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Gestos cómplices, una sonrisa y un adiós a grises nubes

Xisco es felicitado por sus compañeros FOTO: MADERO CUBERO

Rafael Ávalos

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Xisco recibió el cariño de la grada y el apoyo de sus compañeros cuando peor le venían dadas, el balear respondió con dos goles y una sonrisa agradecida

La tarde se presentaba oscura. El otoño avisaba de que definitivamente ya está aquí. Las nubes coloreaban el cielo con ese tono gris que incluso afecta al ánimo. El viento se sumaba a la fiesta y soplaba con fuerza. “Esto no me lo pierdo”, parecía decir con sus ráfagas. Quien no hizo acto de presencia fue la lluvia. Al menos, nadie terminaría mojado, pues pocos paraguas se vieron por las gradas de El Arcángel, que lentamente fueron recibiendo a más espectadores. Sonrisas en el turno de espera. Si el día estaba triste tocaba buscar la felicidad en el coliseo ribereño, ese lugar en que se dan cita los sueños con buena frecuencia últimamente. Que Villa debía una vez más colocar una defensa de circunstancias nada importaba. Sin duda ése era uno de los temas estrella en las tertulias anteriores al inicio del encuentro: a Fran y Bernardo se les uniría Dani Espejo, un chaval que respondió con creces a la confianza mostrada por el míster. No sólo dio la talla sino que estuvo completo y aportó seguridad atrás y frescura arriba.

La tarde seguía oscura ya con el partido en juego. Sobre el césped no se encontró la luz que faltaba. El Córdoba andaba mucho mejor que el Girona, pero faltaba algo. Esa sonrisa final que aportan los goles. Ese gozo que otorga la sensación de superioridad también en la posesión. Faltaba la chispa. Gris el juego, gris Xisco. El delantero falló una de esas ocasiones que parece sólo pueden terminar de una forma, con el balón dentro de la portería rival. Y las caras en las gradas de El Arcángel… Pocos entendían el error. “¿Cómo ha podido fallar eso?”, se preguntaban muchos, cariacontecidos. El cielo tomó entonces un aspecto más plomizo. El viento no se marchaba y se llevó un gol. Pero lejos de caer en el desánimo colectivo, la hinchada se lanzó al salvamento del balear. Se escucharon, mientras Xisco se lamentaba, cánticos de apoyo donde en otras ocasiones hubieran sido de reproche. La afición se vistió de hermano protector, de amigo que sabe consolar y sabe que así llega la felicidad.

Al descanso, el viento se tomó un respiro, el único en toda la tarde, que efectivamente no perdía su oscuridad. El ánimo otoñal se escapó gracias a los pequeños que en el tiempo de asueto pelotearon en una esquina del césped. Ahí no importaba el orden táctico, no existía rigor defensivo ni había normas que detuvieran el espectáculo. Los niños se lo pasaron en grande y lo hicieron pasar a quienes observaban sus melés continuas. Pero lo importante eran los tres puntos. A nadie se le iba de la mente la ocasión perdida en la primera parte y mucho menos la hermosa posibilidad de asaltar el ascenso directo con un triunfo. Tocaba buscar la luz. Fue López Silva quien la halló para ceder el tono gris a Ramalho. Penalti. “Que no lo tire Xisco”, afirmó alguien. Quizá hombre de poca fe, quizá hombre temeroso por el precedente de Jaén. Pero el balear recibió en ese momento el calor de sus compañeros, que se reunieron en torno a su figura para dejar claro que este equipo es eso y no otra cosa cualquiera. Asumía la responsabilidad y no podía decepcionar, no cuando todos están contigo.

Y la tarde no volvió a estar oscura. El cielo se quiso abrir. Las nubes no apagaban ya el ánimo colectivo, que esta vez era de locura desatada, de felicidad máxima. Todos festejaban y Xisco volvía a recibir el calor de sus compañeros y de la grada. Como si todos fueran una gran familia, siempre unida, siempre atenta y generosa, afición y jugadores se fundieron en un abrazo imaginado. El Arcángel retumbaba. El delantero aparecería poco después para hacer más amplia una sonrisa que deslumbraba, pero que no era tanto como cada gesto de complicidad que se pudo ver sobre el campo y que llegó desde la grada. Una complicidad total, la de todos esos hermanos que saben que en la suma está la única manera de vivir en la alegría. Porque un abrazo es mejor que una mala cara. Porque aquello de que quien bien te quiere te hará llorar es para otros. Porque el corazón es uno en miles. Y porque Xisco es uno de los nuestros.

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