorial, sin embargo, exhibe el vigor de siempre. Y ya prepara la publicación de nuevas compilaciones de su prolífica obra.

Luce un sombrero de fieltro y se apoya en un andador mientras vamos camino de un parquecito para cumplimentar la sesión gráfica. Clementson sigue las instrucciones del fotógrafo con disciplina espartana. Son las 11 de la mañana del primer día estival en que el termómetro ofrece una balsámica tregua y desciende de los 35 grados. Algo es algo.

PREGUNTA (P). La última vez que hablé con usted acababa de publicar un libro sobre la poesía de Unamuno que se titulaba Entre Dios y la nada. ¿Y qué hay entre Dios y la nada?

RESPUESTA (R). Pues está el hombre. En este caso, Unamuno, que es uno de mis grandes maestros. Siempre hablo de él. Este libro sobre poesía española del siglo XX, se inicia con un capítulo dedicado a Miguel de Unamuno. Lo que más admiro del escritor es su concepto de la trascendencia. Él no era creyente pero echaba de menos una fe. Hoy día la Iglesia ha avanzado mucho y piensa que el deseo de fe ya presupone los criterios previos para la salvación. Unamuno fue considerado un hereje o un elemento peligroso ideológicamente hablando desde el punto de vista de la religión. Es una persona que se plantea el tema de Dios y el hombre. Aunque hoy día el tema de Dios interesa tan poco a tantos hombres.

Con 14 años vivíamos torturados con el temor al infierno

P. ¿A usted le interesa el tema de Dios?

R. Sí. Yo tuve en Córdoba una educación muy buena, y también muy mala, de once años en los Maristas. Muy buena porque allí se trabajaba y se estudiaba mucho. Y muy mala en el sentido de que era una educación bajo el temor. El temor al infierno. El temor a la llama eterna. El temor al pecado y a la tentación. Y eso, a muchachos de 12, 13, 14 años, todo aquel que tenía un poco de sensibilidad vivía torturado y amargado. Hoy día eso ya se ha superado en la educación.

P. ¿Y se le ha quitado el miedo ya?

R. Sí. Ya, por fin, se nos ha quitado el miedo. A Juan Bernier habían estado a punto de fusilarlo y vio cómo se llevaban a sus amigos de tertulia en un camión. Entonces se puso un escapulario y se apuntó al servicio militar. Y yo le decía: “Tú tienes un miedo histórico”. En la Transición no estaba muy convencido de que fuera a funcionar porque lo había pasado tan mal y había sufrido tanto por sus compañeros.

P. ¿A Juan Bernier lo iban a fusilar?

R. Sí. Si lo pillan lo fusilan como a toda su tertulia.

P. ¿Y por qué?

R. Porque era una persona que pensaba libremente. Y tenía un miedo histórico. A nosotros desde niños nos enseñaban un temor teológico que cuesta trabajo desembarazarse de él.

La poesía me ha curado de la angustia y la melancolía

P. Usted se ha declarado cristiano unamuniano.

R. Sí. Me gusta la definición. Se me había olvidado pero así es.

P. ¿Dudar de Dios es blasfemia?

R. No, que va. Todo lo contrario. Pensar, dudar o hasta no creer con una palpitación de espíritu, de cordialidad y de amor a la vida cómo va a ser una blasfemia. Pensar en Dios, sea positiva o negativamente, y siempre desde un punto de vista íntimo y sincero, es positivo. Peor es olvidarlo y no pensar en él.

P. Usted duda.

R. Sí, claro. Tengo una duda permanente. Decía Pascal que el hecho de buscar la fe ya es una manera de creer.

P. Usted busca la fe.

R. Yo la busco y la tengo a veces.

P. ¿Por qué la busca?

R. Porque siempre me ha interesado la dimensión trascendente del hombre. Un hombre que únicamente piensa que su vida va a terminar dentro de unos pocos años me parece un hombre limitado. Siempre hay que buscar más allá. Eso es lo que se planteaba Unamuno. Él no quería morir porque no quería perder su yo. Y por eso hacía falta un Dios que sostuviera a su personalidad.

P. O sea, Dios existe porque lo necesitamos.

R. Pues sí. También él necesita de nosotros.

Son muchos los enemigos del libro hoy día

P. ¿Y usted cómo lo sabe?

R. Porque el Evangelio lo dice repetidas veces. A Dios le interesa el hombre porque lo necesita.

P. Con año y medio ingresó usted en La Milagrosa y luego en los Maristas. ¿Qué se aprende en los colegios de curas?

R. Se aprende todo y también a tener una serie de problemas de tipo psicológico bastante intensos. Yo los sufrí y otros compañeros míos también.

P. ¿Qué tipo de problemas?

R. Los temores de la adolescencia. Al infierno. Al pecado. A todo eso. Esa religión negativa, fulminante y terrible que nos predicaron. Hoy ya no. La Iglesia, después del Concilio Vaticano II, se dio cuenta de que no era ese el camino.

P. ¿Se sale indemne de la educación nacionalcatólica?

R. Se sale pero se pasa mal en la adolescencia. Una vez que ya llegas a la universidad, entonces ya prescindes de todo eso. Pero en la adolescencia vives con la sensación de angustia y de agobio, siempre que fueras una persona sensible. A lo mejor, a otros compañeros míos no les afectaba y vivían estupendamente jugando al fútbol.

P. ¿El infierno es una técnica de terror psicológico?

R. Sí. Hoy día muchos teólogos piensan que en el infierno no hay nadie. Porque si al hombre ya le repugna condenar a muerte o a cadena perpetua, en Dios todavía repugnaría mucho más una cadena eterna.

P. ¿Hay sadismo en la idea del fuego eterno?

R. Sí, claro. Sadismo y afán de mandar sobre las conciencias. Por eso la imposición siempre es negativa.

No tengo teléfono. Estoy reñido con la tecnología

P. ¿La modernidad es liberarse de todos esos miedos?

R. Por supuesto. Esa es una de las claves. El miedo teológico. Claro.

P. ¿El pecado estimula?

R. Depende de lo que llamemos pecado. Porque aquí hemos llamado pecado a cosas que no lo son. Y, en cambio, no hemos llamado pecado a otras cosas que van contra nuestro hermano. Lo dice el Evangelio. Yo lo suelo leer con frecuencia.

P. Usted lee el Evangelio.

R. Sí.

P. ¿Qué le enseña el Evangelio?

R. Muchísimo. Yo leo el Evangelio en inglés.

P. ¿En inglés?

R. Sí. En una Biblia protestante. El Evangelio enseña la salvación. Y el amor a los hermanos. Eso es fundamental. Ese es el primer mandamiento: amar a Dios y al hermano.

P. ¿De qué hay que salvarse?

R. Ahora ya de pocas cosas. Aquella época de los años cincuenta era muy triste. Ya en los sesenta cambió un poco y además en la universidad ya eran otros parámetros, pero el bachillerato en un colegio religioso era otra cosa. Por ejemplo, hay un verso de José Ángel Valente que dice: “El pecado era el único objeto de la vida”. Había gente que no sabía lo que era el pecado. Éramos de una inocencia angelical. Y otros poetas, como, por ejemplo, Francisco Brines, que estuvo en los jesuitas de Valencia y su bachillerato se le complicaba con su sentimiento homosexual. Lo pasó muy mal.

P. Usted es más del Concilio Vaticano II.

R. Por supuesto. Hoy día ya no hay nadie que no sea del Vaticano II. Soy un cristiano posconciliar. Por supuesto.

Siempre me ha interesado la dimensión trascendente del hombre

La primera vez que entrevisté a Carlos Clementson (Córdoba, 1944) una cordillera de libros lo asediaba en su despacho de la Facultad de Filosofía y Letras. Wikipedia lo inscribe en la corriente culturalista de los Novísimos. Fue asiduo de la tertulia literaria de Siroco, allá por los setenta, y autor de la primera tesis doctoral que se formuló sobre el Grupo Cántico, el movimiento poético más relevante de la Córdoba contemporánea.

Traductor y crítico literario, Clementson ha firmado una quincena de poemarios, algunos de los cuales ha sido acreedor de reputados galardones de las letras, como, por ejemplo, el Premio José Hierro, el Juan de Mena o un accésit del Adonais en 1979. Alejado de la pompa y el ruido, pasa sus días sentado en el escritorio corrigiendo versos y editando textos de su vasta obra literaria.

P. Se aferró usted a los libros como un náufrago a una tabla de salvación.

R. Los libros me han enseñado muchísimo. La vida sin libros se queda coja. En mi casa siempre había una buena biblioteca y mi abuela y sus hermanos tenían formación. En mi casa había libros y eso facilita mucho las cosas.

P. ¿Qué novela le abrió los ojos?

R. Novelas no. A mí lo que más me impresionó cuando tenía 13 años fue cuando los Reyes me regalaron un álbum de narraciones ilustradas con leyendas mitológicas. Perseo, Ulises, Diana, los argonautas, Jasón y todo eso. Se veía un paisaje mediterráneo. Y yo soy muy mediterráneo por mi vinculación con Murcia por parte de la familia paterna. Se veía un mar azul, una nave griega, y una vela hacia el horizonte. Ese libro fue para mí fundamental porque me descubrió el mundo clásico, que es para mí importantísimo. Al mismo tiempo que también la plasticidad y la belleza de esas figuras, desnudos masculinos y femeninos.

Y luego había un libro que me influyó mucho cuando aprobé sexto de reválida con 16 años. Un verano dediqué a leer los Diálogos de Platón. Para mí, eso fue también otra revelación. Del mundo clásico es mi poesía y en mi concepto de vida es fundamental.

P. Usted siempre acude a los clásicos.

R. Sí. A los griegos y latinos. Y a los clásicos de la literatura.

P. ¿De qué cura la poesía?

R. La poesía puede curar del dolor. Y es una compañera estupenda a lo largo de la vida. No te deja solo nunca.

Córdoba me ha dado su historia y su abrazo maternal

P. ¿A usted de qué lo cura?

R. A mí me ha curado de la angustia. De la melancolía. De todo. Es una terapia estupenda.

P. Dígame un poeta deslumbrante.

R. Pablo Neruda. A los 19 años, en Águilas (Murcia) iba yo a Lorca a preparar los exámenes de septiembre que me había presentado en una asignatura. Llevaba una maleta llena de libros y de discos en la Vespa, que tenía una estabilidad muy relativa. Y, con un poco de arena que había en una rambla, di un vuelco y me hice polvo la mitad de la cabeza y del brazo. Un amigo mío me dejó dos tomos del Canto General de Pablo Neruda. No había leído una cosa igual en mi vida. Fue para mí una revelación. Luego leí toda la obra de Neruda completa. Tengo todos sus libros. Quise hacer la tesis de Neruda pero no me dejaron. Era el año 73. Y la hice sobre el Grupo Cántico. Pero aquí están todos los poetas que yo más he amado [muestra un libro que tiene entre las manos]. Y Neruda fue uno de ellos.

P. Y dígame un poeta joven.

R. ¿Joven de qué edad?

P. Un poeta de hoy.

R. José Luis Rey me gusta. Tiene conocimiento de la literatura y se dedica a la traducción. Yo me he dedicado mucho a la traducción, que es una manera de escribir también. Y de escribir poemas estupendos porque ya de por sí son buenos. He traducido la poesía catalana, portuguesa, inglesa o italiana. Y José Luis Rey es el poeta joven que yo veo con más virtudes y más calidad.

P. ¿Qué tiene ahora entre manos?

R. Estoy leyendo por tercera vez una novela histórica de un ruso blanco, contrario a la revolución, que murió en París. Es un libro de Dmitri Merezhkovski que se llama La muerte de los dioses, sobre el emperador Juliano, que marca el declive de los dioses helénicos y el triunfo del cristianismo. Y a mí esa época, en que una civilización cae y es sustituida por otra muy distinta, me interesa mucho. Me gusta tanto el Evangelio como los autores antiguos griegos y latinos.

P. Usted no es de novela.

R. Leo poca novela.

A Juan Bernier estuvieron a punto de fusilarlo

P. ¿Por qué?

R. Me gusta más el ensayo, la poesía y el pensamiento. Me impresionó en el año 1968 cuando salió en el número uno de la colección de Alianza Editorial de Bolsillo La Regenta, de Clarín. Me pareció algo excepcional. Superior a la literatura francesa. Superior, por ejemplo, a Madame Bovary. La Regenta me pareció algo sublime y, después de El Quijote, es la gran novela española.

P. Pero usted ha sido profesor de literatura.

R. Sí.

P. Y ha enseñado literatura.

R. Literatura española, francesa, catalana y gallega.

P. ¿El libro es una especie en peligro de extinción?

R. En Francia no. Pero en España, donde el aprecio a la literatura siempre ha sido un poco relativo, el libro va a quedarse para unos pocos felices. Son tantas las tentaciones que la tecnología te ofrece que para qué vas a leer El Gatopardo si puedes ver la película que es una obra de arte tan grande. El cine para mí es fundamental. No el cine de intelectuales en blanco y negro aburrido. No, no. El cine de las grandes películas: Lo que el viento se llevó o El Gatopardo. Son muchos los enemigos del libro. Pero subsistirá, al menos en Francia, porque hay una gran pasión.

P. ¿La escasa lectura ha sido uno de los problemas de España?

R. Sí.

P. A usted no le distrae el mundo de las pantallas.

R. Yo no tengo ni teléfono.

La vida sin libros se queda coja

P. ¿Usted no tiene teléfono?

R. No. Tiene mi hijo y mi mujer pero yo no sé.

P. ¿Usted no sabe manejar el teléfono?

R. No. El ordenador sí pero me costó mucho trabajo. Por ejemplo, dos libros extensos los tuve que pasar al ordenador. Yo con la tecnología estoy reñido.

P. Es más de bolígrafo.

R. Sí.

P. ¿Y sigue escribiendo con bolígrafo?

R. Sí, claro. Para escribir poesía.

P. ¿Y qué hace cuando tiene que corregir un texto?

R. La poesía no la escribo en el ordenador. Un artículo sí, pero la poesía no. La poesía te nace más de dentro. Ya he perdido el callo que tenía en la mano. Tenía un callo tremendo.

P. Entonces tendrá la libreta llena de tachones.

R. Sí. Como decía Paul Valery, un poema no se termina nunca: se abandona. Siempre hay alguna cosa que puede mejorar. O empeorar.

P. ¿Leer en eBook alimenta lo mismo?

R. No lo sé porque yo no tengo eBook. Y leer en la pantalla un libro entero es muy duro. Un artículo de diez páginas, sí se puede leer, pero 400 páginas en la pantalla no. En la cama es la mejor manera de leer.

Pablo Neruda fue para mí una revelación

P. Usted lee en la cama.

R. Sí, claro. Hay mejor riego sanguíneo. Leo en la cama y los poemas se me ocurren acostado.

P. ¿Y se levanta para escribirlos?

R. No. Tengo una libreta en la mesita de noche.

P. Y cuando le viene una idea la apunta.

R. Sí. Y la retomo al día siguiente. Muchas veces un pensamiento, un poema bello, te viene cuando estás a punto de dormirte.

P. Usted es devoto del papel.

R. Sí, claro. Antes se decía el papel y la pluma. Pero la pluma ya pasó.

P. ¿Añora la Facultad?

R. Por supuesto. En la Facultad de Murcia hice la carrera y dos años de profesor. Y en la Facultad de Córdoba estuve desde el año 73 hasta que cumplí 70 años. Luego, una vez jubilado, me dejaron estar en mi despacho cinco años. Fue todo un detalle. Pude tener la biblioteca mía allí e iba todos los días. Una maravilla tener un sitio así, con un patio, unas palmeras y unos vencejos en un edificio silencioso del siglo XVIII en la Judería de Córdoba.

Ahora sale una segunda edición de mi libro sobre Córdoba. La primera edición se llamaba Córdoba, ciudad de destino, que es una especie de gran poema dedicado a cantar la ciudad a través de las diferentes culturas. Ahora lo he ampliado mucho más y se titula Córdoba, puerta del tiempo. El poema final es sobre mi paseo diario desde la calle Perpetuo Socorro hasta la Puerta de Almodóvar, la calle Judíos, la Plaza del Taurino y la Facultad. Y todo eso acompañándome Garcilaso, Góngora o Ángel de Saavedra.

P. ¿Qué le ha dado Córdoba?

R. Muchísimo. Nací en Córdoba en la calle Cruz Conde, número 8. Por eso estudié en la Milagrosa. Luego levantamos la casa de Córdoba y nos fuimos a Villa del Río. Córdoba me ha dado su historia y su abrazo maternal. Es un abrazo histórico. Yo me siento atendido, querido, comprendido por las grandes figuras que ha alumbrado esta tierra. Desde Séneca y Lucano a Ángel de Saavedra.

P. Siente formar parte de esa corriente histórica.

R. Sí. Tengo un poema que hablo de la Plaza de las Tendillas como centro del antiguo Foro Romano. Y siento el latido de ese pulso colectivo. La palpitación de ese latir colectivo a través de los siglos. Y en el libro se testimonia.

Los poemas se me ocurren acostado. Es donde hay mejor riego sanguíneo

P. Le recuerdo a usted con su carpeta de apuntes en aquellas aulas gélidas de la Facultad.

R. Yo estaba allí muy bien. No podría dar clases en un edificio moderno. Estaba encantado con la Capilla de San Bartolomé, la Judería, la Mezquita. Eso era único.

P. ¿Qué aprendió de los estudiantes?

R. Aprendí juventud. Cuando di mi primera clase en Murcia en quinto curso de Filología Románica me contrataron como profesor de crítica literaria francesa. Y le estaba dando clase a compañeros míos que tenían mi misma edad. Cada año veías una serie de chicos y chicas perpetuamente jóvenes. Por ellos no pasaba el tiempo.

P. ¿Usted cree que los alumnos entendían a Góngora?

R. No. Góngora es una de las grandes figuras, pero a mí me interesan más otros poetas clásicos nuestros, aparte de San Juan de la Cruz, como Garcilaso, Quevedo o Lope.

P. ¿Y Góngora por qué no?

R. Góngora es un maestro supremo de la palabra, pero Lope es un maestro supremo de la vida y su poesía tiene una palpitación vital que desgraciadamente la de Góngora no tiene. La suya es una poesía más intelectual.

P. ¿Que los estudiantes no entiendan a Góngora los aleja de la literatura?

R. Si entenderlo lo entienden pero que les guste es más difícil. Por ejemplo, la emoción. Yo siempre he presumido de leer muy bien poesía. Un poema, como una partitura musical, no es para leerlo. Es para recitarlo. He notado que bien leída la poesía de Garcilaso por la muerte de Isabel Freire es algo que le llega a cualquiera. O los poemas amorosos de Lope. O la poesía metafísica de Quevedo. Neruda, cuando llega en el año 34 a Madrid, no conocía a Quevedo. Tenía una educación en América totalmente francesa. No conocía los clásicos españoles y el clásico que más le llega es Quevedo.

P. ¿Cómo se defiende un poeta de la vorágine del mundo de hoy?

R. Eso es difícil. Yo lo he conseguido.

P. ¿Y cómo se defiende usted?

R. Encerrándome de noche, que está uno más cerca de los libros, en el silencio de las tres de la mañana cuando está la ciudad sola. Entonces hay un momento de comunión con los textos literarios.

P. ¿Navega usted por internet?

R. No. Correo tiene mi hijo.

P. ¿Y le duele la unidad de España?

R. Siendo discípulo de Unamuno, ¿cómo no me va a preocupar el futuro de España?

P. ¿Ha vivido usted como ha querido vivir?

R. Humildemente, sí.

En España el libro va a quedarse para unos pocos felices

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