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Al baile de la vida con Rozalén

Concierto de Rozalén en el Festival de la Guitarra de Córdoba | MADERO CUBERO

Rafael Ávalos

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¿Qué es esto que sucede entre la luz y la oscuridad? ¿Qué es esto que dura a veces tanto pero siempre tan poco? ¿Qué es esto que en ocasiones no se sabe disfrutar? Es la vida, con sus brillos y sus penumbras. Es la vida, intensamente efímera. Es la vida, que consiste en reír y llorar. Es la vida, el largo instante pasajero. Es la vida, que cada cual escribe como quiere. También como puede. Es la niñez y la juventud, la vejez y la muerte; es la alegría y la tristeza, el amor y la violencia, la calma y la tempestad. Es la vida, esa colección casi siempre -porque así se quiere-  incompleta de emociones. Es una canción cualquiera si está escrita desde la entraña, con el corazón pero gracias a la cabeza. Es Rozalén, con su cuidada pintura musical. Es Rozalén, la joven a la que quizá buscara Luis Pastor: “¿Dónde están los cantautores?”. Aquí tienen una, de las que de verdad merecen ese título. Quizá por eso Córdoba termine rendida a sus pies.

El Festival Internacional de la Guitarra alcanzó probablemente este domingo su cénit en esta edición. Ocurrió de la mano de uno de los mayores talentos compositivos e interpretativos que parió este país en los últimos años. Ella era María de los Ángeles Rozalén, la chica que desde Albacete es capaz de transportar a todo aquel que quiera escuchar a mil y un escenarios, en mil y una situaciones. Ante el dolor del cáncer de mama, nada mejor que Vivir. Vivir y sentir habría de ser siempre obligación, es mejor que observar como cada día es uno más y uno menos. Para la lacra de la violencia de género ella dibuja La puerta violeta. Presta su lápiz de cera, los demás sólo tienen que pintar y abrir. Y si no se desea mirar de frente a la vergüenza colectiva del país, de su guerra fratricida y la muerte en una cuneta, de la paz sólo para unos y el tormento para otros, de… La herida se cierra con el relato de un Justo.

Casi repleto estuvo el teatro de La Axerquía en la que fue cita más exitosa hasta ahora de un certamen que va sobre el alambre -como casi todo en esta ciudad eternamente en letargo-. Rozalén reunió a unos 3.000 espectadores para hacerles escuchar versos de Mario Benedetti. La recitación de No te salves no sólo fue el comienzo de un recital perfecto sino un canto a la esperanza en tiempos de trap. Porque así es la cantautora que desde 2013 utiliza inicios de refranes para titular sus discos, pequeños rincones destinados a la vida. La albaceteña demostró su facultad para describir el amor más allá de tópicos literarios y empalagos, así como de ilusiones o preocupaciones. Pero también de luchas y reivindicaciones. La suya no es una trayectoria al uso, lo aclaró en Cuando el río suena con El hijo de la abuela.

Voz comprometida, Rozalén viene a recordar -muy probablemente sin ella pensarlo- a Evangelina Sobredo. Escribe y canta a lo que en gana le viene, vive con su libertad. Y hace libres a quienes la escuchan. La carretera de la vida nos robó a Cecilia y ahora la carretera de la vida nos regaló esta alma indómita. Voz solidaria, Rozalén se adhirió a la labor por la donación de órganos del Hospital Reina Sofía y la pugna de los padres de Martina, la pequeña cordobesa que sufre una atrofia muscular rara -fue antes del concierto-. Voz divertida, Rozalén no sólo relata la vida a través de sus canciones sino que además tiene la capacidad de entretener. Voz respetuosa, Rozalén rescata temas únicos como La llorona o La belleza, esta última obra magistral de Luis Eduardo Aute. Lo hizo en Córdoba, donde sólo Volver a los 17, de Violeta Parra y también versionada por la artista, faltó para una noche definitivamente mágica.

Nada teme la albaceteña, que en su último disco (Cuando el río suena) antes de su trabajo recopilatorio Cerrando puntos suspensivos, abrió tanto el pecho que colocó el corazón propio y el de sus padres en una mano. En La Axerquía también sonó Amor prohibido, así como otras letras: Las hadas existen, Vuelves o Comiéndote a besos, por ejemplo. Sucedió todo entre las 22:36 -el concierto comenzó con un ligero atraso por un percance leve de uno de los músicos- y las 00:38, cuando el teatro estaba ya patas arriba. Aunque resulta necesario indicar que el público cordobés, entregado de principio a fin esta vez, suele ser excesivamente mesurado en sus peticiones de bis. El mismo lo cerró Rozalén junto a los suyos, con Respect después de regalar Girasoles. Todo tuvo lugar con Beatriz Romero a su lado, con su inseparable intérprete de lengua de signos. Porque la suya es voz también inclusiva, en este caso para sordos. Las dos llenaron un escenario que no requirió de decoraciones ni efectos visuales magnánimos. Lo importante era la música, y su significado.

Al final, la noche quedó corta. Quizá fue, sin pretenderlo porque así es siempre, reflejo de la propia existencia. Parece que no va a terminar, pero sí. Parece que se tiene el control, pero no. Lo cierto es que entre la cantautora y sus seguidores en Córdoba -y quién sabe si la ciudad en sí- se estableció una mágica conexión. Era fácil con ella, que en directo conjugó su calidad artística, en el papel y sobre el escenario -como compositora y como intérprete viene a significar-, con su simpatía y un dinamismo admirable. En directo, además, recorrió muy diferentes estilos musicales, otra virtud de la que goza y de la que pocos pueden presumir. Al final, acudir a La Axerquía fue algo así como asistir al baile de la vida con Rozalén.

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