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Compartiendo la vida y razón del ser flamenco de Fosforito

El espectáculo de anoche | TONI BLANCO

Francisco Martínez Sánchez

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Compendiar la trayectoria vital y artística de Fosforito en hora y media sin duda ha sido un difícil reto para David Pino, responsable del guion y dirección de la obra; responsabilidad asumida desde la admiración y respeto hacia el cantaor, con solvente y elogiable resultado. “Nazareno y olivares. Una aproximación a la vida y obra de Antonio Fernández Díaz Fosforito”, feliz dramaturgia flamenca presentada el viernes en el Teatro Góngora con motivo del XXI Concurso Nacional de Arte Flamenco de Córdoba, en su sesenta aniversario.

Lúcida y puntual en obligadas por necesarias referencias biográficas y artísticas, salpimentada de anécdotas, la vida del poseedor de la última Llave de Oro del Cante se expuso confidencialmente al espectador como si éste fuese también cómplice de la misma. El relato vital de Fosforito en primera persona a través de una formidable interpretación del actor Enrique Garcés, asumiendo la personalidad del cantaor desde la totalidad, en contenido y forma, sin obviar y dejar de matizar el más mínimo e imperceptible detalle gestual. La voz en off rememorando citas sobre Fosforito escritas por Pablo García Baena, Ricardo Molina, Pedro Camacho Galindo, Antonio Mairena... pusieron de relieve la incuestionable trascendencia artística del cantaor pontanés.

Hijo de Amador Fernández Mejías, natural de Posadas y de Concepción Díaz Gómez, de Marinaleda (Sevilla), nace en Puente Genil el 3 de agosto de 1932 Antonio Fernández Díaz. Azarosa vida de un niño que padecerá la miseria de una dura postguerra donde cada uno tiraba como podía y se buscaba la vida de la manera que mejor sabía, y la de aquel niño, ya de seis años, era cantando por las tabernas, a lo que cayera. Penurias y fatigas, frías noches durmiendo en los dobles fondos de los carros o en cualquier portal. ¿Niñez, adolescencia? Quince días retenido en la cárcel del Puerto de Santa María, solo por ser niño y cantaor. Con diez años recorre varios pueblos de Málaga, con quince es anunciado en Ronda como Niño del Genil. En el 1948 comienza a darse a conocer en los ambientes flamencos de la capital malagueña. Mala vida que le hace padecer del estómago desde pequeño. Cuenta el propio cantaor que el señorito no preguntaba lo que querían tomar, sino que había que beber lo que estuviera el de turno tomando: coñac, vino, anís... Vendría la inevitable operación de estómago durante el servicio militar en Cádiz y las posteriores recaídas físicas motivadas por la misma. Recordando esta turbada adolescencia vamos comprendiendo su actitud ante el flamenco, ante la vida. Descubrimos que el cante se personifica en él, que su vida-cante no puede ser de otra manera, un constante palpitar sonoro que alcanzó con el tiempo vibraciones imprevisibles.

Crucial fecha de referencia en la biografía de Fosforito es la de mayo de 1956. Convocatoria del Concurso Nacional de Cante Jondo de Córdoba, que organizado por el Ayuntamiento se marcó el objetivo de la conservación, purificación y exaltación del viejo Cante Jondo, secundando de este modo la iniciativa del Concurso que organizaron Zuloaga, Falla, Lorca... en el 1922, en Granada. Fosforito se inscribió a todos los grupos de cante que las bases del certamen presentaron, interpretando dieciocho estilos y ganando todos los primeros premios, incluido el de Honor. A partir de esta memorable fecha de mayo de 1956 la trayectoria artística de Fosforito tomó otro cariz. A pesar de estar mermado de facultades por la operación antes citada, el joven cantaor se perfiló como el gran cantaor que el concurso ansiaba descubrir.

El autor de Flamencología en 1955, González Climent escribió: “Dominar casi absolutamente todos los cantes, tener la gracia del duende interno y expresable para el mundo de los estilos jondos, saber granjearse la fragilidad del ángel para los estilos ligeros, poder encontrarse a sí mismo en sazón dramática, ser, en fin, un maestro precoz, son virtudes todas ellas raramente posibles en una sola figura y Antonio Fernández Díaz es todo esto y algo más, ese más de lo inexpresado, ese más que hace arrancar a los buenos aficionados la exclamación profunda y escueta de ”¡Eso sí!“. Para el poeta Pablo García Baena ”Ni la pena, ni el llanto, ni la pasión, ni la muerte tienen un grito, un quejido, un suspiro, que no se encuentren dispersos o en equilibrio en el cante de Antonio. Voz de silencio“

Enrique Garcés en la piel y el ser de Fosforito, emulando con cante en off del protagonista, alegrías y martinetes, para a renglón seguido ir recordando los estilos que han marcado época en la expresión del cantaor, y que son de obligada referencia histórica, como los guitarristas que le han acompañado, Paco de Lucía, Sabicas, Juan Carmona “Habichuela”, Enrique de Melchor, Manuel Silveria, Antonio Soto...

Los cantes estuvieron figurados en adecuada y solvente dicción por Bonela Hijo, acompañado a la guitarra por Alejandro Hurtado. Los recuerdos afloraron vivificándose, partiendo de la primigenia liviana, la seguiriya Comparito mio Cuco, la petenera El cuerpo como los mimbres, el taranto Las fuerzas me están faltando, la soleá apolá Desde el principio del tiempo, el zángano de Puente Genil que da nombre a la obra Nazareno y olivares, verdiales, bulerías... El vigoroso y distinguido baile de Clara Gutiérrez por mirabrás, abandolaos y bulerías, con las palmas de Richard Gutiérrez y Samuel Raya, fue la necesaria aportación a la biografía de Fosforito de cuando éste cantó para diversas bailaoras, entre ellas Manuela Vargas. Se sucedieron múltiples evocaciones como la del espectáculo Café del Burrero junto a Juanito Valderrama y Pepe Pinto, momento en el que los cantores Miguel de Tena -Valderrama-, David Pino -Pinto- y Bonela Hijo -Fosforito- se despacharon con fandangos para el selecto gusto del aficionado.

En el Teatro Góngora los recuerdos y vivencias flamencas de Fosforito afloraron para el disfrute de los aficionados, también como lección de humildad y amor por el flamenco, de enseñorear el cante. Al final todos satisfechos de que Fosforito nos dejase ser partícipes de su vida artística, gracias al excelente trabajo de David Pino y la extraordinaria actuación de Enrique Garcés, junto al resto de los artistas que hicieron posible Nazareno y olivares.

Nunca hay que perder la perspectiva histórica y recordar que, como dejó escrito Francisco Hidalgo en su libro Fosforito, el último romántico, editado en 1992, Fosforito “es puente entre dos generaciones flamencas, maestro de una tercera. Había nacido en la República, crecido y triunfado durante la dictadura y alcanzado la madurez artística, la maestría estilística en la Democracia. Pocas veces se ha dado tal conjugación de circunstancias en una persona”.

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