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Fuego y torrijas

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Paco Merino

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Es Domingo de Ramos y ya solo pienso en torrijas. Me llega un vídeo en el que se cae la palmera de la Borriquita durante la procesión. Estos accidentes son siempre cómicos, como un vídeo de caídas -gracias a Dios la única víctima fue la palmera-, pero lo mejor son los comentarios de la mujer que grababa, de un pa´ habernos matao a cortar el vídeo para saludar a un primo pasando por una reprimenda los costaleros. Viva Andalucía.

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Notre Dame se convierte en un gran mechero ante la mirada atenta de todo el mundo, que se tira de los pelos pensando cómo no había una app para apagar aquello. Por un momento parece imposible frenar las llamas que devoran con constancia toda la estructura. Tuve que llamar a mi padre para contarle aquello y se me fue el drama de las manos. Me empezó a hacer preguntas que no podía descafeinar por no quitarle hierro al asunto: la cosa terminó con la catedral hecha un montón de piedras por culpa del Isis. La que se va a liar, me dijo asustado el hombre, imaginándose un Irak. Fue la versión que dio toda la tarde a todo el que se encontraba.

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Me quedo embobado viendo en procesiones a grupos de chavales que quizás lo estén haciendo juntos por primera vez. Antes irían con sus padres oliendo a colonia Álvarez Gómez, raya al lado y con el jersey a los hombros, agarrados por detrás paternalmente en las calles estrechas para protegerlos ante el paso de la procesión. Comen pipas Arias Lizano y dicen palabrotas ruborizados. Se rulan los pitillos con gracia y dan tímidas caladas. Pásatelo, hermano, dice uno.

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Muere Manuel Alcántara, decano de la columna, el mismo día que debuto en esta cabecera. Pienso que, por algunas horas o minutos, ha sido así: él el decano y yo el benjamín. Esto tiene que significar algo por cojones, me dice Madueño.

Conocí a Alcántara a través de Garci, que es mi sunsumcorda vital, así que lo quería casi por ósmosis. Para él era su hermano mayor electo, su compañero de cuchillos disueltos, como así definió los Dry Martini, para delirio de Garci. Muchas gracias por venirme a ver después de muerto, le dijo el último sábado de su vida ante la última visita de su hermano pequeño. En la mesilla de noche una cansada nota escrita con cansancio, casi machadiana: la España necesaria. Se fue el último amigo de Ruano, su mejor prologuista, y su columna quedó vacía. A partir de ahora no estar es, como para Kubrick, su manera de manifestarse. El último trago de este trabajador fatigable.

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Coripe es un pueblo de Sevilla con poco más de 1.300 habitantes. Cada Domingo de Resurrección, este municipio-frontera con Cádiz celebra su fiesta local más conocida: la Quemada del Judas, considerada de Interés Turístico Nacional. Desde hace más de cien años, los vecinos preparan un monigote con un personaje controvertido que haya dado que hablar ese año. Después de una procesión con mucha guasa -en todas las fotos aparecen los vecinos rabiando de risa-, el muñeco es tiroteado, quemado y destruido. “El muñeco representa un mal y lo que se mata es el mal”, afirma el alcalde socialista de la localidad.

Este año el personaje elegido ha sido Puigdemont, que ha dado las gracias por Twitter -¿dónde si no?- por los mensajes de apoyo recibidos. Dice que ha sido muy desagradable y que esto le ayudará a construir una República de dones i homes lliures. Recordemos el nombre y la naturaleza del acontecimiento. El PSOE-A calificó los hechos de “mal gusto”.

El año pasado el Movimiento contra la Intolerancia presentó una querella porque era racista quemar a Ana Julia Quezada. Antes fueron Rato, Carcaño o el Pequeño Nicolás, que aprovechó para recordar que “a mí me quemaron en Coripe en 2014 y no me quejo”. También por Twitter, claro. Coripe, ten cuidado a quién quemas: los sediciosos y los asesinos tienen la piel muy fina.

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