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Las palabras de El Brujo siempre llegan al cielo

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Marta Jiménez

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“La tragedia ha muerto”. Rafael Álvarez El Brujo confiesa que su enamoramiento de Esquilo lo llevó a inventarse su último espectáculo, Esquilo, nacimiento y muerte de la tragedia, representado la noche del 1 de noviembre, esa jornada patrimonio de Don Juan y Doña Inés, en el Gran Teatro de Córdoba.

Se trata de la mirada de un juglar sobre la tragedia griega y vuelve a llevar grabado a fuego el sello del actor lucentino: Las profundidades contadas desde un realismo elocuente de taberna, tan claro que se llena de romanticismo. Y Rafael vuelve a hacerlo como actor solista, una tradición europea que se remonta a los juglares antiguos y cuyo exponente más prestigioso es quien le cambió la vida a El Brujo, Dario Fo.

El circulo sagrado de la tragedia griega lo conforman Esquilo, su predecesor  Sófocles y Eurípides. “Autores videntes que captaban el significado de los eventos del pasado y los convertían en metáforas para iluminar el presente”. También seres de la mitología como Sileno, al que acompaña una nota del violín de Javier Alejano cada vez que se nombra en la obra, Dionysos, las ménades, Prometeo o Edipo.

Para contarlo y pensarlo, El Brujo se ha basado en los libros El nacimiento de la tragedia en el espíritu de la música, de Nietzsche, y La muerte de la tragedia, de George Steiner. Desde todo ello, es capaz de lanzarle al público una cita de Shakespeare, “las palabras sin pensamientos nunca llegan al cielo” e inmediatamente cambiar de máscara y confesar que el ex ministro Montoro ha hecho olvidar a los artistas “los dolores del alma”.

Una vez más lo contradictorio funciona con naturalidad en una obra de El Brujo. Esa chispa de pólvora que engancha lo comunicativo, divertido y superficial con lo simbólico y misterioso desde el funambulismo de estar solo en escena, sin decorado, en un escenario rojo elegantemente iluminado y con las notas en directo de violín, pandero y sitar hindú de Javier Alejano.

Dentro de su universo, esta cronista jamas le ha visto al actor una actuación débil o anodina. La magia de El Brujo siempre es sorprendente. Su libertad le permite jugar, improvisar, llenarlo todo de espiritualidad aunque hable de Quim Torra. Porque tras la carcajada todo se enmudece mientras su prosodia dispara que tenemos identidades tribales frente a las metafísicas e individuales que explican el yo.

En resumidas cuentas, este último espectáculo de El Brujo vuelve a estar más allá del bien y del mal. Desborda conocimiento e ironía y es un espejo en el que la sociedad contemporánea prefiere no mirarse ya que “la tragedia es el despertar de la conciencia en la humanidad”.

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