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Elena Medel

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Quizá alguna tarde, paseando por Córdoba, se crucen con un genio. Quizá alguna tarde por el centro de la ciudad, mientras regresan del trabajo o caminan hacia el supermercado, compartan pasos con uno de los mejores escritores vivos en nuestra lengua —el mejor de los poetas, a mi juicio, pero claro: usted no lo opinará así, lo mismo, y también poseerá su ración de razón— y la prisa les detenga la memoria y no caigan en la cuenta.

Pero sépanlo: sepan que está aquí. Que se llama Pablo García Baena y nació en Córdoba, y escribió en Córdoba y que, junto a sus compañeros de la revista Cántico, insufló vida desde Córdoba a la literatura española de posguerra. Que reivindicaban a la Generación del 27, a Lorca y a Cernuda, a quien homenajearon en un número especial, cuando pronunciar sus nombres en voz alta implicaba un riesgo verdadero. Publicaron a poetas en catalán y en gallego. A Montale, a Eliot, a Auden. A Pasolini y a Gide. A sus coetáneos distintos: también los poetas sociales ocuparon su lugar en las páginas de Cántico, abierta y tolerante. Sepan que se llamaban Julio Aumente, Juan Bernier, Mario López, Ricardo Molina. Sepan que se llama Pablo García Baena.

Sepan que Pablo García Baena, figura de referencia por su actitud y por su obra, y esto es incontestable, decidió regresar a Córdoba hace algunos años; que desde entonces continúa escribiendo aquí con su ritmo lento, consciente de que el poema surge cuando quiere, sin forzarlo. Pese a su edad, y qué importa su edad, Pablo es —paradójicamente— el más brillante, fresco y personal de los poetas jóvenes: cualquiera de sus versos parece, por lo sagaz e inesperado, escrito pasado mañana, anticipándose a nosotros.

Y sepan, también, que a Pablo y a su calma y a su buen pensar se deben muchas de las más juiciosas opiniones que he escuchado sobre los asuntos de Córdoba. Nunca las impone: solo las expresa, prudente, si alguien se interesa por ellas. Sepan que merecería la pena escucharle mucho más, y que probablemente nos iría mejor, porque si algo le sobra son los argumentos. Que es un conversador de los que existen pocos: divertidísimo, empeñado en escuchar, siempre cargado de argumentos.

A Córdoba le sienta bien el traje de la injusticia. En otra ciudad ya existiría una fundación —operativa y útil, faltaría— dedicada al grupo Cántico, o un centro de estudios, o una cátedra más modesta que fomentara publicaciones serias e investigaciones rigurosas y que, sobre todo, animara a leer la obra de sus integrantes. Aquí, incapaces ni siquiera de poner en marcha el Centro de Estudios Gongorinos —o el sucedáneo de turno que proporcione titulares y justifique inversiones—, para qué plantear la idea. De vez en cuando se organiza algún seminario mal publicitado en torno a Cántico, con su inversión correspondiente y sus réditos nulos, ya sin razón de ser al no existir los créditos de libre configuración con los que la sala rebosaría de estudiantes universitarios aburridos. Pero tampoco ningún museo rinde homenaje a Equipo 57. Así somos.

En el discurso de aceptación del Premio Reina Sofía de Poesía Iberoamericana, Pablo García Baena recordó a Luis de Góngora, y puntualizó: «si es que en algún momento lo olvido». En esta semana he pensado mucho en los poemas de Pablo, si es que en algún momento los olvido, y me apetecía escribir esto: unas líneas seguro que torpes y seguro que insuficientes sobre el lujo inmenso de poder leerle y el lujo inmenso de poder disfrutarle. Generoso con todos, atento a cuanto ocurre, en nuestras mismas calles y sin embargo al nivel estratosférico de los escritores que ya son mito puro, parte de la historia viva de la literatura.

Solo quería recordárselo: Pablo García Baena está aquí. Con nosotros.

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