Allá por el año 2022 circulaba un vídeo por una red social en la que se veía a un joven borrachuzmeterle el dedo por el culo a una indefensa gallina sujetada por las patas por otro joven asaz beodo.
Una violación zoofílica denunciada por el Pacma (Partido Animalista con el Medio Ambiente) que se presentó como acusación particular. Esta semana hemos sabido que el juzgado de lo Penal número 5 de Córdoba ha absuelto a los jóvenes.
La Fiscalía retiró su acusación al no existir exploración veterinaria ni prueba objetiva de lesión, lo que llevó a la absolución. O sea, que solamente estaba el vídeo de un capullo metiendo y sacando el dedo de la gallina como quien toca una zambomba (perdón por el símil, demasiado obvio).
Es una noticia que nos llama poderosamente la atención por diferentes motivos: el Partido Animalista considera “inaceptable y peligroso” que el código penal permita la impunidad de prácticas sexuales vejatorias probadas contra animales. Según la formación animalista, todo abuso sexual contra animales debe ser tipificado como delito, sin necesidad de acreditar lesiones físicas, “pues el daño moral, psicológico y la vulneración de la dignidad del animal ya representan agresiones suficientes”.
Hay muchos ejemplos de prácticas zoofílicas en la literatura española más realista y más “rural”, de Cela a Delibes, por ejemplo. Y mucha leyenda y chascarrillo al respecto: recuerdo al músico y escritor gallego Antón Reixa explicar en televisión las bondades de penetrar a una vaca por el hocico “porque saca la lengua y te lame los…”. En fin, no sigamos por ahí.
A mí siempre me ha llamado la atención que en algunos envases de huevos expliquen que han sido puestos por “gallinas criadas en libertad” o que proceden de “gallinas felices”.
Sinceramente, no entiendo los conceptos “libertad” o “felicidad” aplicados a las gallinas.
No creo que haya que humanizar de esa manera a los animales. Bastante animalizados, como se ve, estamos los humanos.
Habría que poner el dedo en esa llaga.
No en la cloaca.
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