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Rafael Ávalos / ÁLEX GALLEGOS

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No es Tinduf. Tampoco es ninguna otra zona árida del planeta. Y eso que El Arenal es en ocasiones algo muy parecido a un desierto. Se le parece en esta ocasión al menos en cuanto a la temperatura. Da igual que sean las ocho de la tarde, instante en que las puertas de El Arcángel se abren. A esta hora los termómetros marcan un poco más de 43 grados. La ola de calor es más real que nunca desde este viernes. Tanto es así que la ciudad va a registrar, con mucha probabilidad, datos históricos en este aspecto. El aviso definitivo es el segundo apunte más alto en agosto de todos los tiempos, vivido sólo un tiempo antes de la cita. Pero ni siquiera este hecho impide que los fieles dejen de demostrar que lo son. Un aterrador ambiente tórrido no les frena.

La provincia se encuentra desde unos días atrás en “alerta roja” por las temperaturas, que se preveían tan altas que el Ministerio de Sanidad determinó esa medida por vez primera en la historia para el conjunto de la capital y demás municipios. Vaya si era necesaria la decisión para advertir a propios y extraños de la que se venía. Montoro superó los 46 grados a lo largo de un viernes de agosto en el que esto se acercaba bastante a ser Bagdad. Precisamente por este motivo el Córdoba optó un día antes, de manera acertada y prudente, retrasar una hora el inicio del quinto amistoso de su primer equipo, el dirigido por Germán Crespo. Aunque ni de este modo pudo evitarse el agobio del calor. A las nueve y media de la noche, ojo al dato que diría aquel, eran 40 grados, alguna décima menos, los que reflejaban los termómetros de la ciudad.

Aun así, centenares de aficionados quisieron acudir a El Arcángel. Fidelidad dicen que es. Claro está que existe esa virtud entre los seguidores del conjunto blanquiverde, si bien en esta ocasión era mucho más un ejercicio de valentía. Por si fuera poco, a no pocos les tocó aguardar más de lo esperado en los accesos al estadio. Hubo colas hasta después de haber arrancado el duelo, que por lo menos aportó felicidad gracias a una remontada ante un rival de superior categoría. El Rayo Majadahonda, con Abel Gómez como entrenador y el recuerdo del ascenso a Primera en su figura, cedió tras adelantarse en el marcador. Al calor había que añadir en ese momento el disgusto de una derrota momentánea. Sin embargo, apareció Antonio Casas para volcar el campo y otorgar al cuadro califal un triunfo de prestigio aunque su valor sólo sea una alegría.

El delantero marcó tres goles, los tres que anotó el Córdoba. No le importó para nada que a lo largo del partido la temperatura sólo se rebajara en uno o dos grados. Porque a las once y media de la noche, unos minutos después de terminar la contienda, los 36 o 37 grados no se los quitaba nadie a la ciudad. Y ahí seguían ellos, que encaminaban sus pasos ya al aparente desierto de El Arenal, esta vez más que nunca. Abanicos y agua, y mucha paciencia ante el agotador castigo del cielo, es a lo que tuvieron que recurrir muchos durante su vuelta a El Arcángel. Fidelidad, sí. Pero en esta ocasión es más valentía porque no resultaba fácil abandonar la comodidad del aire acondicionado o el ventilador -a máxima potencia, ha de entenderse- para salir a una calle en llamas. Casi literalmente esto último pues derretirse habría sido sencillo.

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