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A la lluvia vence la pasión, juntos sale el sol

Los jugadores cordobesistas y la afición, en comunión | MADERO CUBERO

Rafael Ávalos

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El Arcángel ruge con una nueva victoria del Córdoba en un encuentro como los de antaño, de fútbol vibrante | El estadio, con el mejor aspecto y un ambiente impresionante

Nada vence a la pasión. No cuando ésta es incontenible. Ni siquiera los elementos de la naturaleza. Nada puede con los sentimientos. Menos aún si estos son primarios; de esos difícilmente explicables. A la lluvia como al calor les falta lugar donde manda el corazón; donde una voz es la de todos y la de todos es sólo una. Poco a poco, el reino a orillas del Guadalquivir cobra vida. Lenta, pero inexorablemente, toma aspecto de fortaleza a la perfección guarnecida. El arma es el aliento de una afición que acude en masa a la batalla. De aliento llenan El Arcángel casi 20.000 almas, que son más que nunca desde que comenzara la guerra. La contienda es complicada. Y la tarde, de mesa camilla y televisión. Pero no es suficiente para detener a quienes enarbolan la bandera blanquiverde.

Nada vence a la pasión. No cuando ésta es irrefrenable. Ni siquiera los golpes sufridos a lo largo del conflicto. Nada puede con la garra de quienes creen en la victoria. Más aún si ésta por momentos parece improbable. Del padecimiento bien saben en ese estadio donde las alegrías son menos que las tristezas. Aunque eso era antes. Poco a poco, el reino a orillas del Guadalquivir recobra su fuerza. El mazazo no derrota. Sólo se trata de una herida. La batalla continúa y sigue siendo complicada. Al menos la tarde no es tanto ya de horas de salón, sino más de fútbol en su más pura esencia. Del de antes y que no de ahora. El partido es como los de antaño: horario de siempre, grada caliente y dos equipos que juegan. Con eso basta y en estos tiempos, además, sobra.

Nada vence a la pasión. No cuando ésta es inagotable. Ni siquiera el recuerdo de los fantasmas del pasado. Nada puede con el deseo de volver a celebrar. A la memoria en ese campo le dan el espacio que merece, no el que a veces de manera insolente exige. Quien pensara que el camino era fácil estaba muy equivocado; quien creyera que al triunfo se llega sin esfuerzo andaba un tanto desubicado. De todo ello necesitó el Córdoba ante el Numancia. También de los cánticos de una afición que, al borde del infarto, una vez más mantuvo la constancia hasta el último suspiro. Hasta el instante en el que el juez de la contienda decreta el final. Dos goles para rehacerse del primero del rival. Otro para advertir de que el segundo no afectó. Y la tarde sigue desapacible, aunque amablemente concede tregua.

Nada vence a la pasión. No cuando ésta tiene recompensa. Ni siquiera el por instantes cansino transcurso de los minutos. Nada puede con el ardor de un ejército preparado para ésta y otras muchas batallas. Al final, cuando ese partido que lo es como los de toda la vida, como aquellos en los que mandaban el juego y los goles y no el billete, El Arcángel ruge. Al final, cuando el Córdoba alza los brazos nuevamente, al abrigo y con el aliento sin fin de su afición, queda demostrado que siempre vence la pasión. Nada puede con ésta, tampoco la amenaza de las nubes o el barro del convertido en lodazal El Arenal. Ni siquiera la lluvia, que no apareció en un día donde en el reino a orillas del Guadalquivir unos y otros encontraron su sol en una tarde de cielo gris.

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