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Plaza de Electromecánicas: Veranear en “La Letro”

Elena Lázaro / Ilustración: Rafael Obrero

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Hace tanto calor sentados en este banco que si no hubiera sido por la insistencia de Rafalillo no hubiera creído capaz de sobrevivir en esta plaza a ningún ser vivo. Pero él no para de gritar:

-         Mira tito, un saltamontes, un saltamontes, un saltamontes…

Su tío no presta atención ni su madre ni la señora mayor que les acompaña en esta calurosa siesta que Rafalillo pasa saltando de poza en poza en la fuente la Plaza de la Electromecánicas, convertida en parque acuático a base de imaginación. Es impresionante la energía de esta criatura, que se sumerge una y otra vez en el agua turbia y curiosea en los bordes al acecho de cualquier insecto que se quiera sumar a sus juegos. Ahora es un saltamontes, antes las avispas y toda la tarde, las moscas. Yo misma he pasado una hora dando manotazos a las dichosas moscas. Ya sé que Antonio Machado supo hacer de ellas poesía, pero mi capacidad literaria no pasa del post, así que a lo más que llego es a parear el manotazo con algún que otro improperio.

A Rafalillo, en cambio, no le molestan. Creo que su felicidad es una especie de superpoder que crea alrededor de él un escudo protector a prueba de bombas de realidad. Me ha contado que ha venido a pasar unos días de veraneo a “La Letro” con su tío Salvi, que media inmediatamente en nuestra conversación para contarme con todo detalle cómo le admira su sobrino y lo mucho que él le cuida. Es evidente que el pequeño idolatra a este muchacho tan fanfarrón como tierno. Hemos estado charlando un rato. Y el relato realista de Salvi me ha terminado de convencer del superpoder de Rafalillo y de la eficacia de su escudo.

La madre de Rafalillo, apenas una adolescente como su hermano, posa ante el teléfono metida en la fuente. Son los únicos minutos que comparte con el niño dentro de esta improvisada piscina que una vez fue centro de la vida del barrio construido por la Sociedad Española de Construcciones Electromecánicas para sus trabajadores en Córdoba. Hoy, la Avenida de la Fábrica y las calles de alrededor son un desierto cruzado ocasionalmente por algún vecino que sale de casa para coger el coche. El club de matrimonios está un par de calles más abajo, el economato, como el viejo cuartel de la Guardia Civil, completamente abandonados son el fiel reflejo de un pasado que no volverá.

Pero cuando tienes 8 años y una fuente entera para ti todo eso no importa, lo verdaderamente trascendente es que ¡ha vuelto el saltamontes y otra vez que no lo has visto, tito!

Los insectos no son los únicos que tienen la osadía de sacar la cabeza esta tarde. También nos hemos cruzado con Terri, un Beagle tan inquieto como Rafalillo, al que su dueño prefiere pasear a pesar de la temperatura antes que dejar que le eche abajo la casa. Nos hemos visto en la puerta de la Iglesia de Nuestra Señora del Rosario, donde dos hombres trabajan para acoger la primera sesión del cine de verano de esta temporada. Una película española, anunciada como familiar, que aborda ridículamente la separación de un matrimonio, como si una vez echada a perder una relación pudiera haber guion que la arregle.

Una pareja de adolescentes se detiene a mirar la cartelera justo antes de sentarse en el banco que queda enfrente de la madre de Rafalillo. Estamos a punto de marcharnos. Ha empezado a soplar algo de viento. El aire que baja desde la sierra refresca la plaza. Una madre acompaña a su hija a los columpios. No le quita ojo de encima y atiende solícita todas las llamadas de atención de la pequeña. Cuando Rafael da la última pincelada a su acuarela veo un saltamontes pasar frente a ellas. Nadie más lo ha visto.

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