Con 17 años, gimnasta y en una silla de ruedas: la otra cara de la Covid-19
Todavía en la actualidad, pese a las cifras -tras las cuales hay personas- y la situación global, hay quien lo pone en duda. Aún hoy en día, un año después, la sociedad tiende a la relajación en cuanto a su comportamiento. Sin embargo, la realidad es la que es y no otra. Que la Covid-19 no es una broma, y la palabra pandemia bien lo refleja, es un hecho irrefutable. Pero quizá exista cierta habituación a la enfermedad porque hasta el momento sólo existen números y preocupaciones políticas, económicas y sociales. Es este último punto en el que parece que, con todo, no se produce una correcta difusión de lo que supone el coronavirus. Como duro ejemplo de que todo es muchísimo más complejo de lo que parece se encuentra el caso de una joven de Córdoba. Lucía Rubio es su nombre y la postración, por el momento, en una silla de ruedas es su situación después de su contagio. Tiene 17 años, es practicante federada de gimnasia rítmica y de un tiempo a esta parte no cuenta con movilidad cintura abajo. Y eso es sólo entre otras secuelas con una afección que está por determinar.
“Nuestra hija Lucía, con 17 años y en muy buena forma física, es gimnasta desde los cinco años y en la actualidad no es capaz de bajarse de la cama”. De tal forma arranca el relato de los padres de la esta joven cordobesa, integrante del Club Apademar en su sección de rítmica. Lo hacen a través de una nota con la intención de obtener apoyo y, con ello, respuestas al problema de su hija. En su comunicación, indican que la joven “no tiene nada de movimiento de cintura para abajo, necesita ayuda para su día a día, que es de la cama al sofá y poco más, y para cualquier desplazamiento necesita silla de ruedas”. Todo es a raíz de que el 14 de octubre de 2020, hace casi medio año ya con exactitud, conociera la familia el positivo en Covid-19 de la chica. Comenzó en ese instante un complicado período con diversas patologías y que acabó en un trayecto del el tapiz hasta una silla de ruedas -sí suena duro, peor es experimentarlo-.
Gabriel Rubio, padre de Lucía y que actúa como portavoz para con Cordópolis, y su madre no quieren que nadie les compadezca. Tan sólo pretenden contestaciones a la incógnita planteada por la Covid-19 en la salud de su hija y, mucho más, una salida a su nueva normalidad, que dista en exceso de la anterior y de la que tiene la mayoría de la sociedad -parece que a veces olvidadiza de los problemas ajenos que pueden ser propios un día cualquiera-. “Necesitamos que alguien nos dé una solución, se nos cae el alma al suelo al ver a una niña de 17 años en una silla de ruedas y ya un poco cansada de tantos médicos que no encuentran qué le pasa”, afirman los progenitores de la joven. Porque después de casi una veintena de visitas a galenos, tanto públicos como privados, en casa de la gimnasta no saben qué sucede.
Desde la confirmación de su positivo, en algo menos de seis meses, Lucía Rubio tuvo que acudir a Urgencias hasta en 17 ocasiones. Pese a todo, “nadie ha dado realmente un diagnóstico claro y un tratamiento”. “Tras 15 días en alta, aún no tenemos cita en Psicología y a día de hoy nuestra hija sigue con febrícula, náuseas, mareos, disfagia, que ha empeorado con regurgitación de líquidos y alimentos por la nariz, pérdida de equilibrio e incapacidad total de caminar y mantenerse en pie sin ayuda”, explican los padres de la joven. Así, los tiempos en que compitiera en el tapiz, fuera el lugar en que correspondiera y no sólo en Córdoba, quedan demasiado atrás para esta cordobesa. Y claro está que no sólo es respiratoria la afección del coronavirus -por mucho que sea la principal-, tanto como que no sólo ataca a las personas mayores -aunque sean las más vulnerables- o no termina todo tras superar la enfermedad -que en casos como el presente no sucede pues persiste-.
Para Lucía Rubio volver a practicar la gimnasia rítmica con su conjunto, encuadrado en las filas del Club Apademar, es hoy por hoy una vana ilusión. Un difícil recuerdo de lo que tenía, y quiere volver a poseer, antes de su positivo por Covid-19. Fue entonces cuando arrancó una experiencia vital -porque la vida está por encima del deporte y de cualquier otro asunto- realmente dura. Su primera visita a Urgencias, tras conocer su contagio, fue el 17 de octubre del pasado año al sufrir disnea y dolor en el costado. La revisión terminó “sin más síntomas” de coronavirus. Después, durante medio año casi exacto hasta la fecha, siguieron otras dolencias. Febrícula, tos persistente, dolor de garganta al tragar alimentos -o en término clínico odinofagia-, molestias constantes en el tórax, mareos, debilidad general… La enumeración de patologías aumentó con el transcurso del tiempo con otras como dolor abdominal o diarreas hasta que, al fin, el 6 de diciembre -curiosamente conmemoración constitucional de España- tuvo resultado negativo de coronavirus.
La aparente recuperación se dio, casi tres meses después, con un test realizado en la sanidad privada pues en la pública no lo recibía. Sin embargo, y como queda claro, el proceso no concluyó. Con “persistencia de febrícula, dolor en el costado y debilidad general” seguían sin aparecer síntomas post Covid-19 y ya llegó el caso a medicina interna. Sus padres mantuvieron la esperanza de que en los días o las semanas que habían de seguir los problemas desaparecieran, pero el 5 de febrero recibieron otro parte que hablaba de “acorchamiento en hemicuerpo derecho y falta de visión en el ojo derecho”. Un TAC señaló que sufría “alta migraña con aura”. Comenzó entonces la pérdida de movilidad con patologías escalonadas como visión borrosa o inestabilidad. Tras todo ello, “se pide consulta con Psiquiatría y diagnostica trastorno conversivo, derivando el caso a Psicología Clínica de manera preferente”. Lucía Rubio fue vista incluso por un neurólogo y a día de hoy, tras casi seis meses exactos, sigue muy lejos de volver al tapiz e, incluso, obligada a habituarse a una silla de ruedas.
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