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Más Chomsky y menos Celaa

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En 2006 se estrenó sin mucho éxito Idiocracy, una película gamberra, distópica y con una pizca de mala leche con un punto de partida divertidamente absurdo, pero que acojona: un tipo normal y corriente es elegido para participar en un experimento de criogenización, algo sale mal y, en lugar de despertar un año más tarde, lo hace 500 años después. El problema es que durante ese periodo de tiempo la población mundial sufrió un proceso de involución intelectual debido al estancamiento de los mecanismos de selección natural, de forma que el protagonista aterriza en un mundo de idiotas, gobernado por los más idiotas y en que reina la desidia, el abandono y el aborregamiento.

En Estados Unidos se repescó la película hace cuatro años con el triunfo de Donald Trump, y las comparaciones no se hicieron esperar entre la caprichosa realidad y un argumento tan delirante que parecía quedarse corto ante lo que estaba pasando. El director, Mike Judge, dijo entonces que estaba “asombrado porque el mundo se haya vuelto tan inquietantemente similar al representado en la película. Lo único es que me he equivocado en 490 años”.

La idiocracia es un neologismo con vestigios etimológicos que viene a significar el gobierno de los idiotas. Como dice Risto Mejide, “ser idiota no es peligroso ni un problema en sí mismo. El peligro viene con la adjudicación de cualquier tipo de poder al idiota. Ahí viene el riesgo”. De hecho, los seres humanos somos una anomalía en la naturaleza por nuestra forma de relacionarnos con los idiotas. En el resto de especies son despreciados y abandonados, porque suponen una rémora para el grupo. Nosotros hemos aprendido desde pequeños a cuidarlos, respetarlos e integrarlos en el grupo rebajando el nivel general para que no se sientan discriminados. Curioso.

El problema viene pues cuando la idiotez se instala en el poder, ya sea de forma consciente o inconsciente. Lo segundo es dramático, pero lo primero es extremadamente peligroso, porque da paso a una cuidada, minuciosa y calculada estrategia de fomento de la estupidez, de la gilipollez institucionalizada. Sólo así se garantiza la perpetuación de la especie, la continuidad de toda una saga de imbéciles que caminen en la misma dirección y perpetúen a los idiotas en el poder. Eso ha pasado y está pasando, y lo peor es que no es patrimonio de nadie ni de ninguna tendencia política. Lo hacen todos.

Douglas T. Kenrick, profesor de psicología en la Universidad de Arizona, también opina que la idiocracia está más cerca de lo que pensamos, “pues el aumento de la estupidez está relacionado con el decrecimiento económico de un país”. Es el caldo de cultivo ideal para políticos que ofrecen soluciones demagógicas y que son precisamente los que no fomentan la educación o la investigación científica, un bucle que acentúa la estupidez y favorece el crecimiento de una población cuyo voto se convierte una poderosa herramienta de autodestrucción. Como diría Arrabal, la idiocracia va a llegaaarr…

Para que eso se produzca, para que los idiotas lleguen y se perpetúen en el poder, hay un arma de destrucción masiva que todos tratan de utilizar a su favor: la educación. No hay mejor forma de adoctrinar, dirigir y amansar a una sociedad que convertirla en idiota desde la infancia, al tiempo que se trabaja paso a paso en la conversión de los medios de comunicación en elementos de alienación, agilipollamiento paulatino y, por último, de propaganda oficial. Una masa sin educación es un engrudo amorfo sin pensamiento crítico ni capacidad para discernir y seleccionar fuentes de información, lo que arroja un doble peligro. Por una parte, una masa estúpida es la cantera ideal para que surja una nueva generación de dirigentes idiotas, una Quinta del Buitre con menos luces que un barco pirata y que salte directamente de la caja del supermercado o de los probadores del H&M al gobierno (por poner un par de ejemplos). Pero por otra parte, esa masa adormilada y adoctrinada es el caldo de cultivo ideal para que alguien con suficientes pocos escrúpulos (y a sabiendas de lo que está haciendo) se haga con el poder y se aferre al sillón ofreciendo pan y circo, soluciones facilonas y populistas que contenten a los idiotas, que son los mismos que pronto irán a las urnas. Un plan perfecto y de efectos a largo plazo, pero perverso para la sociedad y fatal para el país.

Esta semana, en medio de la segunda ola de la peor crisis a la que nos vamos a enfrentar la mayoría de los españolitos vivos, apareció la ministra Celaa para decirnos que justo en el momento en que es más necesario fomentar la educación, nuestros niños podrán pasar de curso sin importar el número de suspensos. Si uno fuera mal pensado, creería que es un paso más en esa estrategia de estupidez de Estado que conduce directa a la idiocracia y, a largo plazo, a la perpetuación en el poder. (“Nunca más volverán a sentarse en el consejo de ministros”, Pablo Iglesias dixit).

Nada es nuevo, no se asusten. Noah Chomsky, en sus 10 estrategias para la manipulación mediática, ya habló entre otras del desprecio a la educación y el fomento de la mediocridad, que haga que estén bien vistas la vulgaridad y la incultura como respuestas a la meritocracia y la cultura del esfuerzo, que siempre se han visto como algo demasiado clasista y opresor. Al Chomsky lingüista lo estudié hace 25 años en Filología, pero al Chomsky filósofo hay que leerlo siempre, porque contra la idiocracia no hay mejor antídoto que la cultura.

Por eso quizás haga falta más Chomsky y menos Celaa, parafraseando el libro de Lou Marinoff. Puede que necesitemos más educación y menos manipulación, dos palabras que no caben en la misma frase. La primera es incómoda y pide respuestas y explicaciones, mientras que la segunda es dócil, sobre todo para el que la maneja. Si seguimos por ahí, no tengan duda: la idiocracia llegará más pronto que tarde.

Mi abuelo era un hombre muy valiente. Sólo le tenía miedo a los idiotas. Le pregunté por qué, y me respondió: Porque son muchos. Y al ser mayoría, eligen hasta al presidente.

Facundo Cabral, poeta argentino.

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