Mudanza
Esta semana he estado de mudanza, quizás la primera gran mudanza que hago en mi vida, y si has pasado por alguna ya sabes de sobra de qué te hablo. Días recogiendo cosas, almacenando cajas, el stress que genera vivir entre dos aguas, la incertidumbre del cambio al fin y al cabo…
Y eso que la mía ha sido una mudanza elegida, por gusto, a mejor (o eso espero). Porque una mudanza no deja de ser una gran metáfora de las transformaciones que sufre nuestra vida a lo largo de los años y de los bandazos que tenemos que dar de un lado para otro, a veces por decisión propia y otras veces forzadamente. Unas veces cambiamos buscando el placer de un destino mejor y otras nos vamos huyendo del dolor que nos provoca una situación o un lugar. Incluso a veces tenemos que marcharnos de donde somos felices porque no nos queda otra, hasta con la certeza de que en el nuevo destino nada será igual.
Mudanza hunde su etimología en el latín mutare, y no es raro que el origen sea el mismo que el de la palabra cambiar, porque no deja de ser lo mismo. Porque una mudanza supone un cambio externo, de lugar y de ubicación, de contexto, pero también una mutación interna, porque algo de nosotros cambia con el viaje. Algo dejamos por el camino y en algo nuevo nos transformamos en el trasiego y cuando llegamos a nuestro nuevo destino. Como los animales, cambiamos de morada, pero también de piel e incluso de personalidad.
Una mudanza nos muestra todo lo que somos capaces de acumular durante años, tanto física como mentalmente, y cuántas de ellas ya no nos hacen falta. Y sin embargo las conservamos, en el fondo del cajón, escondidas en el altillo, o en el último resquicio de nuestra memoria, porque nos sentimos apegados a ellas de una forma u otra. Ahí, amontonados, quedan viejos recuerdos, libros y jarambeles que un día significaron algo o que incluso nos sirvieron para llegar a donde estamos ahora, pero que hoy son sólo eso, recuerdos de una persona que no somos.
Esta semana encontré la orla de la Facultad y hasta la de COU. Me gusta ver de vez en cuando a ese José Carlos de 17 años, al de 22, a un José Carlos con sueños, sus dudas y su inexperiencia. Comparado con esas fotos me sobran kilos y me faltan rizos, tantos que a alguien que no me conociera entonces le costaría trabajo identificarme entre esas caras sonrientes a las que todavía les quedaba una vida por descubrir. Es curioso, porque en realidad esa imagen es sólo eso, una foto fija de alguien que fui, pero que ya no soy y al que resulta inútil aferrarse.
Porque entre todas esas cosas que nos encontramos al hacer una mudanza no están sólo la ropa, los libros o los recuerdos, sino también nuestros conocimientos y nuestras formas de ser. Están todo lo que aprendimos en un momento y que quizás nos sirvió entonces, pero que hoy nos son absolutamente inservibles porque, sencillamente, nosotros y nuestra situación han cambiado. También ahí, metidas en una caja, están nuestras maneras de ser, las que forjaron nuestra personalidad en un momento pero que hoy también han desaparecido. Aferrarse a ellas es humano, porque sentimos el apego de la certeza, de lo que sabemos y conocemos ante la incertidumbre de lo venidero. Por eso una mudanza es una gran enseñanza de todo lo que tenemos que llevar siempre con nosotros, pero también de lo que debemos aprender a dejar por el camino.
Quizás la mudanza sea el estado natural del ser humano, el cambio inexorable, el trasiego entre lo viejo y lo nuevo, la andanza entre el pasado y el presente. Dice el refrán que mientras vas y vienes, vida tienes, porque moverse es estar vivo, buscar un cambio a mejor, recuperar esa esencia nómada y errante de nuestros ancestros persiguiendo un sueño o un simple objetivo que probablemente nos espere al final de un largo o corto viaje. Mientras antes lo asumamos, antes dejaremos de pelearnos con esa mutación externa e interna que supone todo cambio y empezaremos a aceptar su inexorabilidad e incluso su necesidad. Sólo a partir de entonces podremos comenzar a luchar porque ese cambio, forzado a o no, tenga provecho y sea para mejor.
“Nunca he visto un camión de mudanzas detrás de un cortejo fúnebre, nunca. Pero existe un tesoro que podemos llevar con nosotros, un tesoro que nadie puede robar. No es ”lo que hemos ahorrado“, sino ”lo que hemos dado a los demás“.
Papa Francisco
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