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Los caídos del Bayern

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Paco Merino

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Crecimos entre noches europeas frustradas en octavos y galácticos que se apagaban, sudorosos después de un partido de fútbol donde nos enchufábamos, oliendo a sudor y a primos, a cualquier fuente. Celebrábamos los goles como Ronaldo y, si tu hermano había nacido allá por el Mundial de México, también como Amavisca. Dábamos tres pasos hacia atrás y nos inclinábamos, como la torre de Pisa, para darle casi con el interior y casi con el empeine a una falta, como Beckham; también pedíamos que nos la centraran bombeada para imitar el gol de Zidane en Glasgow. Después, desde el anonimato, cada uno se hacía los highlights en la memoria que no verá nadie, con goles de recreo archivados en la retina, cuando los recuerdos empiezan a oler a naftalina y a coger tufo a technicolor.

Somos la generación que dejó el balón en el trastero y se sentó a ver el Madrid, a ver su vida pasar por delante, justo en el momento que te das cuenta de que empiezas a ser mayor que muchos futbolistas. Figo era mi ídolo, pero a Vinicius lo quiero como a un primo.

En el descuento de este verano creamos un equipo de fútbol en unas de esas ligas que pagas por matriculación y partido, como en una academia de inglés. Por catálogo, nos hicimos unas camisetas Adidas para convencernos de que la cosa iba en serio, estampándole un escudo que poder besar para celebrar los goles y que se cayeron en el primer partido porque no estaban bien pegados. De patrocinador cogimos a Miguel, presidente de honor del club a perpetuidad, y prometimos que aquella era la primera piedra de Dental Prieto hacia un Red Bull cordobés.

Apenas al tercer partido, mermada ya la agilidad, me lesioné: otra vez el ligamento. Fue en el mismo partido que casi meto un gol de un remate de escorpión que quedó rarísimo. Me sustituyó un barrabrava del Córdoba, me fui a la banda y me quité las lentillas para coger un aire a Bordalás y ayudar al Bayern de los Caídos desde el banquillo, rotando a amigos con la lengua fuera por culpa del Jäger y el tabaco en una vorágine de cambios infinitos. Somos los héroes que llenamos el cuarto de baño de pelotillas negras y que se cambian en vestuarios que huelen a cañería rota.

Ayer, el Bayern cayó en semifinales de los play-offs, después de quedar primeros en una liga donde, mientras competíamos, nos íbamos redimiendo del futbolista frustrado que nunca fuimos, el talento que nunca tuvimos y los goles que nunca metimos, algunos sin flequillo apenas ya por culpa de rematar los córners del día a día, buscando el trabajo que de niños nunca quisimos encontrar.

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