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ENTREVISTA

Rafael de la Hoz Castanys: “El legado de mi padre fue trabajar para el usuario antes que para el cliente”

Rafael de La Hoz Castanys.

Juan Velasco

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Recuerda Rafael de La-Hoz Castanys (Córdoba, 1955) una reunión en el Ministerio del Justicia allá por el año 1982, en la que el entonces nuevo ministro socialista, Fernando Ledesma, le pidió a su padre, Rafael de La Hoz-Arderius (1924-2000), que comenzara a construir cárceles sin el tufo franquista. Y que éste le respondió que aceptaba el encargo con una condición: que las cárceles se adaptaran a las necesidades de los presos, y no de los funcionarios.

Se ríe Rafael de La-Hoz hijo al recordar aquella anécdota, aunque la sentencia con una reflexión que enhebra todo lo que aprendió de su progenitor, uno de los arquitectos más importantes del siglo XX en España: “Fíjate, qué posición ética. Un preso lo que quiere es salir de la cárcel, pero ya que está allí, al menos que diga qué cree que le hace falta”.

Esta es sólo una anécdota de las muchas que almacena la memoria de Rafael de La-Hoz Castanys, que este miércoles ha presentado en Córdoba la Fundación Rafael de La-Hoz en el centenario del nacimiento del gran arquitecto. Un poco antes, sacaba unos minutos para charlar con este periódico.

Detectamos más la arquitectura por los errores que por los aciertos

PREGUNTA. A título personal, ¿qué significa para ti poner en marcha esta fundación?

RESPUESTA. Pues lo cierto es que es algo que surgido con ocasión del centenario del nacimiento de mi padre. Es verdad que el centenario ha sido el impulso final, pero era una idea que ya estaba, como suele suceder con las ideas, flotando en el aire. Porque los centenarios suelen celebrarse con una exposición, un libro, y eso está muy bien, sin duda, pero no trascienden, se quedan como un recuerdo limitado al año del centenario, ¿no? Siempre te preguntas, bueno, ¿y luego qué? De ahí surgió la idea de la fundación, de algo más trascendente, en el sentido de que durase más, y que tuviera el propósito no solo de celebrar, recordar, enaltecer una figura más o menos relevante en la historia de la ciudad o de la arquitectura, sino también de entender cuál fue el legado de esta persona. 

P. ¿Y cuál fue ese legado?

R. Yo diría que su principal legado fue el de ayudar. Fue parte de una generación de arquitectos modernos con un perfil muy social, de ayudar. Por lo tanto, eso inspira que la fundación sea un organismo, una entidad de ayuda. Hoy no es el momento de contar hasta dónde podremos llegar, con los medios humanos y económicos con los que contemos, pero sí es interesante pensar en la fundación con el propósito de que sirva de ayuda desde la arquitectura al conjunto de la sociedad.

P. ¿Cuál va a ser tu papel en la fundación?

R. Pues yo espero que muy poco (Se ríe), pero me parece que las expectativas quizá se rompan. De momento, aquí estoy, no empiezo bien. No, ahora en serio, la trascendencia tiene que ser de otros. Por eso Carlos Anaya, que es el director de la Fundación Arquitectura Contemporánea, ha aceptado dirigirla. Yo lo que he hecho es simplemente darle un empujoncito y que, a partir de ahí, la fundación discurra en lo que quienes estén en ella consideren que tiene que ser, y que trascienda, sobre todo, a las nuevas generaciones. De ahí que el patronato en esta ocasión esté limitado estrictamente a un pequeño ámbito familiar. La dirección tiene que ser profesionalizada y al margen de la familia. Y luego, un consejo asesor, mucho más amplio, muy plural, que inspire a los miembros de la fundación sobre hacia dónde debe ir. Por lo tanto, ni yo, por ser arquitecto, ni el resto de hermanos o familiares, debemos dirigirla o llevarla en un sentido u otro. Eso espero.

P. De alguna manera, la obra de tu padre está en el ADN de esta ciudad, pero quizás los ciudadanos no son siempre conscientes. No sé si crees que en el caso de tu padre, en la ciudad de Córdoba, se conoce bien la huella que dejó.

R. Posiblemente no, pero fíjate, yo creo que eso a él no solo no le habría importado, sino que le habría gustado. No entendía el ejercicio de la profesión de arquitecto como el de alguien que tuviera que ser reconocido o celebrado. Tenían que ser los edificios los que, por sí mismos, fueran alabados, reconocidos. Es como los árbitros en el fútbol: cuanto menos se note su trabajo, mejor. Normalmente, detectamos más la arquitectura por los errores que por los aciertos. A todos nos molesta ese aeropuerto mal diseñado que te obliga a caminar largas distancias, etcétera. Así que esto no le habría preocupado mucho porque, ¿cuál es el legado de la arquitectura moderna?

Mi padre encontró en Córdoba un maridaje afortunado, una ciudad que le dio colaboradores extraordinarios

P. Esa es una buena pregunta. ¿Cuál cree que fue el legado arquitectónico de su padre?

R. Claro que hay un legado estético, muy reconocible, porque rompe con el pasado. Pero lo más relevante me parece que es la ruptura ética. Antes se trabajaba para el cliente, mi padre quiso trabajar para el usuario. Esto ha dado lugar a muchísimos problemas, pero es una posición ética. Antes se trabajaba para el príncipe, el prelado, el poderoso, para quien tenía el edificio o la iglesia. La arquitectura moderna relevante dice: “Sí, el cliente merece todo el respeto, y claro que le atenderemos, pero no es el último de nuestros objetivos”. Lo importante son los usuarios, tanto los contemporáneos como los miles que lo habitarán después de que todos nosotros hayamos desaparecido. Esa es la posición ética de servicio ante la sociedad, y yo creo que ese es el legado bonito de su vida.

P. También fue un gran captador de talentos. Con tu padre debutaron muchísimos profesionales, no solo arquitectos. Estoy pensando en Gerardo Olivares, que siempre cuenta cómo empezó a trabajar con él, o en Tomás Egea. Incorporó muchísima modernidad estética que hoy es una seña de identidad de la ciudad.

R. Sí, porque coincidió con un momento de alegría. Esa explosión de júbilo de haber sobrevivido a la guerra. Mi padre me contaba que todo era tan negro, tan sombrío, que cuando él y su generación vio que habían sobrevivido y que tenían un futuro, el que fuera, eso les llenó de alegría. Se reunieron todos: artistas, promotores, constructores, en una confianza mutua extraordinaria. Fue un espíritu posiblemente irrepetible, fruto de haber pasado por momentos tan oscuros. Además, se da una circunstancia curiosa: mi padre fue de los pocos que, siendo de Madrid, decidió regresar a Córdoba. La mayoría de sus compañeros se fueron a Madrid, pero él encontró en Córdoba un maridaje afortunado, una ciudad que le dio colaboradores extraordinarios. Probablemente en Madrid no habría tenido ese elenco junto a él, o los habría tenido que compartir.

P. De nuevo me pregunto si es posible que los propios cordobeses no conozcan bien cómo emergió aquella modernidad en la Posguerra.

R. Es cierto que, gracias a ellos, Córdoba es un poco la ciudad de los milagros en ese momento. Era una ciudad con una sociedad muy pacata y que, de repente, se vuelve una sociedad modernísima durante diez o quince años. Fue un fenómeno verdaderamente sorprendente y digno de de ser recordado, sobre todo por ver si inspira a los jóvenes. Pero fue fruto de una convicción extraordinaria de que lo que estaban haciendo era producto de haber sobrevivido. Fue un momento luminoso en la historia de la ciudad.

P. Para terminar, sé que me has dicho antes que a tu padre le daría un poco igual esto de los reconocimientos, pero, ¿crees que las instituciones están celebrando el centenario como es debido?

R. Bueno, te he dicho que no le habría importado, pero ahora me acuerdo de una frase de Mark Twain que decía: “No me gustan los halagos, porque nunca son suficientes”. Entonces, aunque no le hubiera importando, sí lo habría agradecido. Él habría valorado mucho el reconocimiento de esa posición ética de servicio. Además, sé que el Ayuntamiento y la Diputación están trabajando en ello, y que Paco (Francisco Daroca) es el comisario. Así que cuento con el apoyo de la ciudad, que es fundamental para que esta fundación tenga sentido.

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