Estudié para profesor de inglés pero nunca pisé un aula, porque lo que siempre me gustó fue escribir y contar historias. Lo hice durante 15 años en El Día de Córdoba, cumpliendo sueños y disfrutando como un enano hasta que se rompió el amor con el periodismo y comenzó mi idilio con el coaching y la Inteligencia Emocional. Con 38 años y dos gemelas recién nacidas salté al vacío, lo dejé todo y me zambullí de lleno en eso que Zygmunt Bauman llamó el mar de la incertidumbre. Desde entonces, la falta de certezas tiene un plato vacío en mi mesa para recordarme que vivimos en tiempos líquidos e inestables. Quizás por eso detesto a los vendehúmos, reniego de la visión simplista, facilona y flower power de la gestión emocional y huyo de los gurús de cuarto de hora. A los 43 me he vuelto emprendedor y comando el área de proyectos internacionales de INDEPCIE, mi nueva criatura de padre tardío. Me gusta viajar, comer, Queen, el baloncesto y el Real Madrid, y no tiene por qué ser en ese orden.
Odio las matemáticas
Sí, yo también odiaba las matemáticas. No se me daban bien, me perdía entre tantos conceptos abstractos, y cuando llegaron las derivadas y las integrales en 2º de BUP mi único objetivo durante todo el curso fue sacar un cinco y quitármelas de encima antes de entrar en mi pequeño paraíso de las letras puras. Desde entonces no he vuelto a ver un número… O eso creía.
Porque las matemáticas, aunque sea en su concepto más básico, nos acompañan durante toda la vida y pueden llegar a tener un impacto enorme en cómo nos relacionamos con la realidad. Los números están presentes en nuestra forma de entender tiempo, el espacio o el dinero, y son necesarios para entender conceptos tan sencillos como los porcentajes, dividir entre partes… Así es desde que empezamos a contar con los dedos cuando somos pequeños hasta que nos hacemos ancianos y empezamos a tener dificultades para hacer los cálculos más sencillos.
Quizás por eso, porque están presentes en nuestro día a día, porque en muchos casos se basan en conceptos abstractos y porque se han ganado una fama que las acompañas desde tiempos inmemoriales, las matemáticas son una de las pocas asignaturas que generan ansiedad en los alumnos, una aversión que en muchas ocasiones va más allá de las aulas y nos acompaña de por vida. Dicho de otra manera, somos muchos los que no queremos ver un número ni en pintura.
De eso va uno de los proyectos internacionales en los que estamos trabajando junto al Colegio Séneca, sobre la ansiedad matemática y las dificultades en su aprendizaje. Una de las primeras cosas que descubrimos es que el problema con las mates van mucho más allá de una mera manía con una asignatura que puede atravesarse más o menos, sino que es algo que afecta a la autoestima de los alumnos, que se atranca hasta convertirse en un problema mayúsculo y que llega a afectar incluso a las familias de los alumnos. Y todo por la fama de una asignatura que desde que los griegos desarrollaron la aritmética se ha convertido en uno de los mayores quebraderos de cabeza de los estudiantes de cualquier época y lugar, un hueso que se hereda de generación en generación para desesperación de alumnos de todo el mundo.
“Las matemáticas no son difíciles. Son muy bonitas”, dice con vehemencia Ester Molén, la coordinadora del Área de Matemáticas del Séneca y una feroz defensora de la utilidad y la belleza de las mates, una ciencia exacta que tiene una peculiaridad respecto a otras asignaturas: no se conoce el resultado.
Porque cuando te preguntan algo en Historia, Lengua o Ciencias ya sabes que la respuesta estaba en los libros o en los apuntes, y es tan sencillo como o que lo sabes o no lo sabes. No hay más. En matemáticas no es así, ya que un problema esconde una solución oculta tras un desarrollo o la aplicación de una fórmula. Es algo que no se puede aprender de memoria, por lo que siempre deja un espacio a la… incertidumbre. Y aquí pueden empezar los problemas.
Porque una de las mayores dificultades de las matemáticas es que su dificultad tiene un impacto emocional en el alumno, algo que pocas asignaturas generan. Otras se te pueden dar mejor o peor, pero será difícil escuchar de otras áreas eso de “odio las matemáticas”, “me dan miedo” o incluso “me dan asco”. En efecto, las matemáticas son un estímulo capaz de generar en el individuo emociones que Plutchik llamaba “de alejamiento”, como el miedo, el enfado o la aversión, reacciones que nos sirven para escapar de aquello que consideramos un peligro para nuestra vida. Esa huida, metiendo la cabeza en un agujero como un avestruz, es una de las tres clásicas reacciones ante un elemento adverso (las otras son la pelea y la parálisis) y puede servirnos para eludir el problema… pero no para solventarlo. Y eso, en cuanto a las matemáticas, puede traducirse en un suspenso. Y entonces la bola se hace aún mayor.
Porque para nuestro cerebro, todo lo que es desconocido es peligroso. Nos saca de nuestra zona de seguridad, de lo cotidiano, de lo conocido, y levanta barreras con señales de alarma que nos previenen de factores extraños y quién sabe si nocivos. Eso hace que desconfiemos y que nos defendamos con emociones que nos previenen del peligro. Eso empieza a suceder desde la infancia, y el monstruo tiende a hacerse más y más grande. Por eso los profesores de matemáticas tienen la necesidad de matar al bicho cuando todavía es pequeño, evitando que la duda del pequeño se convierta en miedo o en una mala relación con un área que, con el tiempo, llegue a desembocar en un “odio las matemáticas”.
Sobre este blog
Estudié para profesor de inglés pero nunca pisé un aula, porque lo que siempre me gustó fue escribir y contar historias. Lo hice durante 15 años en El Día de Córdoba, cumpliendo sueños y disfrutando como un enano hasta que se rompió el amor con el periodismo y comenzó mi idilio con el coaching y la Inteligencia Emocional. Con 38 años y dos gemelas recién nacidas salté al vacío, lo dejé todo y me zambullí de lleno en eso que Zygmunt Bauman llamó el mar de la incertidumbre. Desde entonces, la falta de certezas tiene un plato vacío en mi mesa para recordarme que vivimos en tiempos líquidos e inestables. Quizás por eso detesto a los vendehúmos, reniego de la visión simplista, facilona y flower power de la gestión emocional y huyo de los gurús de cuarto de hora. A los 43 me he vuelto emprendedor y comando el área de proyectos internacionales de INDEPCIE, mi nueva criatura de padre tardío. Me gusta viajar, comer, Queen, el baloncesto y el Real Madrid, y no tiene por qué ser en ese orden.
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