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Historias tras el deporte | Miguel Ríos, un currante mito del atletismo

Miguel Ríos, en su entrevista a CORDÓPOLIS | TONI BLANCO

Rafael Ávalos

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En ocasiones las grandes gestas pueden pasar desapercibido. Quizá no tanto pero sí menos valoradas de lo que debieran ser. Sobre todo por parte del gran público, como se suele decirse, que acostumbra más a los éxitos mediáticos. Y si no son de fútbol, la diferencia es aún más grande. Aun así existen logros cuya relevancia son capaces de resistir la dureza del tiempo. Ni siquiera con el transcurso de los años se extingue esa luz encendida un día. De hecho, gana en intensidad para quienes la ven y persiguen con agrado, que a la vez son los mismos que evitan se haga tenue. Muchos ejemplos son los que pueden realizarse pero en este caso sobresale uno, el de Miguel Ríos. Un hombre de hecho a sí mismo a través del atletismo, del que es mito y referente a nivel andaluz e incluso nacional. Todo a la par que escribiera su narración vital como un currante, con el sinónimo coloquial de trabajador. Precisamente en el plano laboral es el que más ingrato sabor le dejara en su existencia en un determinado momento.

La suya es otra de esas historias tras el deporte que requieren atención y merecen un respeto. Nacido en cuna humilde, Miguel Ríos García (Puente Genil, 1958) es el claro modelo de la dignidad del trabajo y la constancia. Y del sacrificio pues sin capacidad de ello nada es posible. El relato arranca esta vez en una casa cualquiera de un lugar inevitablemente ligado al membrillo. Ahí, hace ahora 62 años, comenzó la vida para un hombre que pronto tuvo que olvidar la niñez. “Vengo de una familia de diez hermanos. Entré en Panrico con 12 años. Ahí desarrollé toda mi vida. En una familia tan grande lo importante era llevar un pan o dos panes, que mi madre demasiado tenía ya, la pobre, con bregar con diez criaturas. Incluso con mis abuelos, que estaban allí”, recuerda, en su madurez, aquellos tiempos difíciles. Sin embargo, el deporte se cruzó en su camino y tampoco supo desligarse de él por mucho que las hojas del calendario cayeran cada vez más.

“Tuve la suerte de que antes del servicio militar conocí el mundo de las carreras”, rememora. Su incursión en el atletismo fue paulatina pero segura, y sin abandonar su empleo. “Compaginaba las carreras con mi trabajo. Tenía dos horas para entrenar que luego tenía que recuperar. No tenía ningún privilegio”, expone. Sus días eran esfuerzo puro: “Me levantaba a las cinco de la mañana para ir a trabajar y correr”. Sus primeros contactos con el deporte se dieron más aún en la conocida como mili, donde también tuvo experiencias complejas. “Empieza a gustarme en el servicio militar, que lo hice en Vitoria, y fueron años complicadas porque fue en los ochenta. Cogimos las armas y no éramos conscientes de lo que estaba haciendo Tejero”, recuerda. Miguel Ríos era un joven en la otra punta del país en medio de uno de los instantes más convulsos de la historia reciente de España: el 23-F de 1981. Y también en torno a los denominados años de plomo de ETA. Aunque el impulso lo tomó después, tras su primera presencia en la prueba que terminó por auparle al reconocimiento en su disciplina.

Del estreno a la cima en Sevilla: el campeón de la Expo 92’

Fue en 1984 cuando el pontano se atrevió con una gran maratón. Sin pensárselo, osó a participar en la de Sevilla. “Salí sin conocimiento y me quedé sin gasolina. De hecho, en La Alameda me vino olor a comida y llegué a pedir dinero a una persona para un dulce. Terminé y cuando llegué a Puente Genil me desperté lleno de babas”, explica de aquella experiencia. Resultó duro el estreno en la vecina capital pero también abrió la puerta a un futuro prometedor. “A partir de ese día conocí al doctor Jaime Conde, de Anatomía Patológica del hoy Hospital Juan Ramón Jiménez, y empezó a darme unas pautas. También conocí a Antonio Escribano junto al doctor Berral y ellos fueron los que me dijeron que tenía cualidades para conseguir lo que quisiera”, subraya. Los tres médicos le ayudaron a alcanzar la cima en la prueba en que tanto sufrió y en muchas otras -en cada caso de manera diferente-. Es necesario avanzar ocho años, y tener al después apodado como corredor de las magdalenas con 34 años y en plenitud de sus virtudes atléticas, para llegar al clímax de su trayectoria deportiva. Era 1992 y España estaba preparada para vivir sus 12 meses más intensos en décadas, ya que eran los de su salto hacia delante, hacia el desarrollo. Barcelona debía albergar en verano los Juegos Olímpicos -que a la postre son recordados como los mejores contemporáneos- y Madrid ostentaba el título de Capital Cultural Europea -con Córdoba desbancada en la pugna-. Se creó la primera línea de Alta Velocidad (AVE) y fue porque en Andalucía también se producía un evento a gran escala.

Sevilla era sede de la Exposición Universal -o mejor, Expo- y todo era una fiesta allí. Por supuesto, la Maratón no fue menos. El Ayuntamiento gastó unos 30 millones de las antiguas pesetas para contar con los atletas más destacados del momento. Nada podía fallar, un nombre de fama internacional daría mayor relevancia a la prueba. Y no fue así. “Suena a nivel mundial y contratan a rusos, keniatas, etíopes… Lo mejorcito que había por ahí. Y con un número 666, que dicen que es el número del diablo. Pero es como yo le digo a mis niños, no hay que tener susto de nadie”, comienza a describir aquel día, que considera “mágico”. “Empiezan a caer corredores en el kilómetro 21 y se me van los keniatas. Me dice el médico que vaya a por ellos y les cojo, por lo que me dice que tire. Uno se retiró y otro acabó décimo”, sigue. “Lo más gracioso es que cuando llegué a la Catedral y venía sintiendo que tenía una ampolla. Cada vez que pisaba veía estrellas, pero tenía que llegar de alguna forma. Luis Beltrán (periodista) me dijo que sacaba 40 segundos”, continúa. Restaban dos kilómetros para la meta.

“Cada vez que pisaba eso era un cuchillo. Total, llegué a meta y mi sorpresa es que me dijeron que saqué dos minutos y medio al segundo. Batí el récord de la prueba”, cuenta sobre su triunfo la Maratón de Sevilla en plena celebración por la Expo 92’. Los favoritos se rindieron al hombre que dedicaba sus días a distintas labores en Panrico. “Me di cuenta al momento de todo lo que había conseguido: tercera mejor marca de España y quinta de Europa. Me cogió la firma Nike para Andalucía y estuvo 12 años patrocinándome”, resalta. Y todo, con un problema en el pie que no era baladí. “Acabé y me preguntó un médico si tenía algo. Le dije que no, que solamente una ampolla en el pie. Me puso un espejo para que la viera y me pillaba toda la planta, toda negra. El doctor no sabía cómo pude correr con eso”, completa la historia. Aunque no del todo, ya que la victoria deparó otro momento. “En la avenida de la Cruzcampo (Cruz del Campo) me dijeron que iba primero y no me lo creía porque iba el malogrado Diego García. El entrenador le dijo a mi mujer que venía primero y decía ella que cómo iba a ser eso. Cuando me vio entrar estaba que le iba a dar algo. Le dieron una tila”, apunta. Su pareja estaba en avanzado período de embarazo.

Sin presencia en Barcelona 92’ pero reconocido mundialmente

Dadas las expectativas puestas en esta edición de la Maratón de Sevilla, que un tipo de Puente Genil subiera al primer cajón del podio no sentó bien a los organizadores. “Si ganabas te daban el dorsal 1 (sin pagar) y 100.000 pesetas o así. Se abrieron las inscripciones y no me decían nada. Y hablé con Parrilla Melero, que trabajaba en la Diputación, y al tiempo me dijo: he llamado a esta gente y se han enfadado porque ganes, esta gente se ha gastado una millonada en traer corredores y ganas tú”, relata. Miguel Ríos tuvo que volver a la capital hispalense sin honores, con número comprado como el resto. “Qué más orgullo que gane un andaluz, que además entonces estaba en el club de San José de la Rinconada. En América gana un americano y le ponen una estatua en Central Park”, agrega. Aquello sucedió tras otro sinsabor: mereció ir a Barcelona 92’ pero no recibió llamada. “En Sevilla conseguí mínima olímpica sin ser profesional. El problema es que estaba el programa ADO, que tienes una beca durante cuatro años pero te puedes lesionar. Había dos o tres atletas lesionados y pudieron decir: oye, le damos paso a Miguel, que está preseleccionado”, indica. “Sin embargo, no. Y en el año 92 estaba muy bien. Hubiera sido el sueño de cualquier atleta popular”, agrega.

Al menos, como ocurrió décadas después en Sevilla, en Madrid corrigieron su error. “Para compensarme, luego la Federación me hizo internacional en el 96 y 97 para ir a Brasil, a los Campeonatos Iberoamericanos, que fue mi primera internacionalización oficial. Fíjate dónde llega un cateto de pueblo”, recuerda con buen humor. A diferencia de lo que vivía en España, el currante de Panrico agrandó su mito a nivel mundial. Lo del profeta y su tierra. Comenzaron a lloverle las invitaciones por todo el planeta, de Estados Unidos a Rusia. Este último país le desencantó sin embargo. “No me gustó, pero gané la Noche Blanca de San Petersburgo. Cuando viajas por el mundo ves muchas cosas y no me gustó la pobreza que veía allí”, arguye. Distinta es la situación con una de las maratones más importantes del globo, la de Nueva York. Debutó en ella mucho antes de destrozar los planes en torno a la Expo 92’. “Mi primer año fue el 85 y eché dos horas y 59 minutos, y Central Park se me hizo un mundo”, rememora. El guion fue similar al escrito en Andalucía.

En 1998 fue el mejor español de la Maratón de Nueva York -con el puesto 44 de entre unos 3.800 corredores-. Pero no fue la única vez en que fue el más destacado de sus compatriotas. De su anecdotario rescata un instante vivido con dos de los atletas más relevantes del país más relevantes de todos los tiempos. “Fui con Abel Antón y Martín Fiz, que compartíamos mánager. Era Miguel Ángel Mostaza. Antón nos invitó a comer y Mostaza me pidió que le dijera cómo tenía que correr. Al final llegué el primero de los españoles”, destaca. “Otra vez quedé el 22. Fui nueve años y teníamos previsto ir en 2001 con Abdelkader, al que entrenaba, pero ocurrió lo de las Torres Gemelas (11-S) y no querían corredores árabes. La experiencia allí fue impresionante y espero volver para despedirme”, expresa. Habla de Almoazir Abdelkader, que curiosamente venció por cuatro veces en la Media Maratón de Córdoba.

Sin trabajo pero con una ilusión inabarcable

Pero las historias tras el deporte no son tan espléndidas por completo. Miguel Ríos lo sabe pues mientras se erigió en un referente del atletismo andaluz y español aunque no fuera profesional padeció la dureza de la vida de nuevo con 49 años. Entonces, en 2007, terminó en la cola del INEM, como se suele decir, y devastado emocionalmente. “Ocurre una cosa que no tendría que haber ocurrido en una democracia. Panrico se vende a una empresa de capital riesgo y al no tener ni pies ni cabeza, cada uno hizo lo que le dio la gana durante unos años. Hasta que la ha comprado, a los 15 o 16 años, Bimbo América”, explica. Él acabó fuera de un puesto de trabajo en el que permaneció durante casi cuatro décadas. “En aquellos días el mercado laboral era bueno para recuperarlo, pero se ve que no. Así que dije, después de 37 años cotizados voy a disfrutar de la vida”, prosigue. “Gracias al atletismo estoy contentísimo de la persona que he sido, y lo recalco siempre, yo estoy vivo gracias al atletismo, porque son muchas cosas las que hay. Te vienen problemas y hay que superarlos”, dice sin más.

Aquella etapa fue difícil, ya que hubo de seguir, tras 37 años de trabajo y con menos de 50, con un subsidio de algo más 400 euros. Pero con aquel “cateto de pueblo”, que es como le gusta denominarse, no podía nada ni nadie. “Gracias al sacrificio soy la persona más feliz del mundo”, asevera. Tras seis meses de caída anímica surgió otra aventura, a la que en realidad dio forma en 2010. Se trata de la Escuela Provincial de Atletismo Miguel Ríos, o EPA como es conocida por sus iniciales. “Me decían: ¿Tú por qué no montas esto? La Obra Social de LaCaixa me ayudó y ese dinero lo invertí en un vehículo porque todos los martes tengo que ir a pueblos, que son La Carlota, La Guijarrosa, La Victoria, Montalbán, Santaella. Y tengo también tres municipios de la provincia de Sevilla por cercanía”, señala. Es su actual ocupación, con una edad de 62 pero una forma envidiable -y lo demuestra junto al Canal Genil-Cabra, donde siempre, o casi, entrenó-. Dirige a 500 niños y niñas. A los que enseña sobre todo en valores. “A los padres lo que les digo es: vamos a esperar y a hacer unas personas grandes. Yo tenía amigos que por desgracia hoy no están vivos porque la droga destroza a buenas personas. Creo que tenemos que luchar por la juventud a través del deporte de base”, incide. Y eso “hasta que el cuerpo aguante” y con su Ford Transit.

https://www.youtube.com/watch?app=desktop&feature=youtu.be&v=6sJ8u7R_ZHc

Y mientras sigue con su tarea educadora, Miguel Ríos cierra su ciclo como deportista en activo. Piensa en Nueva York pero ya en Sevilla colgó el meyba y las zapatillas, y lo hizo de manera muy especial. Fue este año, antes de que la pandemia de Covid-19 terminara por cambiar el paso a todo el mundo. Y con el reconocimiento que antes se le negó. “Dije: voy a intentar retirarme y bajar de tres horas en la Maratón de Sevilla. Después de diez o doce años sin competir dije: voy a terminar con una retirada digna. Porque mi cuerpo me lo pedía”, expone. Compitió en la Media Maratón de Córdoba, que es una ciudad a la que tiene un “cariño especial” -como pionero de las pruebas populares en la capital- y porque quería vivir el brillante final de la carrera. “Mi ilusión era cruzar el Puente Romano. Yo sé lo que es correr por el mundo y terminar en el Arco del Triunfo (Puerta del Puente) no tiene precio”, confiesa. Sin embargo, el gran día lo tuvo donde se encumbró, con sorpresa de su familia y los organizadores. “En la salida sonó Bienvenidos, de Miguel Ríos, y me dieron una placa con el dorsal 666 e hicieron referencia a mi trayectoria”, cuenta. Fue el colofón a una carrera admirable

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