“Si enseñas que el hombre nace negro, estás diciendo que somos hermanos”
A Salomón Beyo le cambió la vida en el Mercadona de Ciudad Jardín. Quizá sea una visión un tanto colonialista referirse a un cambio de vida en una persona que viajó 8.000 kilómetros a pie y remó durante dos días en el Estrecho de Gibraltar para acabar sentado en la puerta de una cadena de supermercados, pero el propio Beyo reconoce que aquel día, en el Mercadona, un niño español le despertó. “Yo llevaba aquí en España tres meses y, entonces, este niño se me acercó y me preguntó: ¿Te puedo tocar?”.
Prácticamente un año antes, Beyo había abandonado la selva tropical y su aldea de Douala (Camerún) para cruzar a pie, entre otros países, Nigeria, Burkina Faso, Malí, Argelia y arribar a Marruecos. Esa travesía le permitió ser testigo de varias formas de morir -por asfixia, por cansancio, por violencia, en grupo o en soledad-, así como de numerosas maneras de destruir en vida a una persona -a través de violaciones, detenciones o torturas-, o de sacarle todo el partido posible -principal objetivo de las mafias-. Todo para llegar a la costa de África, montarse en una barca hinchable con otras nueves personas y remar hasta Tarifa.
Parte de ese camino está en el libro Salomón, de Camerún a Tarifa, que ha escrito el profesor y catedrático Ignacio Aguilar, y cuya presentación ha sido el pistoletazo de salida para La Noche Negra, un ciclo de ponencias y conciertos organizado para este fin de semana por la Diputación y por la asociación Elmat -El Mundo y África Trabajan- que preside precisamente Beyo.
Este camerunés, titulado como Técnico en Construcción y Experto en Desarrollo Local y de Mediador y Dinamizador Intercultural, habla cinco idiomas (español, francés, inglés, italiano y portugués) y cinco lenguas camerunesas. Parece cómodo rompiendo estereotipos, incluso entre sus propios “hermanos” africanos, que también reciben parte de sus dianas a la hora de analizar cómo funciona el racismo en España. Él lo conoce de propia mano. Cuando finalmente puso un pie en la costa de Cádiz, recibió unas esposas y una celda como regalo de bienvenida.
En su discurso no hay, sin embargo, ni un ápice de resentimiento por ello. Es fácil advertir que habla más desde la reflexión que desde las tripas. “Llegamos con mucha angustia y mucho dolor. No sé cómo a alguien que viene a pedir ayuda se le mete en la cárcel”, rememora el presidente de Elmat. Para que todo el mundo entendiera todo lo que precede a las esposas y la celda, Beyo le contó su historia y la de tantos otros a Ignacio Aguilar.
El libro, previa campaña de crowdfunding, debe servir, según explica su protagonista, para llamar la atención sobre “toda aquella persona que ha pasado, que ha sufrido y también que ha muerto en el mar”. “Hoy en día la gente vive de espaldas a la realidad. No solo la gente de Córdoba, que tiene a África a 15 kilómetros y hace como si nada ocurriera allí, sino también los propios africanos que logran cruzar el estrecho, y por el camino se olvidan de la gente que se ha quedado atrás o ha muerto. Todos tenemos la obligación de informar a la gente de lo que está ocurriendo para evitar que siga ocurriendo”, reflexiona Beyo.
8.000 kilómetros andados y un camino por recorrer
Salomón está feliz en Córdoba. En esta ciudad encontró a personas como Luisa, Herminio o Ignacio que le ayudaron. En términos generales, cree que la sociedad cordobesa acoge bien a los inmigrantes. Él llegó hace 11 años, antes de que estallara la crisis, y desde entonces siente que la población local y la africana se han estado conociendo, como una especie de largo noviazgo. Es ahora, pasado un tiempo prudencial, cuando los cordobeses están aceptando a los africanos, dice. “Pero queda muchísimo camino por recorrer”, añade.
“Es que hay que entender que ese otro al que miras quiere lo mismo que quieres tú: un trabajo, una casa, vivir tranquilamente y sin ningún problema, que nadie lo mire raro y que nadie lo discrimine. El que está enfrente tuyo tiene el mismo derecho que tú. Ésa debe ser la base”, expresa Beyo de forma elocuente cuando le preguntan cuál es el primer paso de ese camino.
El segundo es una tarea a la que está dedicando su vida: educar y enseñar sobre la historia de África a quien quiera oírlo, pero con más fuerza en los colegios. “Si enseñas que el hombre nace negro, estás diciendo que somos hermanos. Y tú no puedes odiar a tu hermano. Tienes que amarlo. Ahí está la clave”, apostilla Salomón, que recuerda que hay toda una tradición de siglos de historia negra en Andalucía que prácticamente ha sido ignorada, al igual que el papel que España como nación jugó en el comercio de esclavos africanos.
Es por eso que insiste en que los niños tienen que conocer esa parte oculta de la historia, que, como él y libros y estudios recientes sostienen, “los africanos son parte de la historia de España y eso debe enseñarse a los más pequeños para evitar que acaben mirando mal a una persona negra o mulata”, remarca.
Al fin y al cabo, aquel niño que se le acercó en el Mercadona de Ciudad Jardín y le cambió la vida sólo quería conocerlo. “Recuerdo que me preguntó si era negro. Y yo fui feliz. Era la primera persona que me llamaba por mi color, libre de ataduras”, rememora. Cuando su madre se acercó, continúa, aquel niño le dijo: “Éste es mi amigo”. Cuando finalmente se marcharon, rompió a llorar.
Es probable que Salomón le tuviera más miedo al niño que el niño a Salomón. Lo que es impensable es que ninguno de los dos fuera el mismo cuando cada uno siguió su camino. Aquel día, lo que cambió fue cómo un joven de Camerún y un niño de Córdoba se miraban en el otro. “El cambio tiene que venir juntos, entre todos”, sentencia Salomón Beyo.
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