Un cordobés, en el Tour de Francia 2025

Juan Antonio Aragonés jugó en el patio del instituto Blas Infante de Córdoba, el mismo en el que lo hicieron Antonio Conde y José Manuel Matías. Conde arbitró la final de baloncesto de los Juegos Olímpicos de París. Matías es desde el año 2021 el presidente del Comité Técnico de Árbitros (CTA) de la Federación Andaluza de Fútbol. En julio, Juan Antonio Aragonés se convertirá en el primer andaluz en ser comisario del Tour de Francia. “Arbitrar el Tour es como hacerlo en una final de la Champions o de los Juegos Olímpicos”, compara el propio Aragonés, que estos días ha sido uno de los comisarios de la Vuelta a Andalucía, “la carrera que más me ha ayudado a progresar como árbitro”.
Aragonés, que fue cocinero antes que fraile, ciclista antes que árbitro, es el único español que se incorpora al equipo de 14 comisarios técnicos del Tour de Francia, la mayor prueba ciclista por etapas del mundo y, con diferencia, la de mayor prestigio e impacto. Su participación en el Tour responde a una iniciativa que dejó de hacerse en 2013 y que se recuperó en 2023. Hasta entonces, los árbitros de los países que acogen a las tres grandes vueltas por etapas del calendario internacional (Giro, Tour y Vuelta) hacían intercambios. El año pasado fue un español al Giro y este toca que España esté representada en el Tour. Y España tendrá a dos: Juan Antonio Aragonés y Pedro García Mozo, este último seleccionado por la Unión Ciclista Internacional (UCI).
El criterio elegido para ser seleccionado es que el elegido sea un árbitro comisario con proyección de lograr el cambio de categoría y pasar a ser internacional, además de tener un currículum y dominar el inglés y el francés. Aragonés cumple con todos los criterios.
Aunque fue ciclista juvenil (llegó a coincidir en un campeonato de España de 1995 con Joaquín Purito Rodríguez, uno de los profesionales nacionales más destacados de los últimos años y ya retirado), Aragonés dejó el entrenamiento por una lesión. Poco después, comenzó a estudiar Arquitectura en Sevilla y se convirtió en profesor. Aunque nunca ha dejado de salir en bici, comenzó a arbitrar en 2003. En 2006 se convirtió en árbitro nacional y en 2011 en élite. En estos años ha arbitrado varias Vueltas a España (como la última que disputó Alberto Contador en 2017, que ganó Roglic), la Itzulia (Vuelta al País Vasco) que se llevó todo un ganador del Tour de Francia como Vingegaard en 2023, seis Vueltas a Andalucía, tres Clásicas de Almería, campeonatos de España... y un largo etcétera de pruebas de todo tipo, también del circuito MTB.
Pero ninguna de la entidad de un Tour de Francia, una prueba en la que se ve todo, hasta los árbitros, y en la que lo que allí ocurre se magnifica hasta alcanzar una repercusión mundial. En la Grande Bouclé habrá 14 comisarios árbitros, que se repartirán entre los coches y las motos de carrera. La dimensión del Tour es tal que se trata de la única carrera con un comisario en el famoso coche escoba, pendiente de que los últimos no hagan trampas para llegar dentro del control y no ser expulsados.

Un arbitraje más complejo en 2025
Este año, la presencia de los árbitros va a ser, si cabe, aún más importante. El ciclismo internacional estrena un reglamento con una gran novedad: por primera vez los árbitros podrán sacar tarjetas amarillas a los corredores, equipo técnico o cualquier persona que esté participando en la gran caravana del Tour de Francia. El objetivo es evitar comportamientos antideportivos (como sacar un codo en un sprint, trazar para sacar de la carretera a un compañero) o aquellos que incumplen el reglamento. Si alguien recibe dos tarjetas amarillas en una misma prueba, será expulsado. Si recibe tres en un mes, tendrá una sanción de 14 días. Con seis en toda la temporada, estará 30 días sin poder correr.
Además, también se han regulado los avituallamientos. Los árbitros deben estar pendientes de que los corredores reciban comida en los lugares indicados y no como hasta ahora, que podían hacerlo donde hubiera un auxiliar de su equipo presto a entregarle un bidón, geles y barritas energéticas.
Aparte, el trabajo de siempre: que nadie se agarre a un coche, que se siga el trazado diseñado por la organización, no recibir más ayuda externa de la regulada, acabar las carreras con una bici de tu equipo o reglas tan poco conocidas como la prohibición de hacer sus necesidades donde hay público. Que sí, que eso se multa.
A Aragonés, el gusanillo del ciclismo le viene de casta. Su padre, Juan Aragonés y nacido en Fernán Núñez, le sentaba delante de la tele a ver ciclismo desde que era un niño. Además, salía en bicicleta con sus amigos y “me contaba aquellas salidas como si estuviera corriendo el Tour. Mi padre era mi superhéroe” y Aragonés quería emularlo. Tanto que “conseguí que un día me dejase su bicicleta”. Y ese fue un antes y un después. “Cuando un niño o una niña monta en bici es la primera vez que se siente libre, que se independiza de sus padres. Es la primera vez que de verdad te separas de ellos”, dice.
Aragonés entrenó persiguiendo el sueño de convertirse en profesional hasta que “una lesión me hizo replanteármelo todo”. “Decidí dedicarme a los libros”, recuerda. Estudiando la carrera comprobó que una cosa o la otra, o estudiar o dedicarse profesionalmente al ciclismo. Eran finales de los años noventa. “Al cabo de cinco años de dejar la bici, mi padre me pidió que me metiera a árbitro. Me dio el achuchón y bendita la hora en la que me achuchó”, bromea.
Ahora, como árbitro asegura que no todos los comisarios han sido antes ciclistas. Y que los que lo han sido “tenemos un plus”. Él doble, incluso, ya que su padre también director deportivo. Durante 20 llevó equipos de todo tipo, desde que comenzó en la histórica Peña Amigos de Levante, de Córdoba. Gracias a ese bagaje, sabe qué siente un ciclista en carrera, sus presiones, sus miedos e incluso sus artimañas. La empatía necesaria para comprender a los protagonistas del que aseguran es el deporte más duro del mundo.
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