Le Clézio y la búsqueda de la sencillez
El premio Nobel de Literatura visita Córdoba y hace un canto a la experiencia y a la experimentación
A la edad de de 30 años, Jean-Marie Gustave Le Clézio (Niza, Francia, 1940) tuvo una profunda crisis y se refugió cuatro años en una selva panameña. Siete años antes había publicado El atestado, su primera novela que fue seleccionada para el Premio Goncourt y que obtuvo el Premio Renaudot de 1963. El bisoño escritor se había convertido en una figura dentro del panorama literario francés dominado por los existencialistas y los representantes de la corriente conocida como nueva novela gala. “No represento a ninguna de esas dos corrientes', puse en el prefacio de mi primer libro. Con el tiempo me daría cuenta de que tampoco era verdad”, recordó anoche el propio Le Clézio en la atestada Sala Orive, en la segunda jornada de Cosmopoética.
Tardaría cuatro años en volver a la civilización. Pero cuando lo hizo, el escritor llevaba una premisa entre ceja y ceja: buscar la sencillez, la misma que usaban los indios Embera-Wounaan, con los que había convivido, para cantar su literatura oral. Le Clézio recordó anoche a la audiencia orígenes de su dilatada creación con historias como esta que derivarían en el premio Nobel de Literatura de 2009.
De la mano del periodista de El País Jesús Ruiz Mantilla, conductor de la charla, el escritor francés viajó desde su Niza natal a su crianza en la psoguerra europea y Nigeria. De padre británico y madre gala, estudió en la Universidad de Bristol y conserva un notable castellano de su paso por México (donde hizo el servicio militar) y Panamá.
A lo largo de sus viajes fue llenando sus maletas de libros. Un hueco importante lo guardaban los autores de la escuela judía neoyorquina, como J. D. Salinger. “Sin modelos que nos vinculasen con el pasado de la literatura, buscamos nuestros propios referentes. Yo no quería ser ni existencialista ni de la nueva novela francesa, así que encontré a los estadounidenses que iban bastante por libre. Ellos buscaban la sencillez y también tratar de divertirse escribiendo y leyendo”, explicó a la audiencia.
Su maleta se llenó también de autores poco conocidos por el gran público. “Entiendo la literatura como un ejercicio de esfuerzo. No es como ver una película: el lector tiene que participar y aportar cosas. Y eso no siempre pasa. Yo he leído a autores que no tuvieron el respaldo del público pero a los que creo que el tiempo les da la razón, porque terminan encontrando unos lectores fieles”.
Le Clézio no mostró ayer la maleta que trajo a Córdoba. Solo confesó que en cuanto se instaló en el hotel lo primero que hizo fue bajar a ver el Guadalquivir. “Esta ciudad tiene un fuerte pálpito literario. No sé si será por Góngora o por ese gran río verde que tiene. O tal vez sea por el sufismo que se desarrolló en esta tierra cuando los árabes y que tanto me interesa”, confesó.
El escritor sigue viajando. Vive entre Francia, Nuevo Méjico y Tánger. Su maleta sigue cargada y y vacía a un tiempo. Llena de experiencias que nutren sus libros -“Vivimos básicamente del amor y el odio”- y del vacío que busca la sencillez, la claridad, el orden preciso de la idea.
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