Terror veraniego sostenible
Abrió la puerta de la Audiencia y quedó deslumbrado frente a un sol cegador. Miró a su derecha y su mirada se cruzó una milésima de segundo con la de Mocito Feliz. No sabe cómo llegó hasta allí, si autofinanciado, o, lo que es peor, pagado por algún pobre infeliz. Bajó despavorido las escaleras. Al llegar al Paseo de la Victoria vio a cuatro personas chillando y señalando con el dedo índice un termómetro que llevaba toda la mañana expuesto al sol. Parecen invasores de ultracuerpos. Pensó en algo refrescante, pensó en el Yeti. Era frio, era cool. Pero el Yeti no aguantaría ni dos días en el zoológico de Córdoba. Por las temperaturas, no seáis malpensados.
Consigue atravesar Gondomar hasta Tendillas sin perder ni un segundo con los colaboradores de la Cruz Roja. En las Tendillas ve como David se hace Rico vendiendo granizados a la población para poder defenderse. A las cuatro de la tarde, solo hay ya zombies calle arriba. Campando a sus anchas y por la sombra. Enrojecidos y sedientos. Le vuelve a invadir el pánico. Solo quiere llegar a su casa, coger el aire acondicionado y retorcerle el potenciómetro hasta hacerle daño. Hasta el punto de taparse con manta. Recuerda en ese momento los calenturiosos versos que el insensato de Alejandro Sanz cantó una noche de julio en Córdoba: “¿quién me tapará esta noche si hace frio?”. Recuerda a sus seres más queridos, que ya no está aquí. Quizás en Fuengirola o en el Ártico. Sortea varios chicles pegados al suelo que, al contacto con la suela, se convierten en chapapote.
Cree llegar a salvo a casa. Sube las escaleras y abre el buzón. Más que nada por si ha recibido alguna oferta de risa del Telepizza, o alguna tarjeta de cerrajero, de difícil captura, ofreciéndole sus servicios. Pero solo hay una carta. Era la factura de la luz.
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