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Félix Hernández planificó la supresión de capillas y ornamentos católicos para secularizar la Mezquita de Córdoba

Facistol y conjunto escultórico de San Juan de Ávila,  junto al Mihrab de la Mezquita de Córdoba

Aristóteles Moreno

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El 20 de junio de 1972, el arquitecto conservador de la Mezquita de Córdoba envió al Ministerio de Vivienda un detallado informe de once páginas. El documento, escrito a máquina por el máximo responsable del universal monumento, proponía argumentadamente el desmantelamiento de decenas de capillas y aditamentos católicos de un majestuoso edificio que fue concebido originariamente como oratorio islámico. Ese año, la Dirección General de Arquitectura, encabezada por Rafael de la Hoz Arderius, planeaba extirpar la Catedral del corazón de la Mezquita omeya y todo hace indicar que el de Félix Hernández era un informe complementario del ambicioso programa transformador.

El dosier forma parte del archivo personal de Félix Hernández, custodiado por el Museo Arqueológico de Córdoba, y durante décadas ha pasado desapercibido para la opinión pública. Revela el avanzado plan gubernamental que tenía por objeto devolver la Mezquita de Córdoba a su “pureza”. Félix Hernández no ha sido un arquitecto conservador cualquiera. Junto con Ricardo Velázquez Bosco, representó una de las figuras decisivas en la recuperación, consolidación y puesta en valor de una joya del patrimonio histórico español que llegó al último tercio del siglo XIX en estado agónico.

“De llegar a concertarse la secularización de la Mezquita”, arranca el informe, “adquirirían carácter de obras más pertinentes a llevar a cabo cuantas puedan contribuir a reintegrar al monumento a la que constituía su disposición al quedar terminada la última de las ampliaciones del mismo”. La idea está clara. El objetivo era desmantelar todos los añadidos católicos posibles que fueron incorporados al templo central de Al Andalus desde la conquista de Córdoba en 1236. Y la “última ampliación” a la que se refiere es la ejecutada por Almanzor en el siglo X.

Es evidente que Félix Hernández elabora un dossier técnico a requerimiento de su inmediato jefe jerárquico en la administración del Estado: el director general de Arquitectura, Rafael de la Hoz. Y, en efecto, eso es lo que hace en las once páginas siguientes. Uno a uno va desgranando los conjuntos arquitectónicos católicos que son susceptibles de ser desmontados y cuáles recomienda mantener adosados al monumento.

Comienza por las “labores de máximo interés”. Y en este apartado coloca, en primer lugar, la apertura de los arcos que separan la sala de oración y el Patio de los Naranjos. Hoy día, 15 de los 19 vanos de todo el muro se encuentran tapiados desde hace siglos por orden de los obispos para acoplar en su interior capillas cristianas. Félix Hernández propone en el documento reabrirlos para “retornar la que fue su iluminación natural originaria”. No obstante, el arquitecto no recomendaba el “completo desmonte de la organización interna de varias de las capillas”, sino que salvaba alguna por su “alto interés histórico”. Es el caso de la del Inca Garcilaso.

Los vanos, según su propuesta, quedarían cubiertos por cristaleras y celosías de madera para impedir la “penetración de pájaros en el interior” del monumento. El plan se llegó a ejecutar en cuatro arcos, que fueron diseñados por Rafael de la Hoz. Uno de ellos, precisamente, fue retirado en 2017 por el Cabildo catedralicio para facilitar el paso de las cofradías de Semana Santa, lo que desencadenó un largo litigio judicial con el hijo del autor, que se saldó con un duro varapalo del Tribunal Supremo a la jerarquía católica y la Junta de Andalucía.

En su informe, Félix Hernández también defendía el “desmonte de los lucernarios” construidos con las bóvedas de yeserías y la devolución a la techumbre de las vigas y los tableros primigenios diseñados por los arquitectos andalusíes. Su detallado plan de reconversión incluía asimismo la “supresión de todas aquellas organizaciones accesorias carentes de interés artístico, que en distintos momentos hubo necesidad de improvisar para atender a los servicios catedralicios e innecesarias de secularizarse el monumento”.

Sin embargo, el arquitecto conservador no era partidario de hacer tabla rasa con todos los elementos cristianos incorporados al edificio a lo largo de los siglos. Y alertaba de la tentación de “dejarse llevar por prejuicios que pudieran resultar tan de lamentar como los que llevaron a la sustancial alteración padecida” por el oratorio. Y sostenía: “Todo el cariño que merezca la obra musulmana y toda la censura de que sea acreedora la inmolación de porción importante de aquella no constituye óbice para el aprecio que pueda merecer, en sí misma, la de cualquier otro momento realizaba en este monumento”.

Félix Hernández conocía el edificio como la palma de su mano. Entre 1923 y 1925 trabajó en las obras de excavación de Medina Azahara. Y desde 1930, asumió la coordinación de las labores de restauración y conservación de la Mezquita de Córdoba. En 1936, fue designado arquitecto conservador de la VI Zona, correspondiente a Andalucía Occidental, lo que incluía lógicamente la tutela del monumento andalusí. No hay duda de que se trata de un servidor del Estado, nombrado y retribuido por la administración pública, para intervenir con plena autoridad en un bien integrante del tesoro histórico español. Hasta prácticamente su fallecimiento, en 1975, se mantuvo al frente del monumento como representante público.

Félix Hernández redacta un informe técnico destinado a “purificar” el oratorio omeya, pero no ahorra adjetivos para calificar positivamente muchas de las incorporaciones cristianas al edificio. “Nada quita, por ejemplo, que los pilares y las bóvedas del crucero contemplados bañados en luz desde la antigua sala de preces en penumbra impresionen muy favorablemente al espectador”, dice en relación a la Catedral incrustada en el eje del templo islámico.

En su diagnóstico, defiende la calidad patrimonial de la Capilla Real y la de Villaviciosa. De la primera dice lo siguiente: “Con ser obra cristiana ya es estimable, propiamente más como musulmana que como mudéjar”. Sobre la Capilla de Villaviciosa pide “análogo respeto y cuido”, pese a que su construcción “supuso ya un desmonte de columnas y arquerías en el monumento muy de lamentar en sí mismo, pero aún más por el precedente que vino a constituir”. Lo cual no impide, agrega el arquitecto, que la nave resulte de “muy esbelta y elegante proporción”.

Eran los años setenta de un régimen abiertamente nacionalcatólico y las principales instituciones del Estado valoraban el excepcional monumento omeya por sus atributos artísticos, históricos y patrimoniales de carácter islámico muy por encima de las prótesis católicas impuestas por los obispos. Justamente lo contrario de hoy día.

Félix Hernández era partidario del “respeto y cuido” del Sagrario, que, en su opinión, solo de manera “poco perceptible” altera la fisonomía del conjunto. Lo mismo pensaba de la Capilla de San Pablo. Sin embargo, es implacable con otros elementos cristianos. El arquitecto juzga de “señalado interés” el desmonte de las capillas de San Bartolomé y Santa Inés, adosadas al muro esencial del oratorio musulmán: la Quibla. En su informe, asegura categóricamente que ambos conjuntos “desvirtúan” el monumento precisamente en el “sector más calificado” de la Mezquita de Córdoba. Años después, los prelados no solo no tomaron nota de las recomendaciones del acreditado conservador sino que redoblaron la colonización católica de la Quibla con la colocación de un enorme facistol y de una obra escultórica de San Juan de Ávila.

La Capilla de Santa Teresa es igualmente objeto de sus reparos. “No solo altera grandemente el monumento en su aspecto interior, ya que rompe la continuidad de la cabecera de la Mezquita, sino que trastoca el conjunto en su exterior”, afirma tajantemente. Solo pone una restricción: “El desmonte y consiguiente traslado de la citada capilla no implicaría el de su cripta”. La Capilla de San Pedro también está en el inventario de los elementos suprimibles.

Es indulgente con las capillas de los laterales este y oeste del edificio porque “en poco afectan al aspecto de conjunto del monumento” y albergan valores artísticos de “interés”, tanto en su arquitectura como los retablos, la rejería y el mobiliario. El programa de “purificación” de la Mezquita diseñado por Félix Hernández incluye asimismo al desmantelamiento de los entrepisos y celosías vinculados al servicio de órganos. Y, por supuesto, el traslado de los retretes construidos en el muro de la Quibla justo en el pasadizo que usaba el califa para entrar al templo desde el Alcázar islámico, hoy Palacio Episcopal. El arquitecto proponía habilitarlos bajo la lonja adosada al costado oeste del monumento. Tampoco aquí tomaron nota los purpurados. Y ojo: Félix Hernández recordaba que muchas de las capillas eran de “patronato” y para su intervención se requeriría la “conformidad” de los titulares o la “expropiación de sus derechos”.

Todo este ambicioso proyecto no vería la luz. La intervención decisiva de la Real Academia de Bellas Artes dio al traste con su ejecución y diez meses después fue definitivamente aparcado tras la celebración en Córdoba de una reunión internacional de Icomos, la organización asesora de la Unesco. La doctrina de intervención en el patrimonio histórico que apostaba por la conservación de todas las capas históricas de un monumento ganó la partida. Y la Mezquita Catedral de Córdoba continuó siendo un singular edificio mestizo que abraza diversas culturas en un siempre conflictivo equilibrio.

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