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Jóvenes ocultos

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José Carlos León

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Maru viene desde El Viso y llega tarde. Se disculpa rápidamente porque ha tenido que ir al médico con sus abuelos. Angy no puede quitar una bellísima sonrisa de su rostro, y de refilón nos cuenta que hace voluntariado. Antonio parece despistado, con pinta de malote pasota, pero es listo y no pierde detalle, escrutando cada palabra. Manuel hace juegos de magia, Cristina habla de sus dudas a pocos meses de acabar 2º de Bachillerato, de cómo encauzar sus pasiones y sus talentos… Isabel es más callada, apenas se hace notar. Se escabulle en cualquier ejercicio tratando de pasar desapercibida, sin querer llamar la atención, cómoda en un papel secundario. Casi sin querer, casi al final, nos dice que cada día va y viene a trabajar a Sevilla, donde tiene una beca de investigación en el Centro Andaluz de Biología Molecular. Lo dice casi con vergüenza, como si quisiera ocultar algo de lo que cualquiera tendría que sentirse orgullosa…

Son algunos de los jóvenes con los que pude compartir una tarde en La Akademia, casi un experimento social para llevar la “educación emocional gratuita a jóvenes extraordinarios”, como dice su impulsor, Borja Vilaseca. Sí, son extraordinarios porque cada jueves invierten una tarde que podrían emplear en cualquier otra cosa en formarse y en tratar de encontrar sus propias respuestas a una edad incierta en la que hay muchas más preguntas que respuestas, más dudas que certezas. No es fácil tener claras las ideas entre los 18 y los 23 años, saber qué quieres y qué no, seguramente porque estás en plena edad de descubrimientos y te falta toda una vida de experiencias. Pero ahí están ellos, en torno a una quincena, cuestionándose cosas, desafiándose, haciéndose preguntas que para muchos son incómodas y que la mayoría, directamente, no quiere hacerse.

Este no va a ser otro de esos artículos cursis y ñoños diciendo que hay una juventud estupenda y ejemplar, demostrando que todos no caen en el estereotipo de pasotas botelloneros con la cabeza hueca, sin vida más allá de Instagram, el sexo fácil y La isla de las tentaciones. Que cada uno haga lo que le dé la gana con libertad, pero también con responsabilidad ante las consecuencias. Apañada estaría la sociedad si yo tuviera que ir dando lecciones de nada… Lo que sí tengo claro desde hace años es que en mis formaciones “canto” para el que decidió venir. Para el que libremente ha decidido no venir sólo tengo respeto, pero ante su libertad de quedarse en casa o hacer cualquier otra cosa no puedo hacer nada.

Jóvenes Ocultos (1987) es una película de culto sobre frikis, vampiros, buenos y malos. Con su estética, su banda sonora y un argumento delirante, es una referencia del cine ochentero para adolescentes, como Los Goonies o La Princesa Prometida. Su título original es The Lost Boys, que en algunos países de Sudamérica tradujeron directamente como Generación Perdida. El guiño parece un sacrilegio, como si Dos Passos, Hemingway, Fitzgerald, Steinbeck y compañía tuvieran algo que ver mientras vivían en la distancia el duro periodo entre el final de la Gran Guerra y la Gran Depresión. En común, quizás solo una visión alejada de una realidad en la que no se sienten ni cómodos ni identificados.

No son vampiros, pero Angy, Cristina, Manuel, Antonio, Nerea o Sole son jóvenes ocultos, porque nunca se verán reflejados en los titulares que hablan de una juventud boba, alienada o, directamente, agilipollada. Están ocultos, pero están ahí, y quizás el drama sea que no se sepa.

Hace muchos años al final de una formación de un año completo, en el que más o menos terminas conociendo a todos los alumnos, todos nos llevamos una gran sorpresa con Paco. Risueño, con cara aniñada, agradable pero callado, Paquito venía de Lucena y consiguió su gran objetivo del curso: pasar desapercibido. Todos le decíamos Paquito, aunque tenía 35 años y algunos llegamos a saber que estaba casado. Poco más. El último día, en las despedidas, y cuando cada uno tuvo que salir a contar su experiencia personal tras un año de aprendizaje, Paco quiso contarnos su historia. Con veintipocos era millonario gracias a un negocio de instalación de aire acondicionado que con la crisis se fue como había venido. Se arruinó y, como tantos, se tuvo que volver a casa de sus padres antes de hacer las maletas e irse a Inglaterra a fregar platos durante tres años, donde aprendió inglés y ahorró lo suficiente para volver a casa y empezar de nuevo. Todo aliñado por su pasión por las artes marciales y sus deseos de enseñar a niños para reforzar su autoestima y protegerlos del bullying. A cada episodio que nos contaba, más alucinados estábamos, asistiendo ojipláticos a una historia que nos habíamos perdido por completo. “¿Pero dónde se había metido Paquito todo el año?”, nos preguntábamos. Pues Paquito había estado siempre ahí, pero oculto.

Evidentemente, hubo dos problemas. Uno, que Paquito nunca habló para contarnos su historia y permitir que lo conociéramos mejor. Pero el otro, quizás mayor, es que nadie le preguntó. Todos nos construimos una imagen de Paco, el chico tímido, callado y sonriente que llegaba y se marchaba sin hacer ruido. Siempre estuvo ahí, pero nadie fue capaz de descubrirlo mientras su relato se mantenía cubierto como una joya arqueológica bajo la arena. El caso es que todos nos perdimos no sólo la historia de Paquito, sino a un tío que merecía mucho la pena y del que hubiésemos podido aprender y disfrutar mucho más si unos y otros hubiésemos puesto de nuestra parte.

Lo mismo me pasó con Isabel, la joven investigadora que optó por pasar de puntillas por la sesión, aunque eso implique pasar desapercibida por la vida. “Si no lo quieres hacer por ti, hazlo por los demás, para que no cometamos el error de perdernos una historia y una persona tan interesante como tú”, le dije de corazón, porque lo peor de un talento, de una historia o peor, de un joven con pasión por lo que hace, es que se quede oculto.

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